Reina del caos

18

Aidén Sullivan.

Me encuentro en la cocina, como todas las tardes de la última semana y media, esperando a que Emma llegue del instituto.

Es ya una rutina establecida: ella entra, se queja de algo insignificante, yo me burlo de su mal humor, y luego almorzámos en un silencio más o menos incómodo.

Hoy, sin embargo, algo esta fuera de lugar.

Escucho la puerta de la entrada abrirse y espero a que aparezca en la cocina, pero en lugar de eso, veo a Emma subiendo las escaleras sin siquiera mirarme.

—¡Emma! —la llamo, esperando que se gire o al menos me reconozca de alguna manera, pero me ignora por completo, continuando su camino hacia arriba como si yo no existiera.

Me quedo de pie en la cocina, extrañado por su actitud.

Segundos después, Jason aparece por la puerta, y me vuelvo hacia él con una expresión que probablemente deja poco espacio para dudas sobre mi estado de ánimo.

—¿Qué demonios ha pasado? —le espeto, esperando una explicación razonable.

Jason me mira con algo de incomodidad antes de responder.

—Cuando se subió al coche todo parecía normal. No dijo nada, ni una sola palabra en todo el camino.

Siento un molesto hormigueo en la parte posterior de mi cuello.

Algo no andá bien.

Dentro del instituto, no le he puesto seguridad directa porque el director me había asegurado que siempre tendrían un ojo puesto sobre ella.

Pero si algo le ha pasado allí dentro… por el amor de Dios, arruinaré la vida de ese director y de todo el que trabaje allí.

Volteo los ojos, frustrado con la situación y con la falta de respuestas, y comienzo a subir las escaleras.

Llego a la puerta de su habitación y toco, esperando que responda.

Pero al no obtener respuesta, abro la puerta sin esperar más.

Me la encuentro tumbada en la cama, dándome la espalda.

Su cuerpo esta medio encogido, como si intentara desaparecer entre las sábanas.

El pelo castaño se extiende por la almohada y su postura rígida me confirma que algo no estaba bien.

—¿Qué demonios te pasa ahora? —pregunto, manteniendo la voz lo más neutral posible.

—No me pasa nada —responde, pero algo en su tono me levanta todas las alarmas.

No es su típico sarcasmo o irritación; hay algo más profundo, más jodido.

Decido dar un paso hacia atrás, hacer como que me voy y cerrar la puerta suavemente.

Apenas pasan unos segundos antes de que escuché un pequeño sonido que es inconfundible, incluso si intenta ocultarlo.

Se esta sonando los mocos, claramente después de haber llorado.

Sin pensarlo dos veces, me acerco a ella de nuevo, esta vez sin preocuparme por si la asusto o no.

—¿Por qué demonios has estado llorando? —le pregunto, mi tono se endurece al ver sus ojos enrojecidos.

No es una vista que me guste, para nada.

Algo en mi interior se revuelve de una forma que no se manejar bien.

—No es asunto tuyo, Aiden —replica con la voz quebrada, claramente enfadada.

Se gira bruscamente para darme la espalda otra vez, como si creyera que ignorándome el problema desaparecera.

Siento que mi paciencia, ya bastante limitada, se agota por completo.

Me acer más, tomándola por los hombros y haciéndola girar para que me enfrente.

—No me voy a ir hasta que me digas qué demonios ha pasado, Emma. —Mi voz es baja, cargada de una mezcla de irritación y preocupación que no puedo ocultar del todo.

Se levanta de un salto, furiosa, y me grita.

—¡No es tu asunto!— grita mirándome con los ojos manchados de irritación y tristeza— ¡Déjame tranquila, Aiden!

Pasa junto a mí, chocando su hombro contra el mío con más fuerza de la que parece capaz de reunir, antes de salir de la habitación, dejándome solo, con una mezcla de enfado y desconcierto.

Me quedo en su cuarto, mirando la puerta por donde ha salido, tratando de controlar el deseo de seguirla y exigirle una explicación.

Ella es testaruda, sí, pero esto es diferente.

Algo le ha pasado, algo serio, y si no se lo saco, lo descubrire por mi cuenta, aunque tenga que derribar ese maldito instituto piedra por piedra.

Segundls después salgo de la habitación, luchando contra el instinto de seguirla.

Mi instinto me dice que la deje sola, que le de espacio, pero eso es tan inútil como intentar detener una tormenta con las manos.

Después de unos segundos, cuando la veo salir por la puerta trasera que da al patio, decido seguirla en silencio, manteniendo cierta distancia.

La sigo hasta que se detiene junto a uno de los bancos cerca de unos muros con flores.

Me quedo a una distancia prudente, observándola en silencio.

Se sienta en el banco, o más bien, se tumba mirando el cielo, con una especie de resignación en sus movimientos que no me gusta nada.

Me encuentro frunciendo el ceño mientras la miro fijamente, tratando de entender qué demonios le pasa.

Pero mi paciencia, ya limitada de por si, se agota cuando veo su labio inferior temblar y un par de lágrimas resbalar por sus mejillas.

Maldigo en silencio.

No puedo quedarme parado como un maldito idiota.

Me acerco a ella hasta que estoy a tan solo medio metro.

—¿Me vas a contar qué te ocurre? —mi voz sale más firme de lo que tenía planeado.

Cier a los ojos, respirando hondo antes de responder.

—No es tu asunto, Aiden.

Aprieto la mandíbula, sintiendo el enfado burbujear dentro de mí.

¿Cómo no iba a ser mi asunto si algo la esta afectando así?

—Si algo ha pasado en el instituto... —empiezo a decir, pero no puedo terminar porque ella se rie, una risa amarga que no se parece en nada a la suya habitual.

—No tiene nada que ver con el instituto, Aiden.

Ese Aiden esta cargado de más cansancio del que me gusta escuchar.

Me esta empezando a hartar de este juego.




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