Emma Bennett
Maldigo por lo bajo mientras intento subir la maleta por las escaleras del jet privado de Aiden.
Lucas, con su “brillante” idea de no dejarme volar con él a Viena, está oficialmente en mi lista negra.
Según él, tiene que “poner varias cosas en orden” antes de que yo llegue.
Y lo que sea que eso signifique.
Estoy a punto de soltar la maleta para tomar un respiro cuando de repente alguien la agarra y me la quita de las manos con facilidad.
Levanto la vista, ya lista para soltarle un “gracias” entre dientes, cuando me encuentro con Aiden.
Él pasa por mi lado como si llevar mi maleta fuera lo más natural del mundo, ni siquiera me mira mientras sube las escaleras con una tranquilidad que me da ganas de darle un codazo... si es que no fuera porque me saca más de una cabeza.
Sigo a Aiden hasta el interior del jet, donde lo veo dejar mi maleta en una de las esquinas.
Una azafata se apresura a recogerla, casi tropezando en el proceso.
—¿Llevas ropa o piedras gigantes? —me pregunta Aiden con una ceja levantada, mientras se gira para mirarme con esa expresión suya, mitad curiosidad, mitad burla.
Volteo los ojos, sin ganas de seguirle el juego.
—¿Tú qué crees que llevo? —le respondo, mirando alrededor del jet para distraerme.
El interior del avión es un reflejo de lujo y comodidad.
Asientos de cuero blanco, amplios y acolchados, están distribuidos a lo largo de la cabina.
Un par de mesitas de madera pulida están puestas cerca de los asientos, cada una con una lámpara moderna que parece más decorativa que útil.
Las ventanas son grandes, permitiendo una vista impresionante, y las cortinas son de un tono gris claro, que combina perfectamente con el resto del ambiente.
Todo aquí grita dinero, poder y... Aiden.
Lo encuentro sentado a la mitad del avión, en uno de esos asientos que parecen más un trono que un simple lugar para sentarse.
Lleva varios botones de su camisa desabrochados, revelando parte de su pecho, y el maldito se ve... bueno, se ve ridículamente atractivo, como siempre.
Me pregunto cómo es que alguien puede lucir tan relajado y al mismo tiempo tan imponente, pero ahí está él, leyendo un documento con una concentración que solo se ve interrumpida cuando se da cuenta de que lo estoy observando.
Me encamino hacia la parte delantera del avión, lejos de él, porque la última cosa que quiero es tener que soportar su presencia durante todo el vuelo.
Pero antes de que pueda siquiera pensar en sentarme, escucho su voz firme.
—Ni se te ocurra —me dice, sin levantar la vista.
Me giro para mirarlo, solo para encontrarme con su mirada fija en mí, y la mano que señala el asiento frente al suyo.
—¿Qué pasa si me siento aquí? —le pregunto, desafiándolo mientras intento colocarme en el asiento de la parte delantera.
—Lo que pasa —dice, y su tono es un claro aviso— es que soy capaz de levantarme y arrastrarte hasta aquí sin ningún problema.
Resoplo, pero termino caminando hacia donde me señala. Me dejo caer en el asiento frente a él, cruzando los brazos con evidente frustración.
Una vez instalada, Aiden sonríe con esa arrogancia que me irrita profundamente, pero que, por alguna razón que no quiero analizar, no puedo dejar de notar.
Saco mi teléfono para revisar si Lucas me ha mandado algún mensaje, aunque por supuesto, no hay nada.
Me apoyo en el respaldo del asiento, esperando que el despegue no sea demasiado turbulento.
Minutos después, el avión se eleva con un ligero temblor, y la cabina se estabiliza.
No mucho después, una azafata se acerca a nosotros.
Tiene el cabello teñido de un pelirrojo que parece más artificial que real, los labios pintados de un rojo intenso, y su uniforme está lo suficientemente ajustado como para que me pregunte si es que se lo ha pedido a alguien dos tallas más pequeña.
Sonríe con una exageración que casi me hace reír.
—¿Qué desean de beber? —pregunta la azafata, con la mirada clavada en Aiden, ignorando por completo mi existencia.
—Agua —respondo de inmediato, pero ella ni siquiera me mira.
Aiden, por su parte, ni siquiera se molesta en levantar la vista del documento que tiene entre manos.
—Agua está bien —dice, sin darle una pizca de atención.
La azafata intenta coquetear de la manera más obvia posible, inclinándose más de lo necesario, pero Aiden sigue ignorándola por completo.
Estoy a punto de soltar una carcajada en su cara cuando ella se da por vencida y se marcha, visiblemente molesta.
Cuando vuelve con nuestras bebidas, las deja sobre la mesa sin decir una palabra y se marcha apresurada.
Me quedo mirando la botella de agua, intentando no reírme mientras la imagen de la azafata frustrada pasa por mi mente.
Sigo a Aiden de reojo mientras toma su botella de agua, y por un momento, me pregunto qué pasará por su cabeza.
Pero en cuanto me doy cuenta de lo que estoy haciendo, sacudo la cabeza y fijo la vista en la ventana.
Esto va a ser un largo vuelo.
Llevo ya un buen rato sumergida en el libro que agarré a último minuto de la estantería antes de salir de la mansión.
Pero, por mucho que intento concentrarme, me cuesta seguir el hilo de la historia.
Tal vez sea el hecho de que estamos a miles de metros sobre el suelo, o tal vez sea porque Aiden está justo frente a mí, siendo Aiden, lo que significa que su mera presencia es suficiente para ponerme de los nervios.
De repente, noto que se levanta de su asiento.
Cierro el libro, fingiendo que no estoy observando cada uno de sus movimientos.
Aiden se estira con la gracia de un felino, la camisa blanca se le pega ligeramente al torso, dejando ver el contorno de sus músculos bajo la tela.
Se pasa la mano por el cabello desordenado, acomodándolo hacia atrás, y luego camina hacia el fondo del avión, donde hay un pequeño compartimento que se parece más a una cápsula privada que a una cabina de avión.