Reina del caos

27

Aidén Sullivan

No hay duda de que voy a matarlo.

Estamos sentados en la mesa y no puedo evitar mirar a Blake furioso mientars el tipo cuenta una anegdota sobre Emma, de cuando era una niña y se colo en su casa trepando la valla.

La historia, aparentemente inofensiva, hace reír a todos en la mesa.

Yo, en cambio, solo veo rojo.

Respiro hondo, intentando mantener la calma, pero no sé qué me molesta más: si la estúpida historia que él narra con tanto entusiasmo, o que no le suelte la maldita mano por debajo de la mesa.

Instintivamente, llevo mi mano hacia el cuchillo de la mesa, una idea claramente poco saludable empieza a tomar forma en mi cabeza.

Pero antes de que pueda hacer algo estúpido, siento un dolor agudo en la espinilla.

Lucas, con la puntería precisa de un francotirador, me ha dado un puntapié por debajo de la mesa.

Levanto la mirada para encontrarme con sus ojos, que me fulminan con una advertencia clara: Compórtate.

Volteo los ojos, frustrado, deseando que esta cena termine lo más rápido posible.

Finalmente, Victoria sugiere ir al salón para continuar con las historias, y todos parecen estar de acuerdo.

Me levanto lentamente, asegurándome de mantener la calma, pero no puedo evitar mirar de reojo cómo Blake se queda de los últimos junto a Emma.

Cuando cree que nadie lo ve, la agarra de la cintura y le susurra algo al oído.

En ese momento, la ira vuelve a inundarme.

Todo a mi alrededor se tiñe de rojo.

¿De verdad se cree que puede hacer lo que quiera?

Lucas se acerca y dice algo que no escucho claramente, pero parece lo suficiente importante como para que Blake se marche con él, dejando a Emma atrás.

No sé qué ocurre después; todo es un borrón hasta que me doy cuenta de que he agarrado a Emma de la muñeca y la estoy arrastrando hacia el patio.

-¡Aiden, suéltame! Tengo que entrar— se queja detrás de mi.

La ignoro, me siento como si estuviera siendo espejado por una mezcla de celos y rabia que no puedo controlar.

Llegamos al patio y, sin pensarlo dos veces, ordeno a todos que se larguen.

No pasan más de unos segundos antes de que estemos completamente solos.

Me giro para encontrarme con la mirada de Emma, que está visiblemente molesta.

Me quedo en silencio por un momento, observándola.

El vestido que lleva puesto esta noche, uno veraniego, la hace parecer radiante.

Es de un tono azul suave, con delicados estampados de flores blancas. Su cabello castaño cae en ondas suaves sobre sus hombros, y sus ojos, brillantes bajo la luz tenue, están llenos de una mezcla de confusión y enojo. Sus labios, ahora fruncidos en una mueca de frustración, son lo único en lo que puedo pensar.

-¿Qué demonios te pasa, Aiden? -me pregunta, con una voz cargada de irritación.

Me acerco a ella lentamente, sintiendo cómo la tensión en el aire crece con cada paso que doy.

Emma retrocede instintivamente, hasta que su espalda choca contra el muro del patio, impidiéndole escapar.

No tiene escapatoria.

-¿Qué tienes con ese tipejo? -pregunto entre dientes, el enfado evidente en mi voz.

Emma frunce el ceño, claramente confundida.

-No tengo nada, ¿por qué te importa?

Intenta escabullirse, pero la acorrala, colocando mis brazos a cada lado de ella, bloqueando cualquier posible escape.

-Una mierda, Emma. No soy estúpido.

-He pensado en darle una oportunidad, ya que también estará en Viena— dice con burla mientras voltea los ojos.

Mi mandíbula se tensa.

La miro fijamente, mis ojos buscando alguna señal en los suyos.

-Ademas no tiene por qué importarte, Aiden. No es asunto tuyo -agrega, con un tono desafiante.

Me acerco más, reduciendo el espacio entre nosotros hasta que nuestras respiraciones se mezclan.

Noto cómo su pecho sube y baja con cada respiración, igual que el mío.

-¿Y si me importara? -susurro, mis palabras cargadas de un significado que no necesito explicar.

Emma parpadea, sorprendida por la cercanía.

-Eres... eres mi primo— responde al final un poco dubidatiba.

-Porque lo diga un papel no significa que realmente lo seamos— la corto utilizando las mismas palabras que me ha dicho Samuel está mañana.

Por un momento, veo la duda en sus ojos, pero se desvanece rápidamente.

-Estás mintiendo. Tengo que volver con Blake.

Sin pensarlo, acerco mis labios a los suyos, y la beso, callándola de golpe.

Al principio, siento su sorpresa, pero luego me sigue, como si este fuera un beso que hemos compartido miles de veces, aunque en realidad es la primera vez que lo hacemos.

Es un beso que me resulta familiar, como si llevara siglos esperando por él.

Sus labios, cálidos y suaves, se mueven con los míos en una sincronía perfecta, y por un momento, todo el enojo y la confusión se desvanecen, dejando solo la certeza de que esto es lo que ambos habíamos estado esperando.

El beso se siente como si nunca fuera a terminar, pero finalmente nos separamos, ambos respirando con dificultad.

Emma me mira, sus ojos reflejan una mezcla de confusión y sorpresa, sus labios entreabiertos como si no pudiera creer lo que acaba de pasar.

—¿Qué mierdas me estás haciendo, Emma? —le susurro, con la voz cargada de frustración, mirándola fijamente a los ojos, buscando una explicación que no llega.

Ella parpadea, aún apoyada contra el muro, y noto cómo la duda empieza a aparecer en su mirada, casi como si estuviera luchando consigo misma para entender lo que acaba de suceder.

Su respiración es irregular, y durante un momento, parece estar buscando las palabras adecuadas para responderme.

—Aiden, yo… —comienza, pero su voz se quiebra y se queda en silencio, mordiéndose el labio inferior.

—¿Qué pasa con Blake? —insisto, sin apartar mis ojos de los suyos—. No me creo ni por un momento que del día a la noche le des una oportunidad.




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