Reina del caos

28

Emma Bennett.

Definitivamente, el mundo me odia.

No hay otra explicación.

O quizás hay un complot cósmico en mi contra, una especie de broma retorcida de los dioses.

He estado evitando a Aiden todo el tiempo que he podido, esquivando su mirada, sus pasos, incluso sus respiraciones si me es posible.

Y ahora, como si el universo no pudiera resistirse a torturarme, me veo obligada a recibir clases de defensa… de él.

Estoy en shock.

Lucas acaba de informarme de esta joya de noticia con la misma calma con la que alguien pediría una pizza, y ahora no puedo más que mirarlo con incredulidad.

Él, en cambio, me devuelve una sonrisa despreocupada mientras carga nuestras maletas en el coche.

En un principio, accedí a mudarme con él pensando que sería un respiro, solo nosotros dos y nada más.

Claro, olvidé leer la letra pequeña del contrato donde decía que Aiden también venía incluido en el paquete.

Y justo cuando me resigno a mi destino, lo veo salir de la casa.

Traje negro perfectamente ajustado, camisa blanca inmaculada, corbata oscura.

Cada detalle está en su sitio, como si hubiera salido de una revista de moda.

Para rematar, lleva unas gafas de sol que ocultan sus ojos, y de alguna manera eso solo lo hace parecer más intimidante.

Es injusto que alguien luzca tan bien y, además, sea la razón de mi creciente ansiedad.

Mientras se acerca, siento una mezcla de furia y frustración.

¿Qué he hecho yo para merecer esto?

Miro a Lucas con furia, esperando que de alguna forma todo esto sea un malentendido, pero él solo me dedica una sonrisa burlona.

Sin otra opción, me subo al coche antes de que Aiden llegue a la escena, y me siento en el asiento trasero, con los brazos cruzados y tratando de mantener la calma.

Aiden, por supuesto, ni se inmuta.

Le da sus maletas a alguien más y se sube al asiento del copiloto como si nada.

Lucas, con toda la paciencia del mundo, se acomoda en el asiento del conductor, pero el silencio que se forma entre los tres es tan denso que casi se puede cortar con un cuchillo.

Finalmente, Lucas rompe el hielo, mirándonos a través del retrovisor, primero a mí y luego a Aiden.

Su tono es curioso, aunque tiene ese toque de sarcasmo que no puede evitar.

—Entonces, ¿qué ha ocurrido entre vosotros dos? —pregunta, como si estuviera preguntando por el tiempo.

Aiden gira la cabeza lentamente hacia mí, levantándose las gafas de sol para mirarme directamente.

Mi estómago se retuerce y siento cómo me pongo roja como un tomate.

¡Perfecto, justo lo que necesitaba!

Él sostiene mi mirada por un segundo que parece eterno, antes de volver a ponerse las gafas y mirar al frente.

—Limítate a conducir, Lucas, antes de que te tire del coche de una patada —dice Aiden con un tono frío, que podría congelar el mismísimo infierno.

Lucas, sin embargo, solo voltea los ojos, claramente acostumbrado a sus rabietas.

—Siempre tan simpático —murmura, arrancando el motor. —Un placer estar atrapado con vosotros dos.

El viaje transcurre en un incómodo silencio.

Solo se escucha el sonido del motor y mi respiración, que intento mantener a un ritmo normal a pesar de lo tenso que está todo.

Finalmente, llegamos a una propiedad que no es tan grande como la de Chicago o la de mis padres, pero tiene algo diferente.

Está rodeada por un gran terreno con árboles por todas partes. Es casi como si estuviéramos en medio de la nada.

Estupendo, mi nueva prisión.

Cuando el coche se detiene, me bajo lo más rápido que puedo, casi como si el vehículo hubiera estado a punto de explotar.

Miro a mi alrededor, intentando no parecer demasiado ansiosa, y sigo a Lucas hacia la casa.

Aiden va detrás, por supuesto, y no puedo evitar sentir sus ojos clavados en mi espalda.

Me esfuerzo por no voltear y correr.

—Puedes escoger la habitación que más te apetezca en la planta de arriba —dice Lucas cuando entramos, su tono ligero, como si no acabara de lanzarme a la boca del lobo.

Asiento, aunque por dentro estoy llena de dudas, y subo las escaleras lo más rápido que puedo.

Siento la mirada de Aiden como un peso en mi espalda y aligero el paso hasta que llego arriba, donde finalmente me permito respirar.

Pero algo me dice que esto es solo el comienzo de una larga, larga estancia.

Después de dejar mis maletas en una de las habitaciones más alejadas que pude encontrar—y créanme, las busqué como si mi vida dependiera de ello—decidí dar una vuelta por la casa.

Es tranquila, silenciosa, casi demasiado silenciosa, como si el lugar hubiera estado esperando a que alguien lo llenara de vida, o de caos, en mi caso.

Es evidente que solo estamos los tres aquí, lo que debería ser un alivio, pero en realidad solo lo convierte todo en más... intenso.

Especialmente cuando se trata de evitar a Aiden.

Bajo las escaleras, sin prisa, explorando cada rincón.

La casa es más acogedora de lo que esperaba, aunque con esa sensación de que puede esconder secretos tras cada puerta cerrada.

Así que, con mi habitual falta de instinto de supervivencia, me encuentro frente a una puerta de metal en la planta baja.

Me siento impulsada a abrirla, quizás con la esperanza de encontrar una despensa o, mejor aún, un escondite para huir de Aiden.

La abro, y casi me desmayo del susto.

Frente a mí, en lugar de un cuarto vacío o alguna bodega oscura, me encuentro con Aiden y dos tipos más, jóvenes, de esos que parecen salidos de un maldito catálogo de modelos peligrosos.

Uno tiene el pelo negro, corto, y una expresión seria que me recuerda a un policía que acabo de interrumpir en una operación secreta.

El otro, más relajado, tiene el pelo castaño claro, despeinado de manera intencionada, y unos ojos que parecen tener siempre una chispa de diversión, como si todo lo que le rodea fuera una broma que solo él entiende.




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