Reina del caos

30

Emma Bennett.

Estoy tirada en el suelo del gimnasio, intentando no morir, o al menos no desmayarme, lo que sea que llegue primero.

Resoplo, sintiendo cómo el sudor resbala lentamente por mi espalda, hombros y cara, pegando mi top deportivo al cuerpo.

Mi respiración es un desastre, un jadeo descontrolado que apenas puedo dominar.

Pienso seriamente en cómo asesinar a Aiden mientras duerme esta noche.

Sí, lo asfixiaré con una almohada, o tal vez lo empuje por las escaleras.

No, mejor aún, lo ahogaré en la piscina cuando nadie mire. Así no habrá pruebas.

Respiro hondo, intento levantarme, pero mi cuerpo protesta con cada fibra de mis músculos adoloridos.

Finalmente, consigo ponerme de rodillas, levantándome con esfuerzo.

Frente a mí, Aiden está tan fresco como si acabara de salir de una maldita revista de fitness.

Lleva una camiseta negra que se ajusta perfectamente a su torso, mostrando cada músculo de su pecho y abdomen. Su cabello está ligeramente despeinado, pero de esa forma que parece perfectamente calculada, y esos ojos... Dios, esos ojos azules me miran con una mezcla de paciencia y desafío.

Ni una gota de sudor en su cuerpo, y eso solo me da más ganas de estrangularlo.

Está cruzado de brazos, tranquilo, como si no acabara de ponerme al borde del colapso físico.

-Vuelve a ponerte en posición -me dice, su tono neutral, pero con esa autoridad que siempre me saca de quicio.

-No-respondo, porque si lo hago, literalmente me voy a desplomar.

Él chista, como si fuera mi entrenador personal en lugar de la persona que técnicamente no debería querer matarme.

-Si alguien te ataca, no vas a poder pedirle un descanso -me suelta, como si eso fuera una revelación divina.

Levanto la mirada para fulminarlo con la mejor mirada asesina que puedo reunir, pero lo único que consigo es encontrarme con él sonriendo, esa sonrisa adorablemente ruda que hace que sus ojos brillen con una chispa que me saca de quicio.

Porque claro, él se lo está pasando en grande mientras yo muero poco a poco en este maldito gimnasio.

-No puedo más -le digo, tratando de no sonar como una niña pequeña que está a punto de llorar.

Aiden se queda en silencio por un segundo, como si estuviera evaluando si estoy siendo sincera o solo dramática.

Luego resopla, como si estuviera perdiendo la paciencia.

-Vaga -murmura, pero unos segundos después me tiende una botella de agua.

Cuando estoy a punto de cogerla, en lo que sería el primer acto amable de su parte en todo el día, Aiden retira la botella justo en el último segundo, levantándola por encima de mi cabeza.

-¿Cómo se lo tienes que pedir? -pregunta, bajando su voz en un tono que roza la provocación.

Lo miro mal, sintiendo cómo la frustración hierve dentro de mí.

Me acerco a él, obligando a mis piernas temblorosas a dar unos pasos.

Cuando estoy lo suficientemente cerca para que mis pechos rocen su pecho, Aiden levanta la botella aún más, inclinando su rostro hacia el mío hasta que nuestros labios están peligrosamente cerca.

-Pídelo correctamente -insiste, con esa voz que me hace querer golpearlo y besarlo al mismo tiempo.

Volteo los ojos, sabiendo que no tengo otra opción si quiero esa maldita agua.

-Por favor -digo, de mala gana, como si estuviera masticando vidrio.

Aiden sonríe ampliamente, mostrando sus dientes blancos en una sonrisa tan deslumbrante como irritante.

Finalmente, baja la botella, permitiéndome cogerla.

Pero justo cuando estoy a punto de dar un paso atrás, creyendo que la tortura ha terminado, Aiden se mueve más rápido de lo que puedo anticipar.

De repente, su boca está sobre la mía, en un beso que no tiene nada de suave.

Es todo urgencia, con su mano firme en la base de mi cuello, manteniéndome cerca mientras sus labios reclaman los míos con una intensidad que me hace olvidar, por un instante, lo agotada que estoy.

Cuando se separa, Aiden da un paso hacia atrás, observándome con esos ojos azules que parecen saber más de lo que dicen.

-Así está mucho mejor -dice con una satisfacción clara en su voz.

Siento cómo el calor sube por mi cuello, hasta alcanzar mis mejillas, poniéndome roja como un semáforo.

No es justo.

No es justo que pueda hacerme sentir así después de torturarme por horas en este gimnasio.

Me doy la vuelta rápidamente, abriendo la botella de agua y dándole un largo trago, intentando recuperar algo de dignidad mientras me alejo de él.

Aunque lo odie, ese beso es lo único que ha hecho que todo este entrenamiento valga la pena.

Y eso es lo que más me molesta.

Me alejo de Aiden con la botella de agua en la mano, intentando mantener la compostura mientras el calor sigue ardiendo en mis mejillas.

Todavía siento el cosquilleo en mis labios por ese maldito beso, y odio que mi cuerpo haya decidido traicionarme de esa forma.

No, no voy a permitir que él piense que me tiene tan fácil.

Este es el mismo tipo que acaba de llamarme vaga y casi me deja deshidratada por su estúpido jueguito de poder.

Camino hacia el otro lado del gimnasio, buscando un rincón donde pueda tomarme un respiro sin que él me observe.

Me siento en el suelo, apoyando la espalda contra la pared, y cierro los ojos por un momento, respirando hondo para intentar calmar el latido acelerado de mi corazón.

No es justo que él tenga ese efecto en mí, sobre todo después de cómo ha estado comportándose.

Porque sí, Aiden es atractivo y lo sabe, con esa manera en la que su camiseta se ajusta a cada músculo, y cómo su cabello siempre parece desordenadamente perfecto, pero eso no debería afectarme.

Me doy cuenta de que estoy apretando la botella de agua con tanta fuerza que está a punto de reventar, así que la aflojo y le doy otro trago largo.

Intento distraerme, mirar cualquier cosa menos a él, pero cuando levanto la vista, ahí está, en el centro del gimnasio, moviéndose como si estuviera en algún tipo de coreografía perfecta.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.