Emma Sullivan.
Es mi cumpleaños.
Y en lugar de estar envuelta en globos y tartas, me paso el día encerrada en mi habitación, llorando por películas románticas y comiendo helado directo del bote.
Honestamente, esperaba pasar el día entre las sábanas, pero Aiden tenía otros planes.
—Quiero que veas algo— me dijo mientras me sacaba de mi auto-compasión.
Me lanzo una última mirada al espejo, comprobando si tengo la cara hinchada de tanto llorar, y luego bajo las escaleras.
Aiden está esperándome en la entrada, y en cuanto lo veo, me golpea la realidad de que si no fuera por quién es, ya me habría lanzado sobre él.
Camina con esa mezcla de tranquilidad y seguridad que me pone los nervios de punta, sus hombros anchos moviéndose con cada paso.
Su camiseta blanca resalta esos músculos que, joder, parecen esculpidos a mano.
Tomo aire y lo sigo hasta el coche.
Aiden, siendo el caballero ocasional que es, me abre la puerta, y yo me subo, sin poder evitar sentir que, de alguna forma, hoy es diferente.
Me acomodo en el asiento, pero antes de que pueda decir algo, siento sus manos en mi rostro y de repente una venda me cubre los ojos.
—¿Qué estás haciendo? —le pregunto, sorprendida y un poco irritada.
—Es parte de la sorpresa —responde con esa voz que suena como si todo fuera obvio para él.
—¿De qué sorpresa hablas? —insisto, frunciendo el ceño aunque sé que él no puede verlo.
—La de tu cumpleaños, claro —responde con esa indiferencia tan suya que me saca de quicio.
No me queda otra que dejar que me lleve a donde quiera.
El coche avanza y siento la mano de Aiden rozando la mía en el reposabrazos.
No sé si son mis hormonas o el hecho de que estoy a ciegas, pero su contacto me calienta, y no de una forma negativa.
Finalmente, después de lo que parece una eternidad, Aiden frena el coche y siento cómo se baja, dejándome con la incertidumbre hasta que, de repente, su mano envuelve la mía, tirando de mí con suavidad.
Bajo del coche y lo sigo a tientas, sintiendo su presencia cerca, demasiado cerca, hasta que me detengo.
De repente, la venda desaparece, y parpadeo ante la luz.
Lo primero que veo es un letrero enorme: "Mo Bhanphrionsa."
—¿Mo... Bhanphrionsa? —leo en voz alta, un poco perdida, antes de girarme hacia Aiden, que está justo detrás de mí.
—¿Por qué me has traído a una librería? —le pregunto, todavía confundida.
—A partir de ahora, esa es tu librería —responde, tan serio como siempre.
Frunzo el ceño, intentando entender lo que acaba de decir.
—No lo entiendo.
Aiden voltea los ojos con una exasperación que me es tan familiar.
—Ese es el regalo, Emma.
Mi boca se abre de golpe, mientras vuelvo a leer el nombre. "Mo Bhanphrionsa."
Mi mente vuelve a aquel momento en el hospital hace medio año, cuando me llamó así.
Princesa mía.
Siento que las lágrimas comienzan a agolparse en mis ojos, cuando Aiden abre la puerta de la librería.
Malditas hormonas.
El interior es una maravilla.
Dos plantas enormes, repletas de estanterías llenas de libros que se extienden hasta donde alcanza la vista.
Los suelos de madera relucen bajo la luz de las lámparas elegantes que cuelgan del techo.
Hay rincones de lectura acogedores, con sillones de cuero y mesas de café perfectamente colocadas.
Es un paraíso para cualquier amante de los libros. Para mí.
Me giro hacia Aiden, que está parado a unos metros detrás de mí, observándome con esa intensidad que siempre me deja sin aliento.
No sé si son las hormonas descontroladas o el hecho de que nadie, y quiero decir nadie, ha hecho algo así por mí antes, pero de repente me lanzo sobre él, rodeando su cuello con mis brazos y besándolo con todo lo que tengo.
Aiden responde al beso con una intensidad que me hace sentir como si estuviera en medio de una de esas películas románticas que tanto he estado viendo.
Su boca se mueve contra la mía con una mezcla de urgencia y control que me hace olvidar todo lo demás.
Sus manos se enredan en mi cabello, atrayéndome aún más cerca.
Es el tipo de beso que hace que el mundo entero desaparezca, dejándonos solo a nosotros dos.
Cuando me separo del beso, un torrente de emociones me golpea de inmediato, y la vergüenza se instala en mi estómago como una piedra.
¡¿Qué demonios acabo de hacer?!
Intento alejarme de Aiden, casi como si hubiera cometido un crimen, pero él tiene otros planes.
Siento su agarre en mi cintura volverse más firme, impidiéndome moverme ni un centímetro.
Mi corazón late tan rápido que estoy segura de que puede oírlo.
Aiden se inclina hacia mí, su rostro peligrosamente cerca del mío.
Trago con fuerza cuando susurra, con ese tono bajo y seguro que siempre usa,
—Si hubiera sabido que ibas a reaccionar así, lo habría hecho mucho antes.
Mis ojos vuelan hacia los suyos, y sé que me estoy poniendo roja.
Desvío la mirada, intentando recomponerme y fingir que esto no me está afectando tanto como en realidad lo hace.
—No era necesario que me regalaras algo así —le digo, tratando de sonar casual, aunque mi voz me traiciona un poco.
Él se encoge de hombros como si fuera la cosa más sencilla del mundo.
—Mira el lado positivo. A partir de ahora, esta librería es solamente tuya. Podrás leer cuanto quieras sin que nadie te moleste.
Miro a mi alrededor, viendo cómo algunos de los hombres de Aiden están de pie cerca, vigilando como si fueran estatuas.
Están tan atentos que ni siquiera permiten que alguien se acerque para asomarse al interior de la librería.
No puedo evitar sonreír, pensando en lo irreal que es todo esto.
—Gracias, primito —digo con una pizca de travesura, disfrutando de cómo su rostro se endurece al instante.