Emma Bennett
El edificio es ridículamente grande.
No lo digo por dramatizar, es como si lo hubieran diseñado para un ejército de gigantes.
Camino por esos pasillos interminables, con los pies hundiéndose en la alfombra demasiado mullida, mientras sigo a Lucas en silencio.
Trago saliva con fuerza, sintiendo cómo mi garganta se cierra un poco más con cada paso.
Mis dedos juegan con los anillos que llevo, girándolos de un lado a otro como si eso fuera a impedir que algo salga mal.
Porque, claro, todo puede salir mal: que me tropiece, que se me olvide el nombre de alguien, o peor, que simplemente no les guste.
Lucas, Aiden y el resto han llegado dos horas antes, dejando claro que no tienen tanta confianza en mí como dicen.
Y ahora me toca enfrentarme a todos ellos, a los miembros más importantes de la organización.
Lucas me abre una puerta que parece la entrada a otra dimensión, revelando una sala inmensa.
Inmensamente intimidante.
Me coloca una mano en la espalda, empujándome suavemente hacia el centro.
No es que necesitara la guía, pero creo que me hubiera quedado congelada en el umbral de no ser por él.
Caminamos juntos hasta llegar a donde estaban mis... ¿padres?
Esa palabra todavía suena rara.
Me paro a su lado y me obligo a levantar la vista.
Ahí están todos.
Una mezcla de caras, edades y expresiones que van desde la más absoluta indiferencia hasta lo que sólo puedo describir como desconfianza pura y dura.
Genial, todo perfecto.
Aiden esta sentado junto a Christopher y Katherine en la primera fila, con una actitud tan relajada que me dan ganas de pedirle que me pase lo que sea que este tomando para estar así de tranquilo.
Pero claro, no es el momento.
Victoria da un paso al frente, con ese aire de reina de hielo que siempre la acompaña, y comienza a hablar, dirigiéndose a todos con una voz que corta.
-Como todos saben, hace más de dieciséis años nuestra hija desapareció.
Silencio sepulcral.
De esos que te ponen la piel de gallina y me hacen cuestionarme por qué demonios decidí levantarme de la cama esta mañana.
Victoria me lanza una mirada de reojo antes de seguir hablando, y yo trato de no parecer una estatua de cera.
-Durante todos estos años, no hemos dejado de buscarla. Y por fin después de tanto tiempo, finalmente hemos logrado dar con ella.
Victoria hace una pausa, y pude notar cómo su mirada barre la sala, evaluando cada expresión, cada gesto para después, continuar:
-A partir de este momento, Emma será considerada una más de nuestra familia, algo que, debo decir, nunca ha dejado de ser. Y quiero dejar algo muy claro: cualquier acto contra ella será tomado como un acto contra nuestra familia.
El tono con el que lo duce no dejaba lugar a dudas.
Cualquiera que ose decirme algo se encontrara con una especie de condena de la mafia.
Victoria se retira un paso, y el silencio es rápidamente reemplazado por un murmullo generalizado.
No parecen exactamente murmullos de aceptación.
Escucho algunas palabras sueltas.
-¡Impostora!
-¡Solo es una mujer!, no está preparada.
-Quiere ser alguien importante.
Cada una es como una pequeña aguja pinchándome.
Es entonces cuando Samuel, con esa presencia que hace que hasta el más valiente se lo piense dos veces antes de abrir la boca, da un paso al frente, visiblemente furioso.
Levanta una mano y la sala se queda en silencio casi al instante.
—¡Basta! —exclama, su voz resuena con una autoridad inquebrantable—. No estamos aquí para debatir ni para escuchar sus opiniones. Estamos aquí para dejar claro que Emma es parte de esta familia, y como tal, merece el respeto que cualquiera de ustedes le daría a uno de nosotros. ¡Así que cállense y obedezcan!
La sala queda en un silencio tan absoluto que casi puedo escuchar el sonido de un alfiler cayendo
Samuel tiene la extraña habilidad de hacer que cualquier cosa que diga suene como una orden, incluso si solo esta pidiendo la hora.
Sigue hablando, esta vez con un tono más controlado pero no menos imponente.
—Nunca hemos cometido un fallo con esta organización, y nuestras decisiones nunca la han perjudicado —continua—. Llevamos años siendo una de las organizaciones más poderosas gracias a nuestro liderazgo, y les guste o no, este tema no está en discusión con absolutamente nadie.
Hay un breve silencio, casi dramático, antes de que Samuel concluya.
—Estoy seguro de que nuestros hijos liderarán esta organización igual o mejor que nosotros.. Y eso incluye a Emma.
El silencio que sigue a sus palabras es casi ensordecedor.
Si bien los murmullos no han sido exactamente alentadores, este nuevo silencio tiene un peso distinto.
Samuel ha cerrado el tema con un golpe final, y cualquiera que tenga algo que decir al respecto se lo pensara dos veces antes de hacerlo en voz alta.
Victoria hace un gesto para que la gente comience a retirarse, y yo me quedo ahí, clavada en el sitio, tratando de digerir todo lo que acaba de pasar.
Lucas me mira y esboza una sonrisa, como si todo hubiera salido según lo planeado.
—Bienvenida al circo, Emma —murmura, dándome una palmada en la espalda.
Lo miro, intentando no reírme, pero en el fondo, me siento más aliviada de lo que quiero admitir.
...
El salón esta en silencio, salvo por el leve sonido de la respiración rítmica de Max, el cachorro de Golden Retriever que Aiden me ha regalado.
Esta a tan solo un par de metros del sofá, durmiendo como si no tuviera una sola preocupación en el mundo.
Me quedo mirándolo, y por un segundo, deseo poder cambiarme por él, vivir en su mundo de siestas y juguetes para morder.