Emma Bennett.
Dos horas antes.
Estoy leyendo tranquilamente en uno de los sofás de la librería.
Las páginas del libro me tienen tan atrapada que apenas noto el mundo a mi alrededor.
Levanto la cabeza un momento, dejando que mis ojos se aparten de las letras para observar a Jason, que esta parado a unos metros, mirando hacia el exterior como si analizara cada movimiento, cada sombra que se cruzaba por la ventana.
Suspiro hondo, con una mezcla de aprecio y resignación.
Desde que conozco a Lucas y Aiden, Jason no solo se ha vuelto mi sombra, sino una especie de amigo.
Un amigo que, aunque rara vez dice algo, me escucha en silencio durante horas, sin quejarse ni poner caras raras.
Algo que, en este mundo, es mucho más de lo que puedo pedir.
Vuelvo a centrarme en el libro, dejando que las palabras me envuelvan de nuevo.
Pero el ambiente cambia.
Un murmullo creomienza a crecer en la librería.
Escucho cómo los hombres de Jason empiezan a moverse de un lado a otro, con pasos rápidos y tensos.
Algo no va bien.
Levanto la vista, sintiendo una punzada de preocupación.
Jason se acerca a mí con rapidez, su expresión es seria, más de lo habitual, si eso es posible.
—Tenemos que salir de la librería —me dice, su tono es casi una orden.
Frunzo el ceño, confusa, pero su urgencia me hace levantarme sin cuestionar.
Asiento y lo sigo hacia la parte trasera de la librería, donde varios hombres armados hasta los dientes nos esperan.
La atmósfera es densa, cargada de algo que no puedo identificar del todo, pero que me hace sentir como si un puño me apretara el estómago.
Y entonces, ocurre.
De repente, un estruendo sacude la librería.
El suelo tiembla bajo mis pies y antes de que pueda reaccionar, soy lanzada contra la pared.
El impacto me recorre el cuerpo, dejándome aturdida.
Segundos después, unas ráfagas de disparos resuenan a mi alrededor, llenando el aire de un ruido ensordecedor.
Mi corazón se acelera, y por un instante, el miedo me paraliza.
Veo a Jason sacar su arma de inmediato y, con un gesto rápido, me hace agacharme.
Su cuerpo se interpone entre mí y el caos.
Trato de mantener la calma, pero las preguntas no paran de golpearme.
—¿Qué está pasando? —le pregunto, tratando de que no note el temblor en mi voz.
Jason no responde, solo se asegura de que mi espalda quede contra la pared, protegiéndome con su cuerpo.
Su rostro esta tenso, concentrado.
—No te separes de mí, ¿entendido? —me ordena, su voz era grave, casi autoritaria.
Asiento, aunque un nudo se forma en mi garganta.
Entonces, varios hombres interrumpen en la parte trasera de la librería.
Jason trató de pedir refuerzos, pero todo parece inútil.
Los tipos se acercan con la confianza de quien sabe que lleva las de ganar.
Lo siguiente ocurre tan rápido que apenas logro procesarlo.
Jason derriba a varios de los hombres con una precisión casi mortal, pero en un parpadeo, un disparo lo alcanza.
El sonido del impacto es seco y fuerte.
Lo veo caer al suelo, su expresión de dolor me atraviesa como un cuchillo.
—¡Jason! —grito su nombre, desesperada, pero mi voz se pierde en el caos.
Antes de que pueda correr hacia él, unos brazos me rodean con fuerza, levantándome del suelo.
El pánico me invade.
Recuerdo las clases de defensa personal que Aiden me ha obligado a tomar.
En un movimiento rápido, logro derribar al tipo que me sujeta, sintiéndome mas valiente de lo que debería por un momento.
Pero no me dura mucho.
Un golpe fuerte en la cabeza me deja sin aliento, el dolor es intenso, una explosión blanca en mi visión.
Todo a mi alrededor empieza a desvanecerse en una oscuridad fría y abrumadora.
El último pensamiento que atraviesa mi mente antes de caer inconsciente es que todo esta saliendo terriblemente mal.
...
El dolor en mi cabeza es punzante, como si miles de agujas se estuvieran clavando en mi cráneo.
Abro los ojos con esfuerzo, y lo primero que veo es un techo de concreto agrietado, frío y ajeno.
Todo mi cuerpo duele, y la desesperación comienza a invadirme cuando me doy cuenta de que estoy en algún tipo de sótano oscuro.
Me esfuerzo por levantarme, pero mis muñecas están atadas a los brazos de una silla de metal, con cables que se clavan cruelmente en mi piel cada vez que intento moverme.
Un jadeo de dolor se escapa de mis labios antes de poder contenerlo.
El frío del metal atraviesa mi piel, y el terror se instala en mi pecho como una piedra pesada.
Esto no puede estar pasando.
Es imposible.
Pero cuando miro a mi alrededor, veo los barrotes que me rodean y el suelo sucio, me dice que, lamentablemente, estoy muy despierta.
El miedo me recorre como una descarga eléctrica.
Mis pensamientos van y vienen desordenados, intentando buscar una salida, alguna manera de deshacerme de las ataduras.
Pero todo lo que logro fue aumentar el dolor en mis muñecas y provocar que un par de lágrimas broten involuntariamente.
Trato de respirar hondo, de mantener la calma, pero el pánico se apodera de mí, y el sonido de mis propios latidos resuena ensordecedor en mis oídos.
No puede ser real.
No puede estar sucediendo.
Intento convencerme de que es una pesadilla, una alucinación provocada por el golpe en la cabeza.
Pero entonces escucho el crujido de una puerta abriéndose, y todos mis intentos de aferrarme a esa mentira se desvanecen.
Un hombre entra en la habitación.
Su presencia lo llena todo, como una sombra gigantesca que oscurece lo poco que queda de luz en este lugar.