Reina Efímera

Enamorada

No es como pienso, pero dudo

El caballo mantuvo la cabalgata por horas. El ancho camino de tierra me parecía interminable. En todo momento sentía su cuerpo firme muy cerca del mío, sin embargo, en ningún instante percibí la calidez de su aliento menos aun su respiración. Su presencia me resultaba escalofriante.

Mantuve mis pensamientos lo más alejados a lo que descubría, pero el miedo me alertaba y en más de una ocasión quise saltar del caballo y huir. Me hallaba al borde de la desesperación, porque incluso siguiendo en lo absurdo de creerle, no tenía idea si eso me aseguraba volver a mi hogar o reencontrarme con mi padre.

Todo lo que tenía por familia era mi padre y mi nana Sarbelia, que su amor en gran manera se podría comparar al de una madre, siempre atenta a mí y a lo que necesitaba.

«Si te alejas de él, ¿A dónde iras? Al menos existe la posibilidad que no mienta»

Mantener una verdadera lucha contra sí misma para convencerme de algo insólito fue una verdadera tortura. Sentía volverme loca. No sabía a dónde íbamos o a quienes nos dirigíamos exactamente.

A la distancia por fin, vi asomarse un pequeño poblado, el caballo trotó más a prisa. Sentí más consolados mis temores al ver muchas personas caminando por doquier, muchos nos echaban la vista con curiosidad.

Cruzamos casi todo el pequeño poblado, evadiendo las incontables miradas. Cuando creí que pasaríamos de allí y dejaríamos todo, se acercó a una casa que al parecer era una de las últimas. Resaltaba a la altura de una colina no muy empinada. Se veía pequeña. Jon se desmontó un poco antes de llegar a la entrada de la casa.

―Princesa, según lo que tengo encomendado, pasaremos unos días en este lugar si nos permiten quedarnos. 

No sabía en qué momento logró cubrirse, tenía tapado el rostro, únicamente asomaba los ojos. Al llamar a la puerta volvió a descubrirse.               

Una hermosa jovencita le atendió. Evidentemente no pudo controlar su ímpetu. Por un momento sentí que se lo comería con la vista.

Él conversó con ella durante un momento. Ella entró a la casa, casi al instante salió una anciana con aspecto sereno, fijó su vista en mí.

Jon conversó con ella durante un rato, asomando su mirada a mí de vez en cuando. Conversaron largo y tendido, me dolían las caderas por permanecer sentada por tanto tiempo.

Se aproximaron a mí, justo cuando resolví apearme.

― ¿Entonces tu eres Ana? ―Me preguntó la anciana.

Por detrás de ella, Jon me veía con un gesto positivo, levantando una ceja en señal de asentimiento.

―Sí, soy yo ―Contesté, tímidamente.

―Eres muy hermosa y joven. ¡No habría imaginado tan buena noticia! Me da gusto conocerte.

Esbocé una sonrisita tonta simplemente porque no entendí nada. La anciana mostraba en su trato a Jon un cariño sincero; similar al de una madre al mirar a su hijo.

―Jon pueden quedarse el tiempo que lo necesiten.

―Realmente se lo agradezco, no será por mucho se lo aseguro. En todo lo que necesite ayuda, Ana y yo estamos dispuestos a apoyarla, señora Marcela.

Estaba sorprendida por el cambio tan radical en su trato, parecía otro.

― ¡Oh muchas gracias, Jon! Vamos pasen, llamaré a mi nieta para que les muestre nuestra humilde vivienda, algunas cosas han cambiado un poco desde la última vez que estuviste aquí.

―Esperaremos con gusto ―Concluyó Jon.

La anciana caminó hacia la puerta. Al abrirla salió la misma jovencita pelirroja que había visto antes. La anciana le daba explicaciones y nos señalaba.

―Trate de ser amable con ellos, por favor ―Dijo en tono autoritario.

― ¿Amable? ¿A qué se refiere? ―Repetí malhumorada.

―Simplemente, trate de ser agradable. No cualquiera acepta a dos personas en su hogar.

―Oiga, no me hable de modales. Usted ni los practica pienso que es tan inculto que ni siquiera los conoce…

Él estaba a punto de responderme, pero la misma jovencita le habló, interrumpiendo nuestra discusión. De cerca, tan bonita como cuando la vi asomarse a la puerta, delgada, no muy alta, de cabello rojizo; de piel blanca y delicada. Tenía ojos grandes claros, labios carnosos; una apariencia dulce y amable.  

― ¡Jon, que alegría que se quede con nosotros! Se ve idéntico, no ha cambiado nada ―Exclamó entusiasmada. Jon se inclinó y ella lo abrazó con todas sus fuerzas. Por un instante pensé que lo estrangularía.

―Gracias señorita. Me gustaría decir lo mismo, pero noto que usted ha crecido. Me da mucho gusto verla con salud.

La franqueza se dejó entrever en sus palabras amables. Supe ante su cortesía que una vez más le conocían.

―Dice mi abuelita, que la señorita es su hermana, ¿es cierto?

―Sí, así es. Su nombre es Ana.

Sus ojos se clavaron en mí, me inspeccionó un momento e hizo un gesto despectivo con cierto disimulo. Fue entonces que me di cuenta que solamente era apariencia esa amabilidad y dulzura. Le clavé la vista e hice los mismos gestos. Se hizo la desentendida, prosiguió como si nada desagradable hubiera pasado entre ambas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.