―Ana la cena está lista ―Voceó Jon desde el otro lado de la puerta.
―En seguida voy.
Su voz profunda me pareció que llenaba algo en mí que no sabía que existía. Al asomarme a la entrada no le vi. Comprendí que me esperaban en la mesa.
De prisa me dirigí allí, miré a todos sentados, sin que hubiera lugar disponible al lado de Jon; Doña Marcela se hallaba de un lado e Inés del otro. Me senté en la única silla desocupada, junto a Joaquín.
― ¡Huele bien! ―Dijo Joaquín, animado.
No mentía, el aroma de las verduras cocidas junto a la carne de pollo, llenaba de un aroma muy agradable la pequeña cocina. En silencio cada quien disfrutaba de lo que comía, hasta que Inés inició conversación con Jon; haciendo muchas preguntas curiosas. Él respondió a todas con frases cortas sin dar mayor detalle. Joaquín no miró a otro lado que no fuera la comida al igual que Doña Marcela.
Inés prosiguió con su conversación, incluso cuando todos terminamos de comer. Cada gesto, palabra o mirada descubría el verdadero deleite que le provocaba Jon, parecía irresistiblemente atraída a él. Lo comprendía e incluso sabía lo entendible que podía ser, pero me incomodaba hasta cierto punto que lo expusiera tan descaradamente. Sin darme cuenta de ello, tenía el rostro tenso. Al alzar la mirada, ella soltó una sonrisa burlona; parecía demasiado grande en su rostro pequeño.
―Jon, sabe, siempre tuve el deseo de aprender a montar a caballo, quería preguntarle si usted podría enseñarme.
Doña Marcela, le echó una mirada envenenada. También la miré del mismo modo.
―Claro, yo podría llevar a Ana mientras Jon te instruye― Agregó Joaquín sonriendo complacido al posar su vista en mí.
Jon continuó inmutable, sin alzar la vista, su mirada seguía fijada en su brebaje. Tomé palabra al saber que Inés deseaba estar a solas con él.
―Creo que sería perfecto, podríamos ir todos juntos― Mencioné con evidente intensión de complicarle el cometido a Inés.
―Señora Marcela, si usted lo considera conveniente, podría hacerlo.
Jon lo dijo con amabilidad sin expresar más que su respuesta.
―Hijo tu siempre tan considerado. Creo que Joaquín puede encargarse de enseñarle a Inés ―Respondió con voz grave, sin despegar su vista de Inés.
La expresión de Inés cambió radicalmente, parecía furiosa. Sonreí lo más disimuladamente posible, declarando mi júbilo. Nadie mencionó nada, uno a uno se retiraron de la mesa empezando por Joaquín quien de una vez le deseó las buenas noches a su abuela. Di las gracias, aunque fue raro, fui la última en hacerlo.
―No se preocupe, le ayudaré a llevar los platos― Mencionó Jon recogiendo todo.
Su gesto caballeroso me causó cierto agrado, nunca había visto a un hombre actuar así. Quizá lo había juzgado con cierta ligereza, cuanto más profundizaba mi atención en él, más me daba cuenta de lo fascinante que podía ser.
Doña Marcela no permitió que él recogiera la mesa. Inés se inmiscuyó casi de un salto dejando todo en orden. Al terminar se abalanzó sobre él sujetándolo de un brazo.
Jon no cambió su habitual compostura siguió serio completamente atento y paciente a lo que ella parloteaba sin parar. Doña Marcela también se retiró después de desearnos las buenas noches.
No quise seguir frente a ellos, me aparté volviendo a la habitación, aunque sinceramente no lo quisiera.
En la habitación, desde una ventana mi atención se fijó en el cielo; una noche preciosa destacaba, con un firmamento repleto de estrellas. No pasó mucho para que la puerta se abriera.
Oí sus pasos acercarse a la mesa, no fui lo suficientemente valiente para mirarlo. Volví a apreciar la misma sensación que cuando estaba en mi alcoba en el castillo; en el día de la invasión. La puerta abierta y en la oscuridad saber que no estaba sola.
―Princesa, si desea dormir, puede hacerlo.
Algo indescriptible me apretó el pecho. Traté de disimular manteniendo la misma actitud que tenía hacia él. Me volví respirando hondo, me encontré con su mirada aguda y directa.
―Sí, Jon, lo haré en un momento.
Realmente deseaba que mencionara algo de lo ocurrido en esa tina, porque, aunque deseaba hablar del asunto no quería empezar el tema por mi propia iniciativa.
―Mañana temprano necesito que me acompañe, le mostraré otras cosas en las que puede ayudar.
Me sorprendió notarlo ajeno a lo que había pasado. Ni siquiera me importó lo que me pidió.
― ¿En verdad lo cree?
Estaba reclinado sobre la silla, se enderezó sin contestarme. No pude quedarme callada y verlo salir. Le pregunté justo lo que se me pasaba por la cabeza, me di cuenta que daba de pasos hacia la entrada.
―Jon, ¿qué pasará con usted, donde dormirá?
Echó una mirada hacía mí, pero su rostro estaba sombrío.
―No importa. Hasta Mañana.
Dejó la habitación. No se sacudió la habitación entera tras el portazo, sino que cuidadosamente la cerró. Me quedé tras la puerta, tocando la madera burda. Me debatía de pronto en seguirle. Saber qué hacía y a donde iba. Era la segunda noche que me dejaba sola en la habitación.
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Editado: 22.07.2021