Jon solía ser muy atento, aunque conmigo siempre distante y frío. Estaba al pendiente de mí sin comprometer mucho su presencia. Me ayudaba siempre, él parecía saberlo todo. Así se fueron pasando los días, mostrándome como hacer cada una de las labores en esa casa. Estar cerca de él me hacía sentir segura tanto que me fui adaptando. A pesar de haberme dicho que nos iríamos, pasaron varios días.
Las murmuraciones de Inés se hacían presentes cada vez que nos hallábamos juntos en la mesa; parloteaba sin parar sobre la fiesta de acción de gracias al príncipe, especialmente esta mañana. Me intrigaba mucho saber si Jon estaba dispuesto a ir.
En lo particular, sentía mucha curiosidad por esa celebración. Quería asistir, pero no podía ir sin Jon, menos escaparme. Sin tener ninguna opción, me quedaba tan sólo aguardar por lo que me traería el destino.
― ¿Necesita que le traiga agua? ―Preguntó Jon, antes de marcharse de la habitación.
―No, gracias. Traje un poco.
―Bien, descanse.
Ya sabíamos que tareas hacíamos cada uno en la casa o en la granja, a mí se me había vuelto hábito llevar una jarra con agua a la habitación.
― ¿Jon?
Se volvió a mí antes de llegar a la puerta.
―Hoy es la celebración al Príncipe, ¿verdad?
―Sí, es hoy.
― ¿Usted no irá?
Se quedó en silencio, inclinando la vista. La tela de la camisa blanca se amoldaba a él, aunque intentara ocultarlo, relucía su buena figura en esa ropa holgada.
―No, es mejor que no.
En seguida tocaron la puerta impacientemente. Jon atendió.
―Hijo, no me digas que no irán a la celebración.
Doña Marcela parecía preocupada parada justo en la entrada.
―Es preferible que nos quedemos. Pueden ir ustedes yo me encargaré de cuidar la casa mientras no están, Ana se quedará conmigo.
Por detrás de Doña Marcela, Joaquín e Inés asomaban sus rostros con curiosidad.
―De ningún modo, hijo tú no eres un criado. Es un día especial, te hará bien divertirte un momento y sé que a Ana le gustará. Estoy segura que no ha ido antes.
Se me iluminó la vista. ¡Qué agradecida me sentía al destino! Mi gran sonrisa aseveraba mi entusiasmo al respecto.
― ¡Vamos, Jon! ¡Siempre íbamos, no podremos ir sin usted! ―Exclamó Inés, llegando con ímpetu al lado de Jon.
Jon guardó silencio, mientras todos hablaban con sincera intensión de convencerle.
―Bien, pero regresaremos a una hora prudente, no nos quedaremos hasta tarde.
Inés aplaudió felizmente mientras Joaquín esbozaba una sonrisa complacido, por detrás de Doña Marcela.
―Tengo algo que te quedará bien. ¿No pensarás ir así? ―Dijo Joaquín con voz recia.
Inés lo tomó de las manos, asiendo de él a la puerta. Doña Marcela sonrió al notarme tan al pendiente de Jon, seguía metida en las sábanas.
―Ayudaré a Ana a vestirse, en seguida estamos con ustedes.
La mirada de Jon buscó la mía, mostrándose de acuerdo. Asentí con la cabeza, hasta entonces Jon permitió que los tirones de Inés lo sacarán de la habitación.
―Creo que se te verá muy bien.
―Se lo agradezco mucho, es muy lindo.
―Vístete querida, mientras termino con esto.
Tomó asiento, dándome la espalda. Sus manos trabajaban con una aguja de plata e hilos de hermosos colores. Miré el vestido que tenía en manos. El tono celeste destacaba en la tela de algodón con hermosos acabados.
La confección garantizaba la diligencia en cada detalle y también testificaba gran afecto. Me puse de pie para desvestirme y tallármelo. Se ajustó a mi cuerpo perfectamente. Me encantó usar algo tan bello, los bordados en los tiros del faldón dejaban entrever filigranas.
―Te ves muy bien. Creo que Jon tiene una hermana muy linda.
Sus manos sostenían un bello listón amarillo con hermosas costuras. Lo acomodó en mi cintura, anudándolo en mi espalda en una gran moña. Le sonreí apenada y también sensibilizada.
―Jon es generoso y nunca se abstiene de hacer el bien. Me pareció más que un detalle, es una muestra del inmenso agradecimiento que le tengo. Él más que un hombre honorable, es como un hijo para mí. Sé que tiene sus razones con respecto a ti, pero créeme sé que te aprecia.
Sus palabras me dejaron pasmada. Me pareció como si intentará decirme o darme a entender algo más. A mi mente vinieron de golpe reminiscencias, sucesos en los que Inés se sentía realmente abrumada al notar a Jon tan cerca de mí. Me perdí en mis pensamientos, hasta que sentí las manos de Doña Marcela desatar mi cabello. Lo cepilló dulcemente, no pude evitar que recordará a mi querida Sarbelia, sentí la nostalgia abrazarme. Hizo un peinado en mis cabellos; una trenza de varios mechones, lo adornó con narcisos amarillos al terminar. Los brotes se hallaban en el mismo cesto que contenían la aguja y los hilos.
―Bien, estás lista.
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Editado: 22.07.2021