Reina Efímera

¡Lo sabía!

Apenas unas nubes negras se aparecían alrededor de la hermosa luna en forma de sonrisa. No podía creer que tuviera tanta suerte de estar con vida después de ese salto suicida al acantilado.

Un resoplido resonó junto a mí. Identifiqué al fuliginoso caballo de Jon, no había otro como él con su oscuro pelaje, sus ojos ámbar y su gran estatura. Me alivió profundamente reconocerlo y contar con su compañía, su presencia era prueba indudable de la cercanía de Jon. Amigablemente acercó su cabeza a la mía, acaricié su espesa crin. Casi de inmediato tuve que apartar mis manos, se paró en dos patas dando de relinchidos.

Rápidamente volví mi vista al frente, una silueta oscura se asomaba por fuera del agua, avanzaba en dirección a nosotros sin extinguirse el destello en sus ojos. Las aguas parecían por sí mismas alejarse de él para descubrirle la orilla permitiéndole pasar con mayor facilidad a donde estábamos el caballo y yo.

A una distancia prudente de mí, lo vi tomar una forma más humana. Reconocí de inmediato el amuleto sostenido en una de sus manos; que irradiaba una luz rojiza, y la daga ser apretada cuidadosamente por la afilada hoja en lo que podía ser su boca o su dentadura. La ropa oscura que de pronto parecía ser visible se apretaba a su cuerpo, mientras el agua se arremolinaba por debajo de sus rodillas.

El enigmático ser al pararse frente a mí, se colocó el talismán al cuello y envainó la daga en el respaldo de cuero de su bota, el agua volvió a su normalidad quedando tras de él a la orilla del río. Hasta entonces fui consciente del frío viento que tocaba mi cuerpo, me estremecí de pies a cabeza, con el pecho saltándome sin parar.

Antes que pudiera pensar, mi cuerpo fue sostenido por él. Me cargó con una facilidad asombrosa, no pude reprimir cierta incomodidad al sentir sus extremidades hechas un témpano de hielo.

El caballo no dejó su entusiasmo, seguía emocionado girando y poniéndose en dos patas, mientras que yo quería gritar o huir, por un breve momento no pude entender la excitación del potro, hasta que el ser que me llevaba en brazos encaminó un par de pasos hacia el caballo. De inmediato se quedó quieto, permitiendo que quien me cargaba me dejara sobre su lomo.

De manera cuidadosa y veloz también se trepó él. Ágilmente incliné la mirada, no era capaz de verlo a la cara, no de nuevo. Su apariencia fantasmal me tenía los pelos de punta, pero muy dentro de mi corazón no percibía peligro a su lado.

El caballo emprendió galope yendo de forma gradual hasta avanzar velozmente. Cada una de mis extremidades se agarrotaron al percibir la fría ventisca. Podía ver mi aliento caliente escaparse, y mi piel enfriarse como nunca antes lo había sentido.

Pero, pese al frío que tocaba mis huesos, no pude evitar que mis pensamientos se dirigieran a Jon o en la posibilidad que alguien más me hubiera rescatado. Aceptar que Jon y el ser que me había salvado fueran la misma persona no tenía sentido, menos aún que me hubiera dejado a mi suerte con otro extraño. Mis ojos se posaron con asombro en las manos fuertes que maniobraban las riendas del caballo, lo hacía como sólo Jon solía.

Mi cuerpo se sacudió involuntariamente varias veces seguidas, y quizá no por el frío, aunque en parte, sino al reconocer lo absurdo de dudar de con quién iba trepada en el negro corcel.

El potro no aminoró la marcha, galopaba como si volara. Nunca había percibido que con esa velocidad era casi imposible respirar bien. Fue casi una necesidad pensar en el calor. Quería aferrarme a algo que me lo proporcionara, mis piernas y brazos estaban congelados. Parpadeaba una y otra vez para impedir que el sueño que brotaba desde muy dentro de mí emergiera para abrigarme del cansancio y el frío.

Durante un rato, no pude fijarme más en nada de lo que ocurría a mi alrededor, mantenía una verdadera lucha por no quedarme dormida, muy interiormente repetía algunas oraciones porque sentía que ya mis fuerzas no eran suficientes para mantenerme sentada con mi propio equilibrio.

Un abrupto salto del potro, exhortó mi instinto de no caerme. Inconscientemente me aferré a la crin del caballo.

Al frente se iluminó una planicie dividida por un cercado, una vez más el caballo brincó, dejando en mi vientre una rara sensación. No lentificó su trote hasta llegar a un enorme granero. Ingresó y se detuvo por completo junto a la broza que estaba regada y unas cuantas más que se hallaban apiladas al fondo.

Me estremecí de nuevo al sentir dos manos arrastrar mi cuerpo. Me dejó cuidadosamente sobre rastrojos y la broza que ya había visto. Sentada pude darme cuenta que no sentía ya nada en mi piel entumecida.

Fui consciente hasta entonces de la presencia de varios animales, lo sorprendente fue verlos en total calma, como si nada hubiera irrumpido su lugar de descanso. Con dificultad alcé la vista hacia la parte más oscura donde el caballo aún se encontraba. De pronto no sentía miedo ni desconfianza, muy interiormente gran parte de mí ya estaba convencida de la identidad del ser que estaba a mi lado y del caballo. Mi cuerpo oscilaba de modo involuntario.

Claramente distinguí una sombra moverse hacia la parte iluminada donde me hallaba recostada.

—¿Jon? —Pregunté, sin poder dejar de tiritar exageradamente.

—Estoy aquí. 

Su voz alivió mis desconfianzas, preferí lo absurdo antes de aceptar a otro extraño a mi lado. La calma precedió desde el fondo de mi alma. Si bien tenía mil dudas, daba gracias al cielo que fuera él. Se inclinó a mi lado y pasó a mis manos ropa seca.  Se la recibí absorta, mientras mis manos seguían temblando. Tocaba la ropa sin creer cómo la había conseguido tan rápido.




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