Jon logró convencerme que debía volver, aunque mi corazón se resistiera ante nuestra despedida. Nos tuvimos que detener, la noche obstaculizaba la visión, aunque en verdad a mi criterio, posiblemente tenían planes.
Jon podía ir en la oscuridad sin problema al igual que Nigromante y sus respectivos caballos. Nigromante hizo una fogata sin usar magia o trucos; como cualquier ser humano buscó ramas y con estrellar rocas logró hacer fuego. Nos sentamos alrededor, mientras la inmensa luna en plenilunio nos hacía compañía. Los tres comimos varios frutos que Nigromante encontró en un árbol no muy alto.
Nigromante y Jon conversaban sobre el origen de aquellos frutos y lo que aportaban al cuerpo. Mi atención se fijaba en disfrutar cada instante junto a ellos, pronto esa realidad sería un sueño.
Las ganas de dormir se me habían espantado por completo. Pensaba de tal modo que al volverme al frente Jon se desapareció de mi vista, Nigromante se quedó a mi lado, ambos nos calentábamos con el fuego había mucho frío, escasos árboles se hallaban tras nosotros.
No comprendí cómo Nigromante siendo un hábil hechicero y capaz de transformarse en quien quisiera, se comportará como cualquier otro ser humano, calentándose en la hoguera, disfrutando de su luz.
Ya había escuchado a Jon negarse a que aprendiera a hacer lo que esas mujeres sabían, no pude quedarme con la duda sobre si Nigromante había tenido algún maestro. Mientras estaba ensimismada, en momentos podía sentir su mirada.
—Nigromante, ¿quién te enseñó a usar la magia?
Sonrió, colocando su vista sobre la hoguera. Era un tipo muy atractivo, sus ojos brillaban a causa del reflejo del fuego en sus ojos.
—La vida.
Fruncí el ceño.
—La verdadera magia está en las cosas que nunca crees relevantes, por ejemplo: ésta fogata. Sin ella seríamos presa para animales que rondan por las noches buscando que comer; correríamos el riesgo de morir mientras dormimos.
Al notar mi reacción de confusión, habló suavemente de nuevo.
—Quiero que cierres los ojos.
Le obedecí sin comprender muy bien.
—¿Qué oyes?
Al tener cerrados los ojos, podía escuchar las ramas tronando al ser consumidas por el fuego, los cantos de las cigarras y grillos, el sonido del viento meciendo las hojas.
—Todo lo que está a mi alrededor.
—Eso es magia, tu respiración es magia. Somos parte de la naturaleza, ella está en nosotros como nosotros somos parte de ella. Todo tiene un lenguaje, la mayoría prefiere no escuchar, pero la naturaleza siempre habla para quien quiere escucharla.
Abrí los ojos maravillada. Y entonces vi a Jon a mi lado, quien estaba en silencio oyéndonos. Comprendí que la naturaleza siempre nos escuchaba, así como Jon que permanecía a mi lado sin decir media palabra, pero comprendiendo muy bien lo que pasaba.
—¡Oh, Nigromante! Tienes razón. —Reí maravillada.
—Le explicas tú, o se lo explico yo —Preguntó Nigromante a Jon, mi vista se fijó en su preciosa faz.
—Díselo tú.
Ni siquiera lo pensó su respuesta fue inmediata.
—Princesa Alexia, hay algo que debes saber…
Abrí los ojos a más no poder.
—Ésta noche la luna tiene un encanto especial, ocurre cada setenta o cien años, veremos una luna así de grande y brillante hasta dentro de ese tiempo. La luna es la encargada de muchos ciclos y de la propia marea del mar, entre otras cosas. Para poder seguir con el viaje, necesito que hagamos el canto a la luna, esto nos ayudará para evitar que encuentren tu rastro.
—De acuerdo —Acepté aun confusa.
Recordaba perfectamente a Jon haberle dicho a Nigromante que ya había arreglado ese inconveniente. Jon de inmediato notó mi desconcierto.
—Descuide, Princesa no es nada malo, de ser así no lo habría aceptado.
—Entonces, ¿Jon usted lo ha hecho antes?
Sonrió sutilmente.
—No debidamente, Princesa.
—El canto de la luna es un pequeño ritual al Creador, donde le pediremos que te proteja hasta tu destino sin que nadie interfiera. La luna que igual atrae los ciclos de la vida, ayudará a recordarte que la vida está llena de cambios y cosas buenas. ¿Estás lista?
Muy nerviosa me puse de pie.
—Sí.
Nigromante se acercó a mí, tocó mi frente con sus dedos suaves.
—Cierra los ojos.
Le obedecí e inmediatamente sentí como si todo hubiera girado.
—Ya puedes abrirlos.
No podía creer que la luna estuviera tan grande, se reflejaba en el mar como en un espejo, sentía el viento soplar en mi rostro mientras mi cabello bailaba con su fuerza.
—¡Dios mío! Estamos ante el mar.
—Eso parece, Princesa. —Contestó Jon.
El oleaje no era tan salvaje como recordaba, la brisa fresca, la playa inmensa y tranquila. El sonido de las olas al revolverse en las muchas aguas me dejó maravillada.
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Editado: 22.07.2021