Todas aquellas jovencitas ingresaron con intención solemne de servirme. Tuve que pedirles que me dejaran a solas en la gigantezca alcoba. Acataron mi mandato sumisamente saliendo una tras otra. Al instante oí a alguien llamar a la puerta.
—Adelante.
Logró sorprenderme mi voz con ese tono melancólico y vacío de alegría. En cuanto lo vi entrar, no supe que sentir. Al comienzo de mi viaje soñaba con el día de volverlo a ver, pero justo en el instante que estaba frente a mí, deseaba que desapareciera. Estaba confundida, enfadada y muy incómoda.
—¡Hija, mi amada hija, es una bendición que estés de nuevo con nosotros! —Vociferó lleno de alegría abrazándome efusivamente.
—¡Padre, te vuelvo ver! —Lo saludé tratando de disimular lo mal que me sentía.
—¡Quiero que te vistas de fiesta! Todo el Reino ansía con verte. ¡Imagina cuan feliz está tu futuro suegro y no digamos Esteban! Organizaron un banquete de bienvenida. Sarbelia vendrá por ti en un momento, todos celebraremos nuestra unión como una familia; juntos de nuevo hija, por fin.
Se apartó de mí para echarme un vistazo de pies a cabeza.
—¿Y ese atuendo?
Su falta de interés acerca de lo que nos había pasado fue evidente. Ni siquiera me preguntó algo del viaje o cómo me había tratado Jon, si estábamos bien ambos o si en nuestras peripecias habíamos tenido ostensibles dificultades, nada. Le parecía importante porque me convertiría en la nuera del soberano de esas tierras. Me partió el corazón por completo, me sentí como un simple objeto.
—No es nada malo si eso es lo que te preocupa, padre— Contesté seriamente con rediós sin detallar nada más.
—Te veo cariño estás frente a mí, sana y salva eso es lo único que me importa. Te amo hija. —Me dio un beso en la frente y a grandes pasos se encaminó a la puerta.
—No me ves a mi padre, ves tu propia alegría —Susurré con profusa decepción. Se marchó sin darle importancia a mi manifiesta congoja.
En la enorme habitación me abatía notar el encierro y la pesada ostentación. Me recosté sobre la cama sintiéndome tan vacía. Lloraba desconsoladamente, compungida desde el alma. Jon había cumplido ¿para esto?
Sarbelia entró a la habitación con una prisa que había visto tan sólo en Jon, se inclinó ante la cama y luego de sobar mis cabellos masculló:
—Mi niña, el joven quiere hablar con usted.
De un salto me puse de pie y me limpié las lágrimas.
—¿De quién hablas, Sarbelia?
—Hija, me da mucha pena, pero él insiste. Esperó hasta que su padre se marchara para poder verla.
—¡Dios mío! Bien, entiendo, dile que pase, pero antes Sarbelia, no debes decirle nada a mi padre.
—Sí mi niña, él no se enterará.
Salió de la habitación, sin hacer ningún ruido y velozmente.
Me sentía nerviosa, pero después de un momento la puerta se abrió. Miré a un joven de cabello rubio asomarse, de piel tersa y bien vestido; se notaba que estaba tenso y nervioso también. Ciertamente esperaba ver a otra persona, pero traté de disimular la enorme desilusión que sentí.
—¡Alexia, que alegría! ¡Eres tú! Perdona, en verdad, no quería ser atrevido ni irrespetuoso contigo, pero necesitaba verte y saber que estabas bien —Saludó con gran afecto.
Se sentó sobre la cama, justo al lado mío. Sus ojos color miel me veían con una alegría indescriptible.
—¡Hola Esteban! ¡Cuánto tiempo! No por favor, despreocúpate, estoy bien.
Me abrazó dulcemente, me agradó mucho volver a verlo. Su saludo me confortó, con afecto sujetó mis dos manos.
—¡Pareces otra! El atuendo es…
Parecía confundido y emocionado ante mis extrañas ropas. Con suavidad quité una de mis manos.
—Un poco revelador, lo sé. Pero es cómodo —Contesté, poniendo mi mano sobre mi pecho.
Sonrió tímidamente.
—Bueno, siendo así, es mejor que salga o corro el riesgo que tu padre si me haga algo, pero me da mucho gusto verte Alexia. No sabes cuánto me he preocupado por ti. Después de las locuras de nuestros padres, creo que podremos conversar tranquilamente. —Indicó mientras sostenía una de mis manos —Te veré en un momento.
Le dio un beso suave a mis dedos. Se alejó sin apartarme la mirada hasta que se marchó. Verlo fue algo bastante diferente a lo que había sentido con mi padre, sabía que Esteban era inocente a cualquier arreglo que mi padre hubiera hecho y en realidad hubo algo en él que me hizo sentir bien. Pero al tocarme, no lo sé, me provocó cierta aversión. En nada se parecía al calor ni a la energía que emanaba de Jon.
Sarbelia entró como flecha, miré algo en sus manos.
—Mi niña, debe vestirse. La esperan en el comedor principal…
Puso sobre la cama un llamativo vestido rosa.
—¿Sarbelia, en verdad lo crees? —Respondí viendo con displicencia el ridículo vestido.
—Pero mi niña es uno de sus favoritos, además no puede presentarse, así como está. Se ve casi desnuda.
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Editado: 22.07.2021