Reina Efímera

El Ejército Dorado

—¡Hija, buenos días! 

Abrí los ojos y vi a Sarbelia muy contenta con mi desayuno. Todavía podía recordar lo que había soñado y perfectamente. Había visto a un Ejército incontable, con hermosas armaduras doradas como el sol, comandados por un hombre que llevaba la misma indumentaria, encubierto completamente, sólo asomaba sus ojos azules. Llevaba una insignia sobre el pecho.

El Ejército no tenía igual en su avance. Varios de sus adversarios a duras penas podían pelear con uno de aquellos dorados soldados y éstos eran muchísimos. Pude ver que estaban ganando batalla tras batalla, luego de que arribaran. Seguía sumida y asombrada.

—Lo siento, tuve un sueño muy raro, olvídalo —Sonreí ampliamente —Se ve delicioso, muchas gracias. Ah, y por cierto buenos días Sarbelia, ¡Qué mal educada soy! —Exclamé acomodándome en la cama.

Sarbelia me veía desconcertada, hice caso omiso y empecé a comer con mis deditos recién levantados.

—Sabes, pasó mucho tiempo antes que comiera así —Mencioné saboreando la comida con la boca abierta.

—Puedo imaginarlo mi niña. Y si no es indiscreción, ¿cómo la trataron?

Masticaba sin virtud la comida.

—Ah, pues muy bien, Sarbelia. Fue algo inesperado, pero quizá ha sido lo mejor que me ha sucedido, creo que te lo había mencionado.

Nuevamente Sarbelia se mostraba confundida y hasta horrorizada al verme comer con tantas ganas.

—Tanto su padre, Esteban y yo, sufrimos mucho por su partida. Esteban no sabía nada, se enteró hasta que nos vio, pero sufrió tanto, por momentos quería salir a buscarla.

—Oh ya veo— Contesté lamiéndome los dedos —Nunca pude decirte lo agradecida que me siento contigo, te extrañé. Te debo unas enormes gracias. ¡Gracias!

Me puse de pie dándole la bandeja, la abracé tiernamente, pero parecía como si le hubiera ensartado clavos en la piel, nuevamente me hice la desentendida.

—Gracias estaba delicioso, creo que esas ramitas de tomillo hicieron la diferencia. ¡Qué gran sabor!

Dejó la bandeja sobre una mesa que estaba al frente de la cama, parecía absorta al verme ordenar las sabanillas y los almohadones. Una vez más tenía un camisón cubriéndome, no sabía si Sarbelia hacía magia, pero había despertado sin el vestido rosa.

—¡Mi niña! ¿Qué hace?

En instantes tenía todo arreglado.

—Pues acomodo, ¿o lo hice mal?

—No, no, está muy bien. Es que…

La ignoré fui hasta el mueble que contenía ropa y saqué algo bonito, pero no llamativo. Intenté arreglarme sola, pero mentiría si digo que Sarbelia no me ayudó un poco. Le devolví la medalla de mi padre.

—Si necesitas algo me dices, estaré afuera. Quiero dar un paseo. —La dejé boquiabierta en la habitación. Ella solía acompañarme siempre. 

Podía sentir las miradas de muchos habitantes del castillo que me veían con asombro, no estaba escoltada por una multitud de damas. Fui hasta el hermoso jardín central del castillo, pero me sentí como una hormiga en un vergel. No sabía qué hacer, lo aprecié hasta que preferí volver, fue aburrido y raro no ver a mis dos preciosos acompañantes y sus compañeros fieles. (Bruno y Galimatías).

Volví al interior del castillo, paseé por todos lados, y aun así fue horrible pasar todo el día sin hacer nada. Me asomé a la habitación durante el almuerzo luego volví a merodear.

Llegó el atardecer, me sentía totalmente desesperada. Todo se trataba de vestirse, comer y comer. Al final se me ocurrió volver al jardín, seguía siendo tan hermoso e inmenso como cuando de niña lo visitaba, la decoración resaltaba en su parte central; un laberinto formidable de gruesos arbustos. Pocos conocían sus entradas y salidas sin perderse.

El fin del día se enmarcaba con un hermoso atardecer, lo cual colaboró para que recordará mi estáncia con Jon. Ya me parecía irreal haber estado tan cerca de él.

— ¡Hola, te ves encantadora! —Saludó al verme mostrando una reverencia.

—Esteban —Le sonreí tímidamente.

—¿Cómo te sientes?

—Mucho mejor —Indiqué, volviendo mi vista al cielo.

—Es un lindo atardecer, ¿quieres caminar conmigo un momento?

No pude negarme.

—Sí, vamos —Exclamé mientras Esteban me daba su brazo.

—Alexia, sé que no me incumbe, pero me gustaría saber si el tipo que te cuidó, te trató bien y con respeto, bueno si no te molesta contarme.

Aún le afectaba la idea que hubiera compartido tanto tiempo con un extraño. En realidad, no podía explicarle nada, no lo comprendería. 

—Sí fue amable y obedeció a mi padre en todo momento.

Se le escapó un profundo suspiro.

—Me hace sentir mucho mejor te lo juro, temía que ese tipo te hubiera hecho daño, o hubiera…

Su insinuación sobrepasó mi tolerancia, lo avisté ceñuda, y muy inconforme con su comentario.

—No, no tienes que preocuparte. Créeme es una persona que conoce el respeto mejor que muchos que supongo conocer.




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