— ¡Buenos días, mi niña!
Su voz me provocó deseos de no moverme.
—Sarbelia deberías dejarme dormir un poco más.
—Cuanto quisiera mi niña, pero su padre quiere verla, todos la esperan en el comedor.
¿Comedor? Repetí para mis adentros ¿Cómo habían logrado tener provisiones?
Me puse de pie.
—Sarbelia, ¿cómo es posible?
—Su padre también trajo provisiones con la servidumbre, hace unos instantes llegaron más soldados parecen ser de la Costa Este, su padre quiere que esté con ellos para ir ayudar en el pueblo.
Al parecer no tenía opción.
—De acuerdo.
Me ayudó a vestirme y a peinarme. Ambas salimos como flechas hacia el comedor. Todos estaban allí, al verme ingresar los presentes mostraron una reverencia poniéndose de pie.
—Buenos días querida, toma asiento por favor.
—Buenos días a todos. —Dije haciendo el mismo saludo.
En cuanto tomé asiento, el resto de quienes me acompañaban también tomaron su lugar en la mesa. Algo que los caballeros hacían.
Al terminar de comer, me sorprendió ver tantas mozas, llevando el postre para todos. No pude comer tan a gusto, comenzaron a hablar de políticas, acuerdos y debates que me parecían totalmente aburridos, pero intenté poner atención. Pasó tanto tiempo, que dejé de sentir mis nalgas sobre el asiento. En cuanto terminaron de hablar fui la primera en salir huyendo.
Me paseé por todo el castillo, fue muy reconfortante para mí apreciar mi hogar. Me relajó completamente. Me quedé en la torre de flanqueo observando el angosto sendero de tierra que se alargaba hasta el espeso bosque.
Para mí no podría haber otra tierra como la de Halvard; preciosa, rodeada de la naturaleza con hermosos paisajes, todo lleno de exuberante vida.
Había estado tan lejos de mi hogar que mis pies habían pisado tierras extrañas, había conocido lenguas diferentes y otras costumbres. ¡Cuánto había quedado de ello en mí!
Fue difícil no pensar en Jon, e imaginarlo trepado en su maravilloso caballo, recorriendo la faz de la tierra con la misma libertad que el viento, ahora acompañado por su hermano. Muy probablemente mi deseo de verlo por vez última sería imposible. No había ningún rastro, ni un indicio de su existencia, excepto mis recuerdos y las palabras de mi padre. En mi cabeza resonaban las palabras de Nigromante: Jon tiene un honor inquebrantable.
Hasta podía escuchar su voz clara como la mía a mis oídos. Jon no volvería, bajo ninguna circunstancia o motivo. Suspiré profundamente sin querer aceptar la verdad, ni la realidad. Pronto me casaría, lo haría por el bien de mi reino, por mi responsabilidad con mi pueblo, mientras mi corazón deambularía por el deseo infinito de encontrarme con él. De cierto modo me dolía la vida, por no poderlo tener conmigo.
—Princesa, Alexia, su padre demanda su presencia —Su voz me hizo volver en sí.
Me volví al escolta. Asentí con la cabeza positivamente. En frente del puente levadizo, vi un carruaje, estaba custodiado por varios soldados a caballo. Bajé las gradas lo más a prisa que pude. Mi padre estaba de pie al lado del carruaje.
—Iremos al pueblo. Necesitamos saber en qué condiciones está. No podemos permitir más hambruna o que haya enfermedades. ¿Quieres venir con nosotros?
—Sí padre, quiero ir —Respondí sin dudar.
Me asomé a la puerta después que mi padre me ayudara a subir, miré que detrás de nosotros había varios carretones, que eran llenados de provisiones por varios custodios.
Dentro del carruaje, frente a mí estaba Damián, Esteban y otro señor de apariencia petulante. Tenía los bigotes arreglados y mirada inquisidora. A mi lado mi padre y Sarbelia.
Me hice la desentendida. Pude comprender que esa persona no se parecía en nada mí pero que triste fue recordar que solía ser más presumida que él. Sentí que el viaje fue largo, hasta que el carruaje se detuvo. Sonaron varias trompetas, luego se escuchó una voz grave entonarse a todo pulmón.
—Pueblo de Halvard, la tiranía a la que estaban sometidos ha terminado, su Rey proclama su presencia, su deseo es ayudarlos en toda esta desgracia. Su Rey: Alejandro Halvard Tercero en compañía de su hija y del futuro Soberano de Halvard se unen poniendo todas sus esperanzas en el Poderoso Creador para que sean dirigidos y apoyados en todo lo que necesiten, él no ha muerto, sigue siendo su aliado y Rey.
Hasta entonces, nos bajamos del carruaje. Estábamos rodeados por muchas personas, eran demasiadas. Había muchos niños, con sus ropitas sucias, muy delgaditos, mujeres con ropas gastadas, algunos hombres y ancianos.
Todos nos veían muy sorprendidos. Quizá no creían que estuviéramos vivos.
—Querido pueblo, no soy un fantasma, soy real. Logramos sobrevivir y gracias al apoyo del Creador que dotó a personas con gran inteligencia y bondad. Por eso estamos ante ustedes. Juntos lograremos hacer que Halvard florezca, estamos para ayudarnos ante esta desgracia. Desde hoy nuestros soldados vendrán a dejarles provisiones hasta que la tierra pueda ser labrada y tengan sus propias cosechas…
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Editado: 22.07.2021