Reina Efímera

Un tesoro Oculto

El gran comedor, albergaba un festín de comidas. Mi padre estaba muy contento, sonriendo de manera rebosante al lado de Damián. Esteban los veía un tanto enfadado, me sentía igual de disgustada que él.

—Un niño, alegraría estos pasillos. 

—Puedo imaginar esos pequeños piececillos corriendo por ahí.

Mi padre le seguía el hilo a la conversación de maravilla, ambos daban por hecho que estaba en cinta. Me sentía muy incómoda que siguieran entrometiéndose en algo que no les correspondía.

—Padre por favor, todavía no es la coronación, porque no nos enfocamos en eso. Cada cosa en su lugar, por Dios. —Mencionó Esteban, con cierto enfado.

—Pero hijo, es algo necesario. En el reino se necesitará de un heredero al trono luego que tú y Alexia sean coronados.

—Claro es necesario y lo más lógico —Segundó mi padre a Damián.

Me sobaba la cabeza al oírlos.

—De ahora en adelante los únicos que decidimos somos Alexia y yo y eso incluye cuando tener un hijo —Exclamó.

Esteban se puso de pie, saliendo del comedor. Mi padre y Damián se veían uno al otro desconcertados.

—¿Por qué esta tan disgustado, Esteban? —Preguntó mi padre con curiosidad dirigiéndose a mí.

—Padre, su actitud es tan normal. Disculpen, pero como es que dicen cosas que no corresponden. Porque no hablamos de la coronación, eso es más necesario. 

Ambos se vieron uno al otro espantados.

—Bien, de acuerdo no hablemos de un pequeñín —Contestó mi padre.

Fruncí el ceño.

—La coronación será en dos días, se hará oficial y para ambos— Respondió Damián cogiendo un trozo de pan. 

—Nosotros nos haremos cargo de todo —Concluyó mi padre.

—Perfecto entonces, mejor hablemos de los campos. 

Nuestro tema se hizo profundo pasamos mucho tiempo después del desayuno hablando del pueblo y de qué manera se les ayudaría con las cosechas. Por la tarde, luego de la merienda, tanto Esteban como yo estuvimos ocupados con la economía, escuchando las peticiones del consejo sobre los impuestos al reino.

—Antes de la coronación, se hará una fiesta para todos en la Comarca. Se debe anunciar que el peligro ya cesó y que todo seguirá su curso. No hemos decidido cuando en exactitud, pero será pronto, no obstante, no se comparará la fiesta que se hará cuando seamos abuelos.

—Lo que digas, padre —Dije de mala gana. —Iré a ver a Esteban, si me disculpan.

Con disimulo me escapé de su sesión. En realidad, no quería ir tras Esteban, simplemente no quería estar con ellos discutiendo cosas que al final serían ellos quienes elegirían a pesar de mi opinión.

Me dirigí hacia la cocina. Pasé casi todo el día con la servidumbre, me parecía más divertido y alegre hacer algo productivo, que quedarme a ver el pasto crecer. No vi a Esteban durante todo el día.

La noche llegó de prisa. Me despedí; en cuanto pregunté la hora, les prometí regresar pronto. Volví a mi alcoba de recién casada, al instante ingresó Esteban.

—Hola, mi amada esposa —Saludó dándome un beso.

—Hola, Esteban. No te vi durante todo el día.

—Estuve ocupado con las ideas de mi padre, ya lo conoces, es tan perfeccionista que a veces hasta yo me cansó de sus fatuas intenciones. Me dijeron que pasaste todo el día en la cocina, ¿eso es cierto? —Preguntó curiosamente.

—Sí, es algo que en verdad disfruto.

Mostró un gesto de asombro.

—¿Tú? ¿En la cocina? Alexia, creo que tu viaje no fue tan bueno como dijiste. ¿Qué cosas pasaste para que ahora te guste cocinar? 

—Exageras. No te da gusto saber qué puedo hacer algo diferente que ver a los demás hacer cosas. No hacer nada es aburrido, muy aburrido.

Sonrió divertido.

—Ser Princesa de Halvard, es hacer mucho. Alexia, pareces otra. Mejor cuéntame amor mío, ¿qué ocurrió verdaderamente en esa travesía?

Me sentí un poco incómoda, estaba segura que nunca volvería a preguntármelo.

—Nada fuera de lo común. Sólo aprendí algunas cosas eso es todo. 

No parecía satisfecho con mi respuesta.

—Bueno, necesito hablar con Sarbelia. Escuché a mi padre decirle al tuyo que se le ocurrió que quiere unas sillas de montar. Las mismas que tu padre usa sólo para ocasiones especiales, ya sabes esas con arneses y el paramento con ilustres grabados. Ya los conoces y no se quedarán tranquilos hasta que sepan que Sarbelia los tiene, al parecer irán mañana al pueblo.

Sonreí, Esteban tenía un gran corazón.

—Tú siempre has sido tan opuesto a mí, eres muy servicial. Creo que quieres evitarle la faena a Sarbelia, ha de estar exhausta. Ella hace mucho en servicio para mi padre. Creo que sé dónde están, que tal si vamos juntos, yo te los daré. 

—Sí, me encanta la idea —Mencionó sonriendo.

Emprendimos nuestra caminata, pero antes de dirigirnos a ese lugar, encendí una vela. Hacía mucho tiempo que no iba a esa parte del castillo, estaba en la planta media, en el lugar menos frecuentado de la fortaleza. Tenía entendido que ninguno de los sirvientes se atrevía a merodear por allí. No tenía iluminación y podría decirse que era un auténtico lugar perdido entre tanto del castillo.




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