Muy de mañana Esteban se había ido de la habitación, me sentía aliviada al no tenerlo junto a mí. La noche anterior, no tuve más remedio que aceptar, pero eso no significaba que deseara hacerlo. Ya no tenía escapatoria.
Mi padre estaba muy enfadado tal vez menos que Esteban, pero lo estaba. Al ver su reacción evité encontrármelo más de lo debido.
Pasé todo el día ayudando a las muchachas de la cocina, el único lugar donde me sentía a gusto. Por la tarde di órdenes a toda la servidumbre y custodios que nadie nos interrumpiera en nuestra habitación. Después de eso me la pasé con Galimatías conversando con él, me consolaba mucho tenerlo conmigo.
La noche llegó de prisa, de un enorme abrazo me despedí de él. Pedí que arreglaran muy bien la habitación de modo que Esteban sintiera que deseaba que fuera realmente inolvidable, aunque no fuera así, quedó muy bello todo. Traté de imitar lo que había visto en mi sueño al tener a Jon en aquel aposento.
Usé un camisón de finos encajes, casi transparente con mi cabello medio recogido. En toda la habitación se apreciaba un aroma dulce por las esencias de vainilla usadas en las cobijas y las velas. Cuando Esteban entró, quedó paralizado y perplejo.
Fijando mis pensamientos en Jon me acerqué. Me daba cierta fortaleza el amor que por él sentía, aunque me doliera su insistencia en no corresponderme.
Esteban ajeno completamente a mis sentimientos, fijó su vista en la mía, y al instante posó sus manos sobre mi cintura. Su rostro se aproximó al mío. Saber que pasaría algo que se daría sin amarlo, me horrorizó entera.
No tuve más que dejarme llevar y consentir que sus besos suscitaran en mi esa profunda pasión que únicamente brotaba cuando tenía a Jon observándome fijamente. Cerré los ojos al sentirlo besarme.
Cada beso que recibí asombrosamente estaba impregnado de ternura y amor. Su respiración se tornó frenética de pronto. Rogué al cielo que se me concediera volver a aquel lugar donde le había cantado a la luna para estar lejos de mí misma. Sus dedos tocaron mis hombros en señal de deslizar las mangas cortas del camisón. Casi a punto de estallar en lágrimas escuché a alguien golpear la puerta.
—Princesa Alexia, necesitamos hablar con usted.
Por un instante, creí que quizá lo había imaginado. ¿Cuál sería la diferencia en aplazarlo un rato? Estaba condenada a que de una forma u otra ocurriera.
—Dije que no interrumpieran —Ordené sin abrir los ojos, tratando de fingir fortaleza.
—Sí, lo sentimos su majestad, pero es su padre está muy mal.
Pegué un brinco abriendo los ojos de golpe al saber que se trataba de mi padre. Agradecí profundamente a Dios, la prórroga.
—Lo siento mucho, Esteban. Debo irme, algo pasa con mi padre.
Eludió mi vista, pero sin duda estaba enfadado y bastante incómodo.
—Ve, en seguida te alcanzo —Mencionó seriamente.
Salí como flecha, colocándome una gruesa capa. Antes de ir a ver a mi padre, fui a la capilla que se hallaba en el interior de la torre de homenaje. De rodillas pedí perdón a Dios, no amaba a Esteban y le daba gracias por haber prolongado ese suceso. A toda prisa me dirigí a su alcoba imperial.
Los guardias al verme de inmediato me dejaron pasar. Mi corazón se apretó en mi pecho al mirarlo. Estaba pálido y débil. Sus ropas finas y elegantes resaltaban mucho en comparación con su estado, se encontraba tendido en la elegante cama. Me incliné a su lado.
—Padre, ¿cómo estás?
—Hija, no es nada malo, es una especie de desfallecimiento, pero no debes preocuparte, estaré bien. Pronto me verás andando. Éstos muchachos se preocupan de más.
—Lamento lo que ocurrió aquella anoche, en verdad.
—No te disculpes, sé que no amas a Esteban.
—Padre, no es eso, es que…
Pero él me interrumpió tomándome de la mano.
—El consejo exige que te conviertas en reina, no desean que esperemos más tiempo.
—Hablas como Jo…
Lo solté de inmediato, con fuerza coloqué mis manos en mi boca poniéndome de pie.
—También se eso, sé que de algún modo conociste a Jon, no temas, termina la frase.
—Bueno, es que, Jon a veces habla como tú. Siempre interpone el deber antes que cualquier cosa.
Me mostró una sonrisa con cierto esfuerzo.
—Cariño, lo sé. Pero créeme hija, tu destino es muy distinto al de él.
—¿Por qué me dices eso?
—Porque me queda muy claro que desde que llegaste de esa travesía pareces otra. Es como si algo te hubiera cambiado por completo.
Se me escapó un suspiro.
—Sí, no te lo niego. Aprendí muchas cosas a su lado, entre las cuales pude comprender que no tengo el privilegio de elegir, sólo tengo responsabilidades. De hecho, siempre ha sido así.
Me veía muy afectado, pero aun así acarició mi rostro. Me dolía como nada en mi vida verlo tan mal.
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Editado: 22.07.2021