Reina Efímera

Su vida, mi vida

Al amanecer, pedí que me llevaran ante el consejo y en una audiencia tratamos de consensuar algún tipo de convenio para aplazar la ceremonia de coronación. No estuvieron de acuerdo muchos, sin embargo, la mayoría emitieron su apoyo a mi prórroga.

Pasé la noche en mi habitación sin poder dormir. No quería encontrarme con Esteban, lo evité todo cuanto me fue posible, pero cuando iba de camino a las caballerizas él estaba con Galimatías. Quedé paralizada al verlo, sin saber qué decir o qué hacer.

—No te he visto desde anoche —Reprochó, acentuando un claro enfado en sus ojos ámbar al mirarme fijamente.

Tomé una bocanada de aire antes de emitir vocablo.

—Lo siento, he estado ocupada. 

Mis palabras evidentemente sonaron despreocupadas. De inmediato noté el efecto de lo dicho en su voz más ronca de lo habitual.

—Tanto que no puedas decirme que haces. Te he buscado por doquier. Creí que te habías escapado como aquella noche.

Aunque su reconvención tenía todo el sentido, me enfadó profundamente que volviera a manifestarlo.

—Te repito que disculpes, pero tenía cosas que hacer.

—¿Cómo cuáles?

—Si no te habías dado cuenta, mi padre está muy enfermo. Una de mis responsabilidades es hacerme cargo cuando él se ausenta.

—¿Y atender a tu esposo? ¿No es acaso una de tus responsabilidades?

—Quizá, pero tengo prioridades. Para una mujer como yo son elementales sus deberes como sucesora al trono, antes que los conyugales. La verdad lo quieras o no, tendrás que esperar para la ceremonia de coronación, previo a eso no te permitiré nada más. Dormiré en otra habitación. Hasta entonces tú y yo arreglaremos nuestras diferencias como marido y mujer.

Apretó los labios, asomándose la tirantez en sus gestos sincopados de disgusto. Ni lo pensé, me di la vuelta de inmediato, sabía que seguir hablando con él sería tiempo perdido.

—¿Según tú, cuando es la coronación?

Percibí sus manos apretar con fuerza uno de mis brazos. Le clavé la vista.

—Aproximadamente en cuatro días. Si me disculpas.

Me solté de prisa y casi zancadas me alejé. Ninguno de sus reclamos estaba fuera de lugar, en cierto modo mi conciencia no podía dejar ese peso de incumplimiento. Pero no tenía cabeza para pensar en Esteban y sus argumentos pasionales.

Con dos simples días después de mi audiencia con el consejo, podía ya hacerme claras ideas del futuro que tendría sin mi padre. No tenía el valor ni la fortaleza para estar al frente de muchos asuntos, si bien había muchas personas dispuestas a apoyarme, sin él nada parecía sencillo. Fueron dos días en los que mi padre se la pasaba la mayoría del tiempo cansado o dormido. Pocas veces pudo comer o beber algo.

Mi alma se sumió completamente en las penumbras como si se marchitara al saber que, en cada hora transcurrida, mi padre estaba al borde de la muerte. No solamente perdería a un padre consentidor y protector, sino también a un rey justo y honorable. No pude comer ni beber a causa de la zozobra que embargaba mi ser entero.

En el momento que menos lo hubiera deseado, una de las mozas fue contarme que durante todo el día mi padre no había hablado ni pedido nada. Con el corazón apretado y totalmente desmoralizada sabía que debía verlo y quizá por vez última.

La noche ya había caído, esperé a que fuera lo suficientemente tarde como para no encontrarme con Esteban. Me planté ante la puerta de su inmensa alcoba imperial, los escoltas me dejaron pasar al verme.

Varias lágrimas se desbordaron de mis ojos al darme cuenta que su rostro se había transformado al estar tan delgado, pálido y ojeroso. Sin poder ocultar mi profundo dolor, me senté a su lado. Enajenada tomé su mano sin poder dejar de dar hipidos. 

—Cariño, ¿por qué estás tan afligida?

Su voz sonó débil, compungiendo entera mi alma sentida. 

—Padre, no puedo dejarte morir. ¡Me rehúso!

—¡No digas eso! Con la edad que tengo es normal que me vea cansado. Pronto estaré andando, ya verás, y si no es así, pues debes saber que soy muy feliz con cuanto he vivido —Expresó solemnemente, sosteniendo mi mano.

Apreté con fuerza sus dedos en un intento frustrado de no querer decirle verdaderamente adiós.

—Padre, escúchame, debes confiar en mí. Lo he pensado mucho y no quería decírtelo, porque sé que la difidencia ante lo que te indicaré te turbará. Si quieres que me resigne a perderte, te ruego me concedas lo que te pediré.

Mi padre respiraba con dificultad, asintió con la cabeza lentamente. La luz de su actitud positiva ante mi petición alumbró mis últimas esperanzas.

—Es necesario que traigas a Jon devuelta. Lo conoces y sabes que es imprescindible su ayuda por vez última. Él debe llegar a mi alcoba sin que nadie sea testigo de su presencia, ni siquiera los sirvientes, ya que si Esteban llega a enterarse corremos con el riesgo que me denigre ante el consejo. Si todo sale como espero estarás en la coronación y tú padre vivirás.

Soltó mi mano y una débil sonrisa se esbozó en sus labios resecos.




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