Reina Efímera

Amor a medias

 

—Pasaste toda la noche balbuceando —Mencionó dándome un beso en la frente.

Abrí los ojos y lo vi claramente ante mí.

—Lo siento, no era mi intención. Creo que tuve pesadillas.

—Por eso temía contártelo. Alexia, me preocupa sé que es mi culpa.

—No, por supuesto que no. Simplemente fueron eso, pesadillas…—Me senté de inmediato en la cama sonriéndole.

—Si quieres para que ya no pienses en eso, podrías acompañarnos a los campos.

—Por supuesto que sí, es mi deber.

Me sonrió dulcemente.

—Olvidé mencionarte que la coronación se pospondrá unos días.

—¿Así y por qué? 

—Lo que ocurre es que mi padre debe ir a la Costa Este, resulta que uno de los duques envió un escrito donde explica que hay malos entendidos en unas partes de la costa con respecto a la pesca, y es necesario que mi padre esté allá unos días.

—¿En cuánto tiempo crees que esté de vuelta?

—Sé que es mucho tiempo, pero quizá en dos semanas. Bien, esposa mía, te espero en el comedor.

Se marchó posteriormente de darme un beso. Fue imposible sentirme afectada ante su partida, quizá después de todo estar casada con él no había sido tan malo como había pensado.  Me sentía culpable. ¡Pobre Esteban! Esperaba que no hubiera escuchado nombres en mis balbuceos. 

Había soñado con Jon toda la noche, en algunos recordando sucesos que vivimos juntos. En cuanto agitada despertaba y veía a Esteban volvía a cerrar los ojos y me quedaba dormida. Ninguno de todos esos sueños logró robarme tanto la calma como el que todavía se paseaba en mi mente, incluso con los ojos abiertos a la luz de la mañana.

Me encontré a la entrada de un amplio aposento. Altas paredes en piedra se alzaban y al fondo de la gran estancia, una cama se hallaba rodeada por un cortinaje translúcido. La cama tenía hermosas telas doradas y parecía muy cómoda. Dos antorcheros iluminaban el lugar. Con curiosidad di un par de pasos a la cama, pero de un lado de ella por detrás de los largos cortinajes, Jon fue a mi encuentro.

Claramente podía contemplar cada facción de su rostro. En mi gran asombro y antes que dijera algo, una sonrisa perfecta se asomó a sus labios.

Con elegancia retrocedió hasta subirse a la cama, se recostó sobre ella haciéndome señas de subirme. Mostré una ancha sonrisa en cuanto me extendió una de sus manos y asintió con la cabeza.

Con la respiración agitada, no dudé en sujetarme de su mano. Me ayudó a subir, gateando llegué a él. Mis ojos se perdieron un instante en su mirada para luego posarse con astucia en sus labios, soltó mis manos para poder acariciar con ternura mi cabello. Toqué sus manos sin creer lo que él hacía. Quedé paralizada en cuanto su rostro se acercó al mío. Sabiendo bien lo que haría, cerré los ojos.

Pasó un rato y no percibí nada más, incluso cuando a propósito elevé mi boca. Confundida moví mis párpados, Jon había desaparecido. Desesperada me senté, y cuando estaba a punto de llamarlo, algo mojó una de mis piernas. Hasta entonces fui consciente de la daga que sostenía, la cual estaba cubierta con sangre. Espantada me puse de pie, lanzándola.

El centro de la cama contenía un pequeño pozo de sangre, se esparcía dejando un rastro hasta una ventana. Conteniendo el aliento, y una cierta culpabilidad, no dudé en seguir esa horrible seña en forma de goteo. Justo cuando estaba por asomarme para ver que había del otro lado de la ventana, desperté.

Permanecí en silencio un rato, escuchando mi corazón latir erráticamente y mi rostro cubierto de un sudor frío, hasta que Esteban me habló. Había sido un hermoso sueño, pero con un final horrible.

Preferí dejar de pensar en eso, probablemente tenía mucho que ver lo que había descubierto la noche anterior. Después de vestirme, fui al comedor.

Esteban desayunó a mi lado, no vi a nadie más porque al parecer nos habíamos levantado tarde y la mayoría ya había comido. Sarbelia nos informó posteriormente que la caballería estaba lista con nuestros padres impacientemente haciéndonos tiempo.

Pero no pude evitar discutir con Esteban. Todos querían que fuera en carruaje, pero yo quería ir a caballo.

—Alexia, correrías más riesgos.

—No, claro que no, Esteban. ¿Por qué ustedes pueden ir apreciando su entorno mientras yo sigo enclaustrada en una carroza? Lo siento, pero quiero que preparen a Gali… es decir al caballo que me obsequiaste. 

—No, mi amor. Entiende que no es un capricho, es por tu seguridad.

—Esteban, no seguiré discutiendo esto contigo, iré montando a caballo.

Tanto mi padre y Damián estaban desplomados sobre un ancho sillón, nos observaban con las manos sobre el rostro, parecían aburridos ante nuestra discusión.

—Rey Alejandro, dígale a Alexia lo riesgoso que es su deseo. Cree que lo digo por contradecirla. ¡Ayúdeme! —Suplicó a mi padre sin dejar una cierta agonía en su semblante.

Mi padre se puso de pie rápidamente.

—Esteban dame un momento, por favor, necesito hablar con mi hija.




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