Reina entre Espadas y llamas: El Reino Olvidado

CAPITULO 2

La estrategia de la reina◇

La reina caminaba por los pasillos del castillo como si flotara, envuelta en un vestido de la alta costura, confeccionada en satén plateado, fluía tras ella como un río de estrellas. Su cola majestuosa acariciaba el mármol pulido, y cada paso hacía que los bordados intrincados y la pedrería relucieran como constelaciones bajo la luz de los candelabros.

El escote en la espalda, profundo y elegante, dibujaba una delicada "V" que revelaba la piel pálida de la reina, mientras las mangas cortas, adornadas con destellos plateados, acentuaban la fragilidad aparente de sus hombros. Sobre ella, una capa de tul translúcido caía en cascada desde su recogido impecable, formando un velo etéreo que flotaba con cada movimiento, como si estuviera envuelta en luz.

En sus brazos, unos guantes de satén blanco, ajustados justo por encima del codo, completaban el conjunto. Su textura lisa contrastaba con la riqueza del vestido, simbolizando tanto la pureza como la determinación que definían a la reina.

Seis guardias la escoltaban a cada lado, sus armaduras reluciendo bajo la luz, mientras el Argente, a su derecha, la observaba de reojo. Su rostro era elocuente, como si intentara leer los pensamientos que ella mantenía ocultos tras una expresión serena.

-Majestad -dijo él, rompiendo el silencio-, ¿está preparada para inclinarse ante los diez reinos más poderosos?

La reina no detuvo su marcha, pero su mirada se endureció apenas perceptiblemente.
-No tengo opción. Sin su aprobación, no podré ser coronada.

Sabía que entre esos reinos estaba el de la princesa Mayrinhy. El solo pensamiento de inclinarse ante ella le revolvía el estómago, pero también sabía que era un obstáculo temporal.

-¿Y qué hará con la coronación? -preguntó el Argente, buscando entender sus intenciones.

-Envía las invitaciones -ordenó ella con firmeza-. Quiero que los diez reinos más poderosos estén presentes. También quiero que firmen un acuerdo de paz antes de la ceremonia.

El Argente la miró con cautela.
-¿Está segura? ¿Tiene un plan más allá de eso?

Una sonrisa gélida apareció en los labios de la reina mientras ascendía las escaleras hacia su habitación.
-Por supuesto. Durante la cena de coronación, planeo deshacerme de todos ellos.

Llegaron a las grandes puertas de su habitación. Los guardias que custodiaban la entrada se apresuraron a abrirlas. La reina entró con paso seguro, mientras el Argente la seguía de cerca.

La habitación era un espectáculo de opulencia: dos niveles conectados por una escalera tallada, cortinas de seda adornando las paredes, y un ventanal que dejaba entrar la luz del atardecer. Al fondo, una chimenea encendida proyectaba sombras danzantes sobre el suelo. La reina se acomodó en un sillón frente al fuego, dejando que su vestido se extendiera a su alrededor como un manto de plata líquida.

-Hablemos del Consejo Real -dijo ella, rompiendo el silencio.

El Argente permaneció de pie frente a ella, con los brazos cruzados.
-Siguen sin aceptarla como gobernante.

La reina tomó un respiro profundo y giró para mirarlo directamente.
-El Consejo no necesita aceptarme. Pero tendrán que inclinarse. Y, Argente, si no lo hacen por las buenas, lo harán por las malas.

El joven bajó la mirada, pensativo, pero no respondió. Ella, con una expresión de calma absoluta, desvió la suya hacia la ventana, donde el último rayo de sol iluminaba su rostro.
"Cada paso está planeado", pensó. "Solo necesitan caminar hacia su final sin saberlo."

El fuego de la chimenea crepitó, llenando el silencio que quedó entre ambos.

La noche cayó lentamente sobre el castillo, envolviéndolo en un silencio solemne interrumpido solo por el crujir del fuego en las antorchas de los pasillos. En la habitación de la reina, el ambiente era cálido y tranquilo, iluminado por candelabros dorados que proyectaban sombras suaves sobre las paredes de piedra tallada.

Las sirvientas del castillo entraron en fila, llevando en sus manos cepillos de madera, frascos de aceites aromáticos y cajas decoradas con cintas de seda. Una de ellas, la más mayor, inclinó la cabeza en señal de respeto antes de hablar.

-Majestad, hemos venido a prepararla para la cena y su descanso nocturno.

La reina asintió con un gesto leve, permitiendo que las mujeres comenzaran a despojarla del vestido que había llevado durante todo el día. Sus manos ágiles trabajaban con cuidado, soltando los broches plateados y liberando los pliegues de satén que caían como una cascada al suelo. Otra sirvienta se ocupó de deshacer el intrincado peinado que adornaba su cabello, mientras el Argente aguardaba fuera de la habitación.

Mientras una de las jóvenes peinaba suavemente su cabello, la sirvienta mayor tomó un pequeño estuche de terciopelo y se arrodilló frente a ella.

-Majestad -comenzó con voz suave pero solemne-, hay una tradición en nuestro reino que quizás desconozca.

La reina alzó una ceja, intrigada, pero no interrumpió.

-Por cada batalla ganada, se le otorga un broche especial que debe llevar en su cabello. No solo es un símbolo de fortaleza, sino también de respeto y autoridad. Y más importante aún, jamás debe quitárselo frente a alguien más, pues hacerlo sería visto como un signo de debilidad.

La mujer abrió el estuche, revelando un broche delicado pero imponente. Estaba forjado en oro blanco, con el diseño de un águila extendiendo sus alas. En su centro, una gema roja brillante evocaba la intensidad de una puesta de sol.

-Este, majestad, es por la batalla contra el padre de la princesa Mayrinhy. Su victoria nos devolvió la esperanza y el honor que ellos intentaron arrebatarnos.

La reina tomó el broche en sus manos, observándolo con atención. Era ligero, pero su simbolismo pesaba más que cualquier corona que pudiera llevar.

-Es hermoso -murmuró, apenas audible.

La sirvienta mayor sonrió.
-Le queda a usted decidir cuándo llevarlo, pero recuerde, es algo íntimo. Un símbolo suyo, y solo suyo.



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En el texto hay: fantasia, romance, reinos tronos coronas guerra

Editado: 21.01.2025

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