Reina entre Espadas y llamas: El Reino Olvidado

~CAPITULO 4 ~

Antes de la Corona

El castillo de Eryndor era un hervidero de actividad. Desde las torres más altas hasta los pasillos subterráneos, los sirvientes trabajaban incansablemente. Las decoraciones, un despliegue majestuoso de los colores reales, inundaban cada rincón del lugar. Las costureras, reunidas en el salón de tejidos, realizaban los últimos ajustes al vestido de coronación, especialmente a la imponente cola que simbolizaba la extensión del reino.

Mientras tanto, en la sala del trono, los consejeros rodeaban a la reina, sus voces resonando con consejos, advertencias y detalles sobre las costumbres que debía cumplir durante la ceremonia. Era un coro de preocupaciones veladas y arrogancia disfrazada de sabiduría.

-Majestad, es esencial que memorice las tradiciones exactas de cada reino que estará presente. Un error podría ser tomado como una ofensa.-
-Recuerde inclinarse ligeramente hacia el norte cuando reciba a la reina de Krytheris.-
-¡Y no olvide el saludo ancestral de Salbven, por supuesto!-

La reina escuchaba en silencio, su mirada fija en ellos como un depredador acechando. Finalmente, levantó una mano enguantada, y el salón cayó en un silencio absoluto.
-Señores -comenzó, su voz clara y firme, -no necesito que me repitan lo que ya sé. Eryndor no se doblará ante la presión de otros reinos. La coronación no será un espectáculo para su deleite, sino un recordatorio de que este reino se eleva por encima de todos. Si han terminado con sus advertencias, me retiro. Mi tiempo es precioso.-

Sin esperar respuesta, se levantó del trono con la misma gracia que la había llevado allí y salió de la sala. Sus pasos resonaban en los pasillos de piedra mientras avanzaba escoltada por sus guardias, Hellea y el Argente.

Cuando llegó a su habitación, el Argente se inclinó levemente antes de retirarse, dejando a la reina sola con Hellea. La joven sirvienta cerró la puerta detrás de ellos y comenzó su trabajo habitual. Se acercó a la reina con una bandeja de terciopelo donde descansaban las cuatro piedras, pequeñas joyas que simbolizaban las victorias tempranas de la soberana. Con cuidado, empezó a retirarlas del cabello de la reina.

-Majestad- comenzó Hellea mientras colocaba la primera piedra en la bandeja, -mañana será un día monumental. ¿Se siente nerviosa?-

La reina dejó escapar un suave suspiro, su mirada fija en el espejo frente a ellas. -¿Nerviosa, Hellea,? no. Gobernar no es algo que me cause ansiedad. Es mi destino. Nací para esto.-

La respuesta, firme y segura, no sorprendió a Hellea, pero su curiosidad no se apagó. Mientras cepillaba el largo cabello negro de la reina, continuó: -¿Y qué hay de la ceremonia misma? Dicen que la coronación de una reina es más rigurosa que la de un rey, que los ojos de los consejeros y del pueblo buscan cualquier señal de debilidad.-

La reina levantó una ceja, observando el reflejo de Hellea en el espejo. -¿Debilidad? Si alguien está buscando eso en mí, será una búsqueda inútil. El pueblo de Eryndor ya me reconoce como su reina. La corona es solo un símbolo, pero mi poder ya está en sus corazones.-

Hellea asintió, impresionada por la confianza de su señora. Sin embargo, la duda se asomaba en su mente. -Majestad, espero que no piense que estoy siendo impertinente, pero... ¿alguna vez siente miedo?-

Por un momento, el cepillo quedó suspendido en el aire. La reina no respondió de inmediato. Cuando finalmente habló, su tono era más suave, casi reflexivo. -El miedo es natural, Hellea. Pero no le permito gobernarme. Lo uso como un recordatorio de lo que está en juego. Mi mayor temor, si debo confesarte algo, no es fallar. Es olvidar quién soy en medio de todo esto.-

La servidora dejó el cepillo a un lado, y con una valentía inesperada, dijo: -Eso nunca sucederá, Majestad. -

La reina miró a Hellea, una sombra de emoción cruzando su rostro antes de desvanecerse. -Eres leal, Hellea. Más de lo que muchos podrían entender. Te lo agradezco.-

Mientras Hellea continuaba peinando el cabello oscuro de la reina, ambas mujeres compartieron un momento de entendimiento silencioso, un reconocimiento tácito de la importancia del día que estaba por venir.

Cuando las primeras luces del alba pintaron el cielo con matices de oro y carmesí, el castillo de Eryndor despertó con un renovado sentido de propósito. Los sirvientes se movían con prisa controlada, preparando los últimos detalles para la coronación. El aire estaba impregnado de incienso y perfumes florales, una mezcla de solemnidad y grandeza que envolvía cada rincón del palacio.

En su cámara privada, la reina permanecía en silencio, sentada junto a la gran ventana que ofrecía una vista despejada de la ciudad. Desde allí, podía ver las calles adoquinadas llenas de gente que se reunía para presenciar el evento. Las banderas de Eryndor ondeaban con orgullo desde las torres y balcones, y el murmullo del pueblo llegaba a ella como un eco lejano.

Las doncellas se movían con cuidado a su alrededor, pero ella apenas prestaba atención. Vestía un sencillo vestido gris de tela ligera, sin adornos innecesarios. Era una prenda modesta en comparación con lo que usaría más tarde, pero no por ello menos significativa. Simbolizaba el momento previo a su transformación definitiva: la última calma antes de la tormenta.

Hellea, de pie tras ella, recogió un cepillo de mango de marfil y comenzó a deslizarlo con suavidad por el largo cabello oscuro de la reina. Sus movimientos eran precisos, casi ceremoniales.

—Majestad, la ciudad despierta con usted —dijo en un tono bajo, pero cargado de emoción contenida.

La reina no respondió de inmediato. Su mirada permanecía fija en el horizonte, donde el sol despuntaba como una promesa ardiente. Finalmente, exhaló un suspiro pausado.

—Eryndor ya ha despertado hace mucho tiempo —murmuró—. Hoy solo le recordamos al mundo lo que somos.



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Editado: 21.02.2025

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