Reina entre Espadas y llamas: El Reino Olvidado

Capítulo 5

𝙎𝙤𝙢𝙗𝙧𝙖𝙨 𝙚𝙣 𝙚𝙡 𝙏𝙧𝙤𝙣𝙤

El Gran Salón resplandecía con la luz de los candelabros dorados, reflejada en las paredes cubiertas de tapices antiguos y estandartes que narraban la historia de Eryndor. En el centro, la joven reina avanzó con paso seguro, su vestido azul oscuro ondeando con cada movimiento, la mirada fija en el consejo real y los nobles del reino que la esperaban.

El primer paso de la coronación estaba por comenzar.

Los miembros del consejo real, ancianos de mentes agudas y miradas penetrantes, se pusieron de pie en señal de respeto, seguidos por los nobles, quienes inclinaron la cabeza con solemnidad. Luego, uno de los consejeros más antiguos, Lord Elidran, se adelantó con un pergamino en mano. Su voz resonó en el silencio de la sala.

-Aquí reunidos, los guardianes del legado de Eryndor, damos nuestro voto y aceptación a la que será nuestra soberana. Juramos lealtad, obediencia y defensa de su mandato.

Uno a uno, los consejeros y nobles pronunciaron su voto, algunos con orgullo, otros con una ligera vacilación oculta tras la etiqueta. La joven reina observó cada gesto, cada palabra, sabiendo que no todos en esa sala eran completamente leales. Aún así, dejó que la ceremonia siguiera su curso, como lo dictaba la tradición.

Cuando los votos fueron dados, Lord Elidran bajó el pergamino y, con un leve asentimiento, prosiguió.

-Su Majestad, como dictan nuestras costumbres, la coronación se llevará a cabo en seis etapas. Primero, la aceptación del consejo y la nobleza, que ya ha sido cumplida. Segundo, la presentación ante los antiguos dioses y ancestros, donde el sacerdote guiará la ceremonia. Tercero, la presentación ante los reinos, donde usted deberá inclinarse y recibir la corona de manos del monarca más poderoso. Cuarto, la presentación ante el pueblo, donde Su Majestad deberá ofrecer su primer discurso como reina. Quinto, el baile real en honor a su ascenso. Y sexto, el banquete en el que celebraremos la unión de nuestra nación.

Ella ya conocía cada paso de la ceremonia, pero decidió escuchar con paciencia. No solo los consejeros, sino también los nobles observaban su reacción, atentos a cualquier indicio de duda o vacilación. Cuando Elidran terminó de hablar, la joven reina inclinó ligeramente la cabeza en señal de comprensión.

-Aprecio la explicación, Lord Elidran -su voz fue clara, segura-. Es un día crucial, no solo para mí, sino para Eryndor. Haré honor a cada paso de esta ceremonia.

El murmullo entre los nobles fue leve, pero presente. Algunos asintieron con aprobación, mientras que otros guardaron sus pensamientos tras expresiones neutras. La joven reina respiró hondo. La primera etapa estaba cumplida. Ahora, el siguiente paso la esperaba.

La presentación ante los dioses y ancestros.

Las puertas del Gran Salón se abrieron, y un grupo de sacerdotes vestidos con túnicas blancas bordadas en oro ingresó en silencio. Con ellos, llevaban incensarios humeantes y un cáliz tallado en obsidiana. Al frente de ellos caminaba un anciano de cabellos plateados y mirada serena.

-Es momento de recibir la bendición de los antiguos -anunció con voz grave.

Los presentes se apartaron, formando un pasillo para que la reina avanzara hacia el altar que había sido dispuesto en el centro del salón. Este era una estructura antigua, tallada en piedra negra, con inscripciones en una lengua olvidada. En el centro, un cuenco con fuego sagrado ardía con una llama azulada, cuyas sombras danzaban de manera casi sobrenatural.

La reina se acercó sin titubear, sintiendo el peso de las miradas sobre ella. El sumo sacerdote levantó el cáliz y comenzó a recitar una plegaria en la lengua de los ancestros. Mientras lo hacía, el humo del incienso pareció volverse más denso, llenando la sala con un aroma a mirra y ámbar.

Cuando el sacerdote terminó, tomó un poco del líquido del cáliz y lo dejó caer sobre las llamas. Un destello recorrió el altar, y por un instante, la joven reina sintió algo... una presencia. No fue una voz ni una visión, sino una certeza ardiendo en su pecho, como si su linaje la reclamara.

Las llamas titilaron una última vez antes de volver a su estado normal. El sacerdote se giró hacia los presentes y proclamó:

-Los ancestros han visto y han escuchado. La reina está lista para recibir su corona.

El murmullo de los nobles se intensificó. Algunos parecían impactados, otros intercambiaban miradas discretas. Pero la joven reina permaneció inmóvil, su expresión impasible. Sabía lo que había sentido, pero no lo revelaría. No aún.

Con el segundo paso completado, el momento más desafiante de la ceremonia se acercaba: su presentación ante los reinos y la inclinación que se esperaba de ella.

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El estruendo de los tambores resonaba con solemnidad en la gran sala del trono, acompañado por el eco de los cuernos de guerra y las voces de los cantores que entonaban las antiguas melodías de Eryndor. Cada nota, cada palabra, llevaba consigo el peso de generaciones pasadas, recordando a todos los presentes la grandeza del reino que ahora se alzaba nuevamente bajo el mando de su joven soberana.

Las puertas de la sala se abrieron con un crujido imponente, y la reina avanzó con la cabeza en alto, envuelta en la majestuosidad de su vestido azul oscuro con bordados dorados. Su caminar era firme, seguro, sin una sola muestra de vacilación. A cada lado, los estandartes de todos los reinos visitantes ondeaban en lo alto, testigos de aquel momento histórico.

Frente a ella, sobre una tarima elevada, los monarcas de los reinos más influyentes la esperaban, sentados en tronos de madera tallada, alineados en una fila horizontal. En el centro de ellos, sobre el trono más imponente, se hallaba el rey del reino más poderoso de los últimos cien años. Su presencia irradiaba autoridad y arrogancia a partes iguales.



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Editado: 21.02.2025

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