Reina entre Espadas y llamas: El Reino Olvidado

~CAPITULO 7~

𝐄𝐥 𝐞𝐜𝐨 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐦𝐚𝐬𝐚𝐜𝐫e

El salón de los reyes estaba casi vacío esa mañana. No había cortesanos, no había consejeros. Solo ella, sentada en los escalones que llevaban al trono, con la mirada perdida. Aquel no era su lugar. No en ese momento. No en ese día.

El sonido de pasos firmes en la piedra pulida rompió la quietud. El Argente apareció en la entrada y, sin dudarlo, caminó hasta ella. Su capa se agitó ligeramente con el movimiento antes de caer de nuevo sobre sus hombros. Se detuvo a unos pasos, observándola. Finalmente, apoyó una rodilla en el suelo, inclinándose ante su reina con respeto absoluto.

—El consejo la ha convocado, majestad —dijo con su voz controlada, grave.

Elysia no respondió al instante. Sus dedos, cubiertos por la fina tela de sus guantes, rozaron con suavidad una pequeña piedra azul que descansaba en su regazo. Su voz, cuando habló, fue apenas un susurro.

—Hellea trajo una nueva piedra para mi cabello esta mañana. No entiendo... Se supone que gané una batalla con la coronación... ¿Acaso esto significa una victoria?

El Argente levantó la mirada, sus ojos analizando cada matiz en la expresión de su reina. El sol de la mañana entraba por los vitrales del salón, reflejando destellos de colores en el mármol pulido. Finalmente, se puso de pie con un gesto medido.

—En ciertas ocasiones, el pueblo puede obsequiar piedras, ganchos o adornos para su cabello. Pero solo la familia Phander y las encargadas de su vestimenta deben entregarle los broches oficiales —explicó con tono neutro—. Generalmente, deberían dárselos directamente a usted... pero Hellea se lo ha entregado en su lugar. Supongo que cree que usted ganó una batalla verbal.

Elysia dirigió su mirada hacia él con un brillo de curiosidad.

—¿Dices que no fue una victoria?

El Argente pareció sorprendido por la pregunta, pero su respuesta no tardó en llegar.

—Claro que lo fue, mi reina. Pero eso no es lo que piensa el consejo, ni la familia Phander. Las costureras deberían haber recibido una orden positiva de la familia antes de entregarle el broche. Sin embargo, Hellea le dio una piedra... los adornos entregados por mano propia no son obligatorios de llevar. En realidad, no tiene por qué usarlos si así lo desea.

La reina no apartó la vista de él. Su mente analizaba cada palabra, cada matiz de aquella situación. El Argente se mantenía firme, expectante. Finalmente, su expresión se suavizó apenas.

—¿Ella piensa que, si sé que no es un broche oficial, no me lo pondré? —preguntó con calma.

El Argente la observó con atención antes de responder.

—Supongo que sí, majestad.

Elysia desvió la mirada, observando la piedra azul entre sus dedos. La giró suavemente entre ellos, atrapando la luz de la mañana en sus bordes pulidos. Su mente viajaba lejos, más allá de las paredes del salón, más allá del reino mismo. ¿Cuántas batallas más tendría que ganar? ¿Cuántas serían verdaderas victorias y cuántas solo ilusiones? Finalmente, una leve sonrisa se dibujó en sus labios, apenas perceptible.

—Me gusta que Hellea piense que gané... pero ni siquiera yo sé si es verdad.

Elysia dejó escapar un leve suspiro antes de levantarse. Con un movimiento elegante, deslizó la piedra azul entre sus dedos antes de guardarla en un pequeño bolsillo oculto en su vestido. Luego, sin más demora, volvió su mirada hacia el Argente.

—Es hora de hablar con los consejeros.

Él asintió y, sin necesidad de más instrucciones, ambos salieron del salón en su formación habitual. El Argente caminaba a su derecha, su postura impecable, atento a cualquier señal de peligro, mientras seis guardias los seguían con pasos sincronizados. Los ecos de sus botas resonaban contra las paredes de mármol, acompañando su avance por los pasillos iluminados por la tenue luz de la mañana.

A medida que ascendían por la escalinata principal hacia la sala del consejo, el Argente rompió el silencio con una nota de diversión en su voz.

—¿Está lista para el sermón de los consejeros? —preguntó con tono relajado, pero con la suficiente cautela para medir su reacción—. Especialmente de los ancianos.

Elysia, sin aminorar el paso, mantuvo la vista al frente. Su mano enguantada rozó brevemente el pasamanos dorado antes de responder.

—Solo serán palabras —dijo con una calma absoluta, sin dejar entrever emoción alguna.

La afirmación del Argente se quedó en el aire cuando alcanzaron la gran puerta doble de la sala del consejo. Dos guardias apostados a cada lado intercambiaron una mirada breve antes de empujar las puertas con movimientos precisos y sincronizados.

El sonido de la madera pesada deslizándose sobre el suelo resonó en la estancia. En el interior, los consejeros —hombres y mujeres de distintas edades— se pusieron de pie al instante. En un acto reflejo de respeto, inclinaron la cabeza en cuanto la reina cruzó el umbral.

Elysia avanzó con paso firme, su silueta bañada por la luz que entraba a través de los vitrales altos. Con un sutil ademán de su mano, indicó que podían tomar asiento.

Los grandes ventanales de la sala del consejo dejaban entrar la luz pálida del mediodía, iluminando los rostros tensos de los presentes. Elysia avanzó con paso firme y se sentó en la cabecera de la mesa. A su derecha, el Argente se mantuvo de pie, como una sombra silenciosa.

Uno de los consejeros carraspeó antes de hablar.

—Majestad, su comportamiento en la coronación ha sido motivo de preocupación —dijo con cautela—. Su madre...

—Mi madre no está aquí para defenderse —lo interrumpió Elysia con frialdad—. Y ustedes han perdido el derecho de hablar de ella de esa manera.

Se hizo un silencio incómodo. Uno de los consejeros murmuró algo en voz baja, creyendo que no sería escuchado. Pero la reina lo miró directamente.

—Si piensas eso de mi madre —dijo con un tono gélido—, es mejor que te retires. Ya no formas parte del consejo.



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En el texto hay: fantasia, romance, reinos tronos coronas guerra

Editado: 11.06.2025

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