Advertencia
Esta obra contiene temas oscuros, violencia, guerra, y momentos que podrían resultar perturbadores para ciertos lectores. Se recomienda discreción.
La historia no busca glorificar el sufrimiento, sino explorarlo como parte esencial del viaje de sus personajes.
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El sol de la mañana iluminaba la vasta llanura que separaba Eryndor de Kethros. El viento acariciaba suavemente las banderas ondeando sobre las tropas. A medida que la reina Elysia avanzaba, su figura imponente caminaba entre su ejército con paso firme, su vestido azul oscuro ondeando tras ella, mientras sus guantes perfectamente ajustados cubrían sus manos.
Mayrinhy, montada en su corcel, observaba cada movimiento con una sonrisa retorcida. Al ver que la reina se acercaba a la línea invisible que dividía ambos reinos, se bajó de su caballo con gracia, sus ojos fijos en la reina. Sabía lo que pretendía hacer, lo que pensaba que podría ser su victoria. Mayrinhy se colocó justo al borde de la línea, no tan cerca como para cruzarla, pero lo suficientemente cerca como para lanzar su ataque en cuanto la reina la cruzara.
Sin embargo, Elysia parecía preverlo. A un paso de la línea invisible, la reina se detuvo con la misma tranquilidad que siempre la caracterizaba. Sus manos enguantadas reposaban sobre su abdomen, y su mirada fija, seria, se posó en Mayrinhy, quien, por primera vez, sintió una leve sensación de inquietud.
Los demás reyes y reinas, que observaban desde atrás, intercambiaron miradas sorprendidas. Nadie esperaba que la reina se detuviera en ese punto exacto. Mayrinhy, incapaz de ocultar su desconcierto, rompió el silencio.
—Parece que conoces bien tus tierras, Elysia —dijo, su tono cargado de burla, como si quisiera desestabilizarla.
Elysia inclinó ligeramente su cabeza hacia un lado, dejando escapar una sonrisa delgada, una que dejó helado a quien la viera.
—Es mi reino, Mayrinhy. ¿Esperabas que cruzara a Kethros? —respondió, su voz calmada pero segura.
Mayrinhy frunció el ceño, apenas conteniendo su furia. Miró a sus seguidores y luego volvió la mirada hacia la reina.
—El traidor de tu reino nos habló de ti —dijo, sin ocultar la hostilidad en sus palabras—. Nos dijo que eres reina solo porque el Argente te hizo subir.
Elysia, con una calma casi desconcertante, miró brevemente al Argente, que estaba a su lado. Un leve destello de diversión cruzó su rostro antes de que soltara una risa baja y resonante.
—¿Ese traidor te dio un libro sobre mi profecía? —preguntó, aún sonriendo, pero sus ojos se volvieron fríos, desprovistos de cualquier emoción—. Ese chico es uno de los más fieles a mí, Mayrinhy.
La reina hizo una pausa y observó a la princesa con intensidad, sin perder el control de su postura. La frialdad de su mirada era como hielo que caía sobre el aire, cada palabra dicha con firmeza.
—Pero lo del Argente no explica lo del valle, princesa —añadió, su tono aún calmado, pero el desafío en sus palabras era inconfundible.
Mayrinhy, furiosa, salió de sus casillas y, olvidando su compostura, gritó con todas sus fuerzas.
—¡Soy una reina! ¡De Krytheris! —vociferó, sus palabras cargadas de desdén.
Elysia, sin perder la compostura ni un segundo, dejó que su sonrisa se ensanchara, con una sutileza que resonó como un golpe.
—Eres una reina, Mayrinhy. Pero yo... soy LA REINA —respondió, su sonrisa transformándose en una declaración de poder que heló la sangre de todos los presentes.
La tensión en el aire era palpable. Mayrinhy, al ver la seguridad en Elysia, apretó los dientes, sintiendo que algo mucho más grande que un simple enfrentamiento personal se estaba desvelando ante ella.
La furia retorciéndole el rostro a Mayrinhy, escupió las palabras como veneno. —¡Tú... tú provocaste esto! Haré que vendan a los niños y a las mujeres. Haré que violen a las mujeres y a los niños. Serán tratados de la peor forma posible, y todo por ser fieles a ti. Esos hombres... muertos... todo por impedir que fuéramos a tu castillo. ¡Los destrocé! ¡Yo lo hice! —
Cada palabra era un golpe, un latigazo que resonaba en el silencio que había seguido a la declaración de guerra. El viento, antes quieto, ahora parecía susurrar las atrocidades pronunciadas, transportándolas a cada rincón de la vasta llanura. Los soldados de ambos bandos se tensaron, la horrorizada comprensión de las acciones de Mayrinhy extendiéndose como una mancha de tinta.
Elysia permaneció inmóvil, su mirada fija en Mayrinhy. La máscara de serenidad que había mantenido hasta ahora se agrietó, dejando entrever la ira que comenzaba a arder en su interior. No era la ira fría y calculada de una reina en el campo de batalla, sino una furia visceral, alimentada por la crueldad despiadada de las palabras de su enemiga. Sus manos, antes reposadas, se apretaron en puños, los nudillos blanqueándose bajo los guantes oscuros.
Elysia, aún inmóvil, dejó que sus manos cayeran suavemente de su abdomen, la expresión de su rostro permaneciendo impasible. Un leve suspiro escapó de sus labios, casi inaudible, como si se estuviera preparando para lo inevitable. Con movimientos deliberados, comenzó a quitarse uno de sus guantes, como si no fuera más que un gesto cotidiano, pero cada acción suya estaba impregnada de una energía palpable.
A medida que el guante se deslizaba por su muñeca, el aire a su alrededor empezó a cambiar. Un calor lento, pero creciente, comenzó a llenar el espacio, haciendo que las banderas a su alrededor se ondearan con más furia. Los soldados, al principio desconcertados, comenzaron a moverse inquietos, como si algo estuviera a punto de estallar.
Cuando Elysia terminó de quitarse el guante, dio un paso al frente, sus ojos fijándose en Mayrinhy con una calma inquietante. La reina de Kethros, que había observado cada uno de sus movimientos, frunció el ceño, sin comprender del todo lo que estaba sucediendo.
Editado: 11.06.2025