Reina Escarlata I: Guerra de sangre

Capítulo 14: El chico de los mandados

Cuando Kyle colgó el teléfono se sentía algo irritado. Maxine Sallow era su señora, le debía respeto y sumisión; algo que estaba encantado de cumplir.

Recordaba bien el día en que la conoció. Él, un joven paje. Ella, una dama fina y encantadora que tenía hechizada a toda la corte con su belleza y elocuencia. Él, un chico que no aspiraba a nada, solo a convertirse (con suerte) en caballero algún día. Ella, la mujer más deseada de la corte. Kyle ni siquiera aspiraba a una mirada suya, sabía que una dama como ella jamás le prestaría atención.

Pero lo miró, aunque fue por una razón muy simple. Él llegó en el momento justo en que ella terminaba de alimentarse y un joven caballero caía muerto a sus pies. Kyle se quedó quieto viendo aquella escena, asustado porque la mujer que todos idolatraban parecía ser un demonio que bebía sangre. Entonces ella lo vio, y lo usó. Lo dominó. Le ordenó que limpiara su desorden, y luego lo usó para conseguir personas indefensas para que ella se alimente. Era su "chico de los mandados". No era nada, solo el que le traía la comida. Hasta que Maxine Sallow, la primera hija de vampiros ancestrales de la historia, decidió que quería convertirlo para que esté a su servicio.

Maxine le dio todo. Inmortalidad, poder, fuerza, riquezas. ¿Cómo no quererla? Gozaba de inmunidad, y al lado de Elliot (otro chico de los mandados que luego se hizo vampiro), tuvieron una vida excelente. Se divertían, bebían cuanta sangre quisieran, mataban al que les daba la gana. Y con el pasar de los años, Elliot y Kyle pasaron a ser los vampiros convertidos por los Sallow más antiguos de la familia. Era extraño pensarlo, pero mientras Kyle sentía que su vida iba cada vez mejor, la estrella de Maxine se iba apagando.

Mucha sangre le nubló la mente. El vicio se apoderó de ella. Y con el vicio de la sangre, llegaron otros más. Aún recordaba los tiempos en los que había que sacarla a la fuerza de los fumaderos de opio entre adictos, muertos y sangre. Ahora tenían que sacarla de orgías, esconder las pastillas, los cristales y la cocaína. ¿Cómo no querer a la mujer que le dio todo? Era su chico después de todo, siempre se iba a preocupar por ella.

Pero había otras prioridades para los Sallow. Los padres murieron a manos de la reina escarlata, Maxine había caído, y el hermano menor tuvo que hacerse cargo. Marcus era el tipo de vampiro que cualquiera estaría orgulloso de tener por líder. Fuerte (no tanto como su hermana claro), firme en sus decisiones, un vampiro de pocas palabras. Alguien que hacía cualquier cosa por defender a su familia, por llevar grandeza para todos los Sallow. Incluso pactar con el aquelarre Dagger, aquel que siglos antes por poco logra extinguir a la raza vampírica.

Kyle entendía por qué las cosas tenían que ser de esa manera. Enfrentar a los vampiros Edevane sería un suicidio sin ayuda, a veces había que pactar con tus enemigos naturales para conseguir la victoria. Lo entendía, en serio que sí. Pero no le gustaba. Nada de eso quitaba el respeto que sentía por Marcus, pero si le jodía mucho no poder estar ahí para su amada Maxine. Ella lo llamó hace un rato porque requería su presencia, y a él le jodió mucho no estar a su lado cuando ella lo necesitaba. Era su chico, su muchacho. Ella era su señora, su ama, su dueña. ¿Por qué tenían que estar separados?

Ah cierto, él tenía que cumplir su parte del plan. Marcus logró que le concedieran el honor de poder usar las dagas malditas del aquelarre Dagger por un corto tiempo. Durante ese tiempo las cosas se descontrolaron bastante. La primera misión fue encontrar a Jesse Dagger y luego capturar a Maximilian Edevane. No sucedió ni una cosa ni la otra, o al menos así fue al inicio. 

Su misión empezó como una verdadera cagada. Mataron a su compañero Elliot y luego por poco lo matan a él. Tuvo que llamar a Eliana, una de las vampiresas que el convirtió, para que lo ayudara. Quizá apenas habían pasados dos días desde que empezó todo, pero al menos ya todo estaba bajo control. Para su suerte, Antonette apareció y logró capturarla a ella también. Maximilian y Antonette Edevane pronto serían entregados a Philippa Dagger, ella se encargaría de retenerlos con magia y así tener la ventaja durante esa guerra de clanes.

Muchas cosas se habían salido de control durante la misión, incluyendo la aparición de esa muchacha de sangre extraña. ¿Quién era ella? ¿Por qué su sangre era veneno? Quizá debió capturarla también, pero ya era muy tarde para arrepentirse. Ahora solo tenía que esperar que alguien del aquelarre Dagger llegara a llevarse a esos dos, entonces él sería libre para volver con su adorada Maxine. No le gustaba decepcionarla, aunque a veces era necesario estar lejos de ella para cumplir.

No podía olvidar su principal motivación. Marcus se lo dijo, tenía que enfocarse en su objetivo. Acabar con Cassian Edevane. El resto de hermanos de ese clan eran despreciables, pero Cassian era el peor de lejos. Pegándoselas de santo y equilibrado, el dueño de la moral y pilar de la sociedad vampírica. Pero sobre todo, el que trajo la maldición a todos los vampiros al engendrar a la reina escarlata. Y lo principal, el que había rechazado a su amada Maxine en los últimos años. Como si ella no fuera digna de su afecto, como si su triste condición de víctima de los vicios la hicieran despreciable de pronto. 

Eso era lo que más odiaba, que se dé el lujo de rechazar a Maxine. Cassian era culpable de muchos males, había hecho mucho daño, y tenía que pagar. Si para eso tenía que secuestrar a sus insoportables hermanos y someterse a las órdenes de los Dagger, pues que así sea. Le jodía mucho, es cierto. Pero no tenía muchas opciones.




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