Reina Escarlata I: Guerra de sangre

Capítulo 24: Deseos prohibidos

Sentirse así era casi una tortura. Cassian sabía que aquello solo podía ser producto del vínculo que los unía, no existía otra razón, no había lógica en lo que sentía. Hace años que no pensaba en Cassandra, e incluso cuando ella se metía en sus pensamientos, era consciente que la pasión que los unió hace años ya no existía. Pensaba en ella con cierta nostalgia, recordaba lo mucho que la amó y que todo acabó para siempre. Cassandra murió, no había nada que pudiera hacer al respecto. Hace siglos que había aceptado esa realidad, no era justo que de pronto todo cambiara.

Max tenía razón, Riley no era Cassandra, no tenía derecho a meterse en su vida. Ya era suficiente con tenerla ahí y darle facilidades de estudio mientras durara la guerra, era absolutamente innecesario que esté pendiente de cada paso que dé en la vida. Era aún más ridículo que se opusiera a que tenga una relación con Max, ese no era su problema.

Quizá lo peor no era aquello, sino que, a pesar de ser consciente de todo eso, no podía sacar a Riley de su cabeza. No podía evitar pensarla a cada hora del día, no lograba apartarla. ¿Por qué? Era el vínculo, claro que sí. La bruja Helena tuvo mucha razón, aquello solo tenía un objetivo, algo que era parte del plan de los Dagger. Ellos querían unirlo a esa chica para que una nueva reina escarlata naciera, cosa que no podía suceder por nada del mundo. Lo tenía claro, pero el vínculo no lo dejaba pensar con claridad. Si, estaba mal. Si, era impropio y ridículo. Pero la deseaba.

Y odiaba que Max la tuviera. Que ella quisiera a su hermano y no a él. Si Riley en verdad era la reencarnación de Cassandra y tenía su energía, ¿por qué amaba a otro? ¿Por qué no a él? Quizá se estaba precipitando, no podía afirmar que Riley amara a Maximilian, quizá solo era una especie de gusto adolescente sin mucha relevancia. Pero Max si la quería, eso saltaba a la vista. Cassian jamás lo había visto tan cerca de nadie, ni siquiera de Noelia, y eso que él afirmó alguna vez que amó a esa vampiresa. Max quería a Riley, se preocupaba por ella y la defendía, aunque eso signifique arriesgar su vida. Esos dos estaban más ligados de lo que imaginó, quería convencerse de que todo era un gusto pasajero, pero quizá no era así.

Lo torturaba saber que Cassandra reencarnó y no sentía nada por él, la reacciones que tenía Riley solo eran producto del vínculo, nada de eso era real. Se sentía idiota, debería estar agradecido de que Riley ni siquiera pensara en él, así los dos se mantenían a una distancia prudente y no caían en la tentación de cumplir con los planes de los Dagger. Pero por Dios, qué difícil era...

¿Cómo le decía a su mente que deje de pensar en ella? Cassandra fue una mujer hermosa, brillante, única. Pero Riley no era una chica cualquiera. También era bella, lista, interesante. No la conocía mucho, pero aún en contra de su voluntad, conocerla a profundidad era lo que más deseaba. Quería saber más de ella, de sus gustos, su forma de pensar, su opinión. Quería descubrir en ella lo que la conectaba con Cassandra, quería saber lo que ocultaba tras esa mirada. Luchaba por apartar de su mente el deseo de aproximarse a ella, y cada vez se le hacía más difícil.

Tenía que ocuparse de otras cosas. Por eso, después de cenar con Riley, convocó a una reunión con otros vampiros Edevane en su despacho. Intentó concentrarse en los reportes, eso siquiera lo distraía y lograba apartar a Riley. Mantenerse ocupado siempre servía, el trabajo era la cura para todo, y en ese momento tenía que encargarse de dar nuevas órdenes para combatir al enemigo. Que la cúpula de su clan esté a salvo dentro de la barrera no significaba que afuera las cosas dejaran de ser peligrosas. De nada valía que sobreviviera a esa guerra si su clan estaba acabado, por eso no podía distraerse. Marcus no podía ganarle.

—¿Ya tenemos la ubicación de los Sallow? —preguntó él después de un rato de silencio.

—Sabemos que Marcus y Maxine están en el país, abandonaron Londres hace mucho —contestó Bastian, uno de los más fieles del clan. Su hermana Bea estaba a su lado, esos dos nunca se separaban. Confiaba en ambos, así que no le importaba que vayan juntos a todos lados con tal que hagan su trabajo—. No hemos llegado más lejos, están ocultos. Eso definitivamente es obra de los Dagger —Cassian asintió, no le sorprendía que el aquelarre enemigo esté protegiéndolos tal como hacían los Relish con ellos.

—¿Cuántos de nosotros quedan en Europa? —le preguntó a Bea. Ella cogió uno de los papales con el último informe y lo leyó de inmediato.

—Tenemos cien en Inglaterra, veinte en Rusia, diez en Dinamarca, treinta en España, cuarenta en Italia. Los demás países les rinden cuentas a ellos, en total serán cien más, la mayoría son jóvenes. Y bueno, en Francia hay doscientos. Se han incorporado veinte este año, ellos ya pasaron su transición en el refugio seguro de Languedoc.

—Perfecto —contestó Cassian pensativo, ya tenía claro lo que iban a hacer—. Vamos a mover el campo de batalla a nuestro terreno. Necesito que veinte de los que están en Inglaterra vengan aquí, pero no cualquiera, quiero vampiros fuertes. No menos de 400 años, ¿quedó claro? Lo mismo con los otros países. Pero que no se muevan los líderes zonales, ellos deben mantener la posición. ¿Cómo van las bajas del enemigo? —le preguntó ahora a Sabrina. La vampiresa era de su entera confianza, no solo se encargaba de la escuela, también recibía los reportes de bajas desde el exterior.

—Hemos asesinado a cincuenta vampiros Sallow durante el mes. De ellos, solos diez eran mayores de trescientos años —informó Sabrina. Cassian asintió, casi sin querer la quedó mirando en silencio. Ella era una vampiresa recién convertida en los tiempos de la gran guerra con los Dagger, Cassian recordaba que en alguna ocasión ella y Cassandra se encontraron. Se preguntó qué pensaba ella de todo eso, o si quizá Sabrina si lograba ver el parecido entre Cassandra y Riley—. ¿Necesitas saber algo más? —preguntó ella al verlo silencioso. Cassian asintió, una vez más se distrajo pensando en esa muchacha.




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