Reina Escarlata I: Guerra de sangre

Capítulo 37: Ha empezado

—No puedo creer que nunca te hayas emborrachado —comentó Riley de pronto, muy suelta de lengua. Se acababa de acordar por qué dejó la bebida hace mucho. Aparte de las ganas de vomitar a cada rato, tener lagunas mentales y hacer el ridículo, llegaba un momento en que no podía contener la lengua y hablaba demasiado.

—Probablemente lo hice un par de veces antes de ingresar al monasterio, pero no lo recuerdo con claridad —contestó Thierry mientras la acompañaba de vuelta a la habitación en la escuela. Ella aún se tambaleaba, y por suerte no había vuelto a vomitar. Seguía sin entender por qué el desgraciado Cassian permitió que ella estuviera presente en esa cena maldita, o mejor dicho masacre maldita. Si cuando llegó a la cena estuvo algo ebria por el vodka, de pronto toda esa escena sacada de una película de terror acabó por despertarla y provocarle las peores nauseas de su vida. No lo iba a superar nunca, y ni siquiera tenía cabeza para pensar en las consecuencias de aquello o lo que iba a pasar después. El suelo aún temblaba bajo sus pies, el cielo le daba vueltas, y el alcohol seguía corriendo por sus venas.

—Pues no te creo, tienes como ochocientos años y no es posible que no hayas hecho nada para divertirte un poco.

—No es cierto.— Lo miró con interés. Ciertamente, desde la masacre que presenciaron, Thierry parecía más animado. Lo vio beber vino con entusiasmo, sonreía, hasta intercambió unas bromas en francés con Ettiene que ella no pude entender. Supuso que fueron bromas porque los dos rieron. Así que él era otro que quería hablar más de sí mismo en ese momento.

—Lo sabía, algo hiciste.

—Drogas —intentó disimular su sorpresa, pero no le quedó bien—. ¿Qué? Es de lo más común.

—Supongo que eso dijo Anto, y no le fue nada bien.

—Es cierto —contestó mirándola de lado—. A los vampiros nos es fácil caer en ciertos vicios. Todos tienen uno, aunque no todos son tan dañinos. Algunos a la sangre, otros a la muerte. A las drogas, al alcohol, al sexo. Cada quien elige su forma de matarse por dentro.

—¿Y cuál elegiste tú?

—La abstinencia —contestó impasible. Ella se detuvo en seco.

—¿Ah? ¿En serio?

—La abstinencia, Riley, es el modo de vida de los sacerdotes como yo.

—Ni siquiera llevas sotana. Además, los de tu clase violan niños. No lo niegues.

—Eso ni se discute, son un asco. Pero la abstinencia es una forma de controlarnos. Nuestro líder, se supone, está pasando un momento de abstinencia. El autocontrol es la base para vivir como seres racionales. Nuestra energía se concentra en nosotros mismos, no se desgasta en vicios. Cassian lo recomienda por etapas y muchos hacen la abstinencia de forma voluntaria. Yo lo hago constantemente. Y creo que, de cierta forma, es un vicio.

—Y solo la rompes para drogarte de vez en cuando.

—Bueno...— Thierry sonrió de lado. Riley empezó a carcajearse, no pudo evitarlo. Qué extraño resultaba el existencialista a veces.

—No puedo más —agregó intentando controlar su risa. Thierry le hizo una seña para que guarde silencio, pues ya estaban en la zona de las habitaciones e iba a terminar despertando a medio mundo. El lugar estaba solitario y silencioso, sus risas se escucharon hasta el final del pasillo. Se llevó las manos a la boca para dejar de hacer tanto escándalo. Y en cuestión de dos segundos esa risa se transformó en un grito de sorpresa. De espanto.

Riley gritó cuando vio una sombra llegar hasta Thierry, aquella sombra se hizo clara pronto. Un segundo apenas pudo verlo, al vampiro ni le dio tiempo de reaccionar. Antes de que pudiera defenderse, alguien le partió el cuello. Ella aún estaba mareada, solo vio el cuerpo de Thierry caer a un lado y gritó. Dio un paso hacia atrás, y de lo ebria que estaba por poco se va de espaldas. Pero él la sostuvo.

—Has bebido —le dijo al oído. Riley se estremeció.

—No me digas.— Su voz sonó fatal. La cabeza le daba vueltas, y su vista estaba posada en el cuerpo inerte de Thierry.

—Ri, vamos. Tenemos que irnos.

—Es... espera —se plantó bien en el piso, o al menos lo hizo lo mejor que pudo. Se giró, y ahí estaba Maximilian. La última vez que estuvo entre sus brazos fue en ese salón en le que lo encerraron, rodeada de sangre. Y aunque ya no debería sorprenderle después de lo que vio en la cena de Cassian, no le fue difícil notar que también había sangre en ese momento. Un poco en la ropa de Max, y en una de sus manos. La izquierda específicamente. Esa la tenía cubierta de una delgada capa de sangre húmeda, como si la hubiera hundido en sangre. O en las entrañas de alguien. Después de lo que vio en la cena ya sabía que eso era posible—. Para empezar, ¿cómo saliste?

—Riley, en serio no hay tiempo. Estamos contra el reloj, ven conmigo. Desapareceremos de aquí antes que sea demasiado tarde —le dijo muy serio.

—Espera, espera... No me iré sin mamá —habló y no se le trabó la lengua, ya se le estaba yendo la borrachera otra vez. Al parecer solo despertaba con eventos traumáticos.

—Eso está resuelto, fui por ella primero porque no te encontraba. Está a salvo esperándonos.

—¿Ahí te hiciste eso? —le preguntó señalando su ropa, y la mano ensangrentada.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.