Reina Escarlata I: Guerra de sangre

Capítulo 38: Zona de guerra

El momento llegó, y aunque Cassian había calculado sus pasos, a ese punto tenía una idea vaga de lo que iba a pasar. Las visiones de Jazmín no eran precisas, enumeraban acciones que podían desencadenar los hechos que él necesitaba. Y eso no le garantizaba nada, pues cualquier cosa fuera de su control podría acabar trastornando todo al punto de llevarlo a la ruina.

Pero todo había salido bien hasta el momento. Noelia confesó más de lo que esperó, en la cena se revelaron todos los traidores, Janice confesó en su último aliento. Dejó, con gran culpa, que su hermana pasara por un tormento indecible durante los días en que se consumió en esa celda. Y eso lo llevó a descubrir a la gran artífice de la traición. Helena Relish. Intentó asimilarlo rápido, pero es que en serio no le cabía en la cabeza semejante estupidez. ¿Cómo la convenció Philippa? ¿Qué demonios le dijo para que se atreviera a hacer algo como eso? ¿Solo por amor a Ettiene? ¿Por liberarlo de la maldición? Había que ser en verdad insensata para creer que los Dagger serían capaces de revelarle algo como eso. Nunca hubo futuro para Helena y Ettiene, ella era una bruja estúpida que no quiso aceptarlo y eso significó su ruina. Las brujas y los vampiros no pueden estar juntos, eso lo sabía él bastante bien.

Y a pesar de lo desconcertante que era todo, la espera y la incertidumbre valieron la pena. Tenía a los traidores muertos, a Helena tras las rejas. Su hermana se iba a recuperar poco a poco en cuanto saciara su sed de sangre, y tenía todo listo para el contraataque, había dejado órdenes específicas. El olor a sangre llegó pronto a invadir sus sentidos, los gritos lejanos y el caos empezaron a sonar cada vez más fuerte. Tal como predijo Jazmín, su refugio seguro cayó. Cassian tuvo unos días para asimilar que todo lo que construyó se iba a desmoronar ese día, que perdería una batalla importante. O no del todo, porque había tomado ciertas precauciones para golpear al enemigo. Ya no podían tardar más.

—Andando —le pidió a Ettiene. Este sostenía a la sedienta Antonette, quién miraba con hambre a Jordan. Y no solo eso, el olor a la matanza que apenas comenzaba había despertado sus sentidos. Moría de ansias de subir y acabar con todos—. Anto, cariño. Mírame por favor —le pidió. Esta hizo un esfuerzo—. Sé que mueres de hambre, pero si te soltamos, puedes dañar al clan —ella negó enérgica con la cabeza, incluso soltó un gruñido—. Si te suelto, ¿serás capaz de separar a los nuestros de los enemigos?

—¿Por quién me tomas, Cass? ¿Te parece que soy estúpida?— Aunque su voz seguía siendo tétrica, su raciocinio estaba despertando—. Tengo hambre, y voy a destrozar los cuellos de todos los Dagger que se me pongan al frente.

—Suéltala, Ettiene —le pidió a su hermano. Este le devolvió una mirada de desconfianza—. No tenemos tiempo, y ya la escuchaste, es capaz de hacer su parte. Helena iba a renovar su tortura, el efecto va a pasar poco a poco. Ahora mismo nuestra querida hermana es más letal que tú.

—Esto se va a ir a la mierda, Cassian. Y tú vas a ser el único responsable.

—Me ofrezco a vigilarla —les dijo Jordan—. Si se pasa atacando a alguno de los nuestros, la dormiré.

—Tú cierra la boca, porque aún no he determinado del lado de quién estás —le amenazó Ettiene. Pero Cassian sabía algo sobre el brujo. Muchas de las visiones de Jazmín sobre el futuro provenían de Jordan. Porque ella vio en el futuro de su hermano los hechos que podían darle el triunfo a los Edevane. Solo por eso Cassian lo dejaría libre.

—Haz lo que te pido. Ya no tenemos opción. Los nuestros no resistirán mucho más sin nosotros, tenemos que actuar.— Ettiene dudó unos segunos, Anto seguía forcejeando. La soltó, y su hermana no perdió el tiempo. Antes de que desapareciera de su vista, Cassian vio una sonrisa maliciosa en su rostro. En sus ojos, el hambre voraz que la estaba torturando. No era válido sentir piedad por los desdichados que se crucen en su camino, pero el destino que les esperaba en las garras de la vampiresa no se lo deseaba a nadie. A Marcus tal vez.

—Haré lo que pueda —les advirtió el brujo antes de salir de la estancia tras los pasos de Antonette. Si es que la llegaba a encontrar en medio de tanta muerte.

—No te preocupes por ella, sus custodias llegaron anoche, las viste en la cena —le recordó a Ettiene—. En cuanto la vean sabes que no dejarán que le toquen un solo cabello.

—No suelo confiar en un grupo de vampiresas yonquis, así que no me juzgues si voy ahora mismo tras mi hermana...

—Espera —lo detuvo posando una mano en su hombro—. Ettiene, necesito que confíes en mí.

—¿Qué pasa? —le preguntó extrañado. Se venía una de las partes más difíciles.

—Vas a subir, pero no buscarás a Antonette. A esas alturas un número considerable de los nuestros está muriendo protegiendo las entradas, el resto ha ido a proteger la escuela. Tenemos que cuidar a los menores. Olvida el palacio arzobispal, es la escuela a dónde apuntan. Quiero que vayas allá y tomes el mando.

—Bien, ¿y qué hay de ti?

—Yo me iré.

—¿A dónde? —meditó bien sus palabras. Aquello era lo único que podía decir.

—A detener todo esto, a arrancar el mal de raíz.

—¿Vas a enfrentar a Philippa y Marcus? ¿Tú solo?— No respondió eso. Quizá era mejor que lo crea así—. Has enloquecido...




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