Reina Escarlata I: Guerra de sangre

Capítulo 40: Desolación [Final]

No estaba cansado en un sentido físico. Pero sí se sentía derrotado a pesar del triunfo del clan, aunque eso tampoco era para alegrarse. Perdieron mucho, apenas lograron salvar a los menores. Sería el líder de un clan caído en desgracia, que fue atacado y quedó vulnerable. Ettiene se atrevía a pensar que la última gran derrota de su clan fue la muerte de sus padres, y que después de ese golpe ya no volverían a ser los mismos. El mundo entero sabría que los Edevane por poco fueron derrotados, que no eran tan indestructibles como le hicieron creer a todos. Que con un poco de esfuerzo y tiempo era posible acabarlos.

De hecho, tal como estaban las cosas, si los enemigos se reagrupaban no la iban a pasar nada bien. Era cuestión de tiempo. La escuela, la iglesia, el palacio arzobispal y otras instalaciones quedaron destruidas. Sí, tenían a Marcus, pero los vampiros de su clan no se fueron sin dejar destrozos. El fuego hizo estragos pronto, y fue poco lo que se salvó.

Tenían que irse de ahí. Ettiene dio la orden de que tomaran todo lo que pudiera rescatarse, sobre todo cosas de valor. Al menos los Relish seguían de su lado, perder a sus aliados hubiera sido catastrófico. Ellos tampoco la pasaron bien en ese ataque, muchos de sus brujos murieron, incluso los jóvenes aprendices. Jazmín Relish estaba desparecida, eso era terrible.

Ettiene no sabía cuánto tiempo llevaba esperando a que ella despertara, pero ya había anochecido y pronto tendrían que partir. Dejó la reja abierta, ya no tenía sentido retenerla. Esperó, y entonces la notó moverse despacio. Poco después Helena se incorporó, lucía cansada, pálida, débil. Él sabía que no era exactamente eso. Era el inicio de su infierno.

—Ettiene...—murmuró al verlo. Esa voz suave que antes lo llamó con ternura logró estremecerlo. Pero tuvo que mantenerse firme, no iba a ceder. Ya era muy tarde para retroceder.

—Levántate, Helena. Nos están esperando para partir —ordenó con la voz seca. Ni siquiera cuando la conoció actuó tan frío con ella, y la culpa la invadió. No valía la pena mentirse, la seguía amando. Y eso no cambiaba nada.

—No me siento bien...—dijo ella intentando pararse.

—Lo sé. Necesitas alimentarte. —Ettiene se puso de pie. Se esforzó por apartar la mirada de ella, no podía sentir lástima.

—Ettiene, por favor, no me trates así.

—¿Vas a decirme que te sientes culpable? Porque no voy a creerte. Debes saber que de alguna forma tu plan salió bien. Muchos han muerto, pero nosotros seguimos aquí. Nos levantaremos y seguiremos adelante. Ahora yo estoy a cargo.

—Vaya...—murmuró llevándose una mano a la cabeza, luego hizo un gesto de dolor—. Juro que no quería llegar a este punto, ella prometió que no atacaría a mi aquelarre, que solo vendría por los vampiros.

—Pues te mintió, muchos de los tuyos murieron. Y se llevaron a Jazmín, puede que ya esté muerta —informó. Helena hizo un esfuerzo por mirarlo, parecía asustada—. Dime una cosa, ¿en verdad pensaste que esto iba a terminar bien? ¿Qué Philippa era una aliada confiable? —Ella calló por varios segundos. Al levantar la mirada notó sus ojos llenos de lágrimas.

—Yo solo quería estar contigo. —Era sincera, lo sentía. Pero ya era muy tarde para cualquier cosa

—Gracias por aclararlo, porque ahora no tendrás opción.

—Ettiene... espera. —Los sentidos de Helena se habían ido aclarando conforme hablaban. Si al principio pensó que solo estaba mareada o adolorida, pronto se dio cuenta de lo demás—. No me siento bien.

—Ya te lo dije, tienes que alimentarte.

—Tengo... tengo sed...—dijo llevándose las manos a la garganta. La desesperación empezó a reflejarse en el rostro de la bruja. Corrección, ex bruja—. Ettiene, no siento nada —agregó asustada. Su cuerpo estaba temblando, Helena parecía a punto de entrar en histeria—. Mi energía, mi conexión con la magia, con la tierra, con el mundo. ¡No siento nada! —gritó con desesperación.

—Has perdido todo eso.

—¡¿Qué me hiciste?! —gritó. Helena se puso de pie e intentó caminar hacia él, pero perdió el equilibrio y cayó de rodillas. Empezó a llorar.

Ettiene sabía que las brujas sentían diferente. Percibían su energía interna, su magia ancestral, la conexión con la tierra y la naturaleza. Cosas que las hacían sentirse vivas, que era la forma de sentir y vivir de toda bruja. Todo eso había desaparecido, pues de ese momento en adelante Helena solo sentiría sed de sangre.

—Creo que lo sabes bien. —Quien se puso de pie fue él. No pudo perdonar la traición de Helena, y aunque por amor a ella hasta pensó en dejarla escapar, como líder su deber era castigarla. El aquelarre la dio por muerta, su clan le pidió que la ejecutara. Él decidió darle un castigo ejemplar que le duraría una eternidad.

—No... por favor... dime que no lo hiciste. ¡Ettiene, dime que no es verdad! —gritó, lloraba histérica.

—Te di mi sangre. Bienvenida al clan Edevane.

Le dio la espalda. Tal vez debió matarla, así hubiera acabado con todo para siempre. No tendría que torturarse viendo su rostro de traidora, no tendría que ser testigo de su sufrimiento. Helena seguía llorando en aquella celda, él caminaba firme a la salida. Ya estaba hecho, y Helena sería una vampiresa Edevane cuando complete los veinte años de transición. Le quitó todo, y muchos estarían de acuerdo en que fue un castigo ejemplar. Él solo quería desaparecer.




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