Reina Loba < Guerra de Poder I >

Capítulo 28: Ella es mi hermana

Tristan:

Calipso sigue siendo torturada en la sala del palacio diseñada para ello. Yo prefiero no perder el tiempo con alguien que ya ha dejado claro que no dirá nada, me ocupo más en buscar a la salvaje del bosque.

Estoy seguro que ella es Enya, tiene que serlo, todo la señala y mi instinto no se equivoca. Pero aún así es una suposición que me he guardado solo para mí. Esta vez haré las cosas a mi manera y Balior no va a impedirlo como en la ocasión anterior, donde yo solo fui una marioneta en sus manos.

Eso también es algo que ha rondado en mi cabeza constantemente. Toda mi vida he estado sugestionado por el susurro, la voz, la sombra, y después la presencia (aunque aún oscura) de ese ser, y me pregunto: ¿qué tanto he hecho por voluntad propia? ¿cuántas veces he sido el resultado de su manipulación?

Siempre me he creído un hombre inteligente, inflexible, calculador, pero ¿cuánto de eso hay realmente en mí? Creo que nunca lo sabré con certeza.

Su reflejo y la figura del exgeneral continúan con el placer que les produce la perversa creatividad que ejercen sobre su nuevo juguete favorito. Aún no me creo que ella haya quedado reducida a lo que es hoy. La veo y casi no la reconozco.

Luego de que la sangre cubre a Calipso y despierta de la fatiga que largas sesiones de tortura le provocan, Eros pone en práctica su favorita:

Hace que sirvientas a sus servicios la bañen, maquillen, peinen y vistan como la más renombrada de las nobles. Permite que la consientan algunas horas, y es la expectación de lo que ella sabe que vienen después lo que la hace llorar durante todo el proceso; eso, y el ver en su reflejo todo aquello que un día fue y que le arrebataron.

Luego se encierra con ella, y solo ellos dos saben lo que ocurre ahí dentro, que cuando el duque sale lleva sangre encima, sangre que se ha secado en el rostro y cuerpo de Calipso, y las vestimentas elegantes vuelven a ser sustituidas por el harapiento vestido sucio y gris.

Así llevan casi una semana, pero el resultado sigue siendo el mismo: Nada.

No diré que me molesta lo que hacen, tampoco que de alguna forma me duele. Pero cuando el miedo se pierde de los ojos de mi víctima, como es el caso de Calipso, se acaba para mí lo entretenido de la tortura. Es entonces cuando ingenio métodos que le despierten esa chispa nuevamente, o termino con sus vidas de una vez. Solo que por alguna razón, Balior no permite que ella muera.

Me llevo un trago del ambarino licor sobre la mesa de mi escritorio mientras pienso en las palabras que me dijo ella la última vez que entré a la sala de torturas.

—No permitas que él te convierta a ti en su sombra, aún estás a tiempo...

La oración resuena todavía en mis oídos. No, claro que nunca dejaría que algo así pasara. Yo soy Tristan Ignus I. Soberano de la nación más grande que existe y próximo emperador de Ocerón. Seguiré añadiendo territorios a mis dominios y muy pronto el mundo entero llevará la bandera de mi reino.

Por eso tengo que encontrar a mi hermana y acabar con ella. No puedo permitir que me robe aquello que por derecho me pertenece, no me importa lo que diga una absurda profecía que carece de sentido para mí. No dejaré que destruya lo que tanta sangre me ha costado construir.

Unos toques a la puerta me devuelven al presente y una vez más relleno el vaso de bebida.

—Adelante —advierto y la figura de Sigmund se hace presente en la instancia.

—Majestad, ¿me mandó a llamar? —pregunta llegando frente al escritorio. Con un gesto le ordeno que tome asiento y le ofrezco una bebida que acepta gustoso.

—Kaia, por favor, déjanos solos —ordeno a la eligtus a mi lado y el repcapi la observa recorrer el camino hasta la salida con una sonrisa prepotente en los labios mientras ella le lanza dagas por los ojos al hombre de la cicatriz en el rostro.

—¿Cómo vas con nuestro plan? —inquiero una vez nos quedamos solos.

—Todo marcha, lento, pero marcha —advierte y estampo el vaso en mi escritorio que se fracciona en mis manos.

El hombre mira intermitentemente de mi rostro a la sangre que sale de mi puño cerrado y su boca dibuja una O mientras sus ojos asombrados no dejan de moverse nerviosos.

No pongo atención a esto y me levanto de mi silla intentando serenarme. Camino lento hacia el estante de las bebidas y tomo otro vaso. Mis pasos son lo único que suenan en el brillante suelo de madera.

Vuelvo a mi posición y lleno el nuevo vaso con el licor ambarino, lo llevo a mis labios, doy un largo trago y lo dejo sobre el escritorio, manchado de la sangre que continúa saliendo de mi mano. Todo bajo la atenta mirada del repcapi.

—No tengo mucho tiempo —digo simplemente al cabo de un rato —quiero a la mayor cantidad de hombres de mi lado y los quiero ya.

La calma que muestran de pronto mis palabras no se corresponde con mi reacción de hace unos minutos, pero es que la tensión está pudiendo conmigo. Aunque eso no hace que mi voz suene menos firme.

—Majestad, es complicado, entienda que esos hombres han servido a aquella mujer por demasiado tiempo, sobre todo los krishnas. Ella es nuestra... —hace una pausa —su Nefyte, y les enseñaron a serle fiel, seguirla y respetarla incluso desde antes que ella naciera.

Termina de hablar y yo alzo la vista desde el filo del vaso que recorro con la punta de los dedos hasta su feo y básico rostro.

—Entiende algo tú —le digo mirándolo a los ojos —tengo razones para creer que ella va a atacarme pronto. Incluso puede estar avanzando hacia el palacio en este momento, y si yo caigo, tú caes.

—Lo sé, majestad, pero... —habla creyendo que puede interrumpirme y alzo una ceja en su dirección haciendo que guarde silencio de inmediato.

—¿Ves ese título que te nombra como Conde de la ciudad de Fioreld? Pues podría dejar de existir si a mi se me viene en gana, así que mejor haz tu trabajo y gánate esas ácoras que has estado acumulando desde que me sirves.




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