– ¿Diga? – dije al contestar la llamada con numero desconocido.
– ¿Estoy hablando con la señorita Jade Juliette Williams? – dijo una voz masculina totalmente desconocida.
– Si, esa soy yo, ¿necesita algo? – pregunté guardando mi portátil en mi bolso.
– Señorita Williams se la solicita en el palacio de Heartling para ejercer como la reina sucesora.
– Lo siento, pero no estoy para bromas, llame a otra persona para ello, estoy muy ocupada.
– Señorita, creo que no lo ha entendido – dice con seriedad – su presencia en palacio es obligatoria. La irán a recoger para que pueda ir a su casa, recogerlo todo y venir a palacio – sin dejarme decir nada más colgó.
Y así fue como mi vida dio un giro de 180°.
Cuando colgó me quedé de piedra, pero rápidamente salí de mi oficina, me despedí de Karen, mi secretaria, bajé al estacionamiento y conduje rápidamente a casa. Tenía miedo, lo admito, fue una llamada muy extraña, ¿Iban a venir a por mí para llevarme a no sé dónde? Por encima de mi cadáver. Aunque pensándolo mientras escuchaba la música de la radio llegué a la conclusión de que se trataba de una broma telefónica, estábamos en el siglo veintiuno, no existía ningún país llamado, ¿cómo dijo? Hertling ciertamente sonó convincente, pero estaba claro que era una broma de algún adolescente aburrido.
Subí al ascensor
Cerré la puerta de casa y al girarme casi me dio un infarto. Había un hombre de espaldas a mi sentado en el sillón, iba todo de negro y lo único que pude distinguir fue su pelo negro azabache. Me pegué a la puerta y la abrí intentando no hacer ruido, salí de espaldas y cerré de nuevo.
– Señorita Williams, ¿qué hace aquí fuera? Debería estar dentro recogiendo sus pertenencias- pegué un bote del susto, no me lo esperaba.
– Ehh, yo...uhmm...se me han perdido las gafas e iba a buscarlas por aquí – le dije sin girarme.
– Bueno, yo no he visto nada por aquí así que entre y comience con su equipaje – dijo obviamente sin creerse nada mientras me empujaba dentro de mi apartamento.
Llegamos en frente del sofá y puedo ver al chico que estaba sentado en el sofá, sus rizos le caían desordenadamente en el rostro, parecía tener unos veinti-pocos, y al levantar la mirada sus ojos azules se cruzaron con los míos, rápidamente se levantó e hizo una reverencia. Era guapo, tenía la nariz recta, labios rojos carnosos y la mandíbula marcada. Al levantarse pude ver que era bastante más alto que yo, y debía de hacer mucho ejercicio, debido a que tenía la espalda ancha y brazos fuertes.
– Señorita Williams, la esperábamos, por favor vaya a hacer su equipaje, coja todo como si no fuera a volver, porque es lo más seguro. – habló por primera vez con voz grave.
– Pero ¿es que no lo entienden? – dije empezando a enfadarme – no los conozco de nada, me piden que haga mis maletas para irme y no volver ¿y creen que lo voy a hacer?, que voy a irme con ustedes en vuestra camioneta de la muerte, no señor no – dije cruzándome de brazos.
– Entonces haremos nosotros sus maletas – dijo el chico de detrás mío totalmente convencido.
– De ninguna manera – me giré bruscamente. Era la primera vez que lo veía, tenía el pelo castaño claro como si se acabara de levantar y sus ojos avellana eran escrutadores, buscando cualquier muestra de debilidad. Más o menos igual de alto que su ¿amigo, compañero?, no lo sabía. Tenía una nariz respingona, labios finos, mandíbula cuadrada – primero, no me voy con alguien a quien no conozco, y, si consiguieseis persuadirme, ¿qué hay de mi trabajo? Les digo que de repente me tengo que ir porque voy a ser reina, ¿no? – bufé – si esa es vuestra idea, primero, es una locura y segundo…, bueno no hay segundo, es una locura.
– Pero trabajas como escritora, así que no vas a tener inconvenientes si les dices que empezarás a trabajar desde casa, problema resuelto – dijo el ojiazul.
– Eh, es raro, incluso más que raro diría yo, no os dais cuenta del mal rollo que es que sepáis en lo que trabajo, mi número de teléfono, donde vivo, y estoy segura de que sabéis mucho más de mí. Pero igualmente no voy a recoger mis cosas, no me moveré de aquí – dije sentándome en el sofá.
– Con que esas tenemos, ¿eh? Muy bien, venga Kaos, recogeremos nosotros sus cosas – le dijo el pelinegro al otro chico.
– Sabía que era cabezota y testaruda, pero no tanto – oí como le decía el tal Kaos al pelinegro.
Y aquí estoy ahora, en una furgoneta negra con un escudo real que no conozco yendo a no sé dónde.
Eso te pasa por estúpida, en vez de salir corriendo te quedaste ahí parada, como si no te pudieran cargar y meterte en la furgoneta a la fuerza, o sea lo que pasó.
Ahora no D.
– Al menos déjame el portátil, solo llevamos unos veinte minutos y como mínimo nos quedan unas dos horas, eso si el sitio al que me lleváis está justo a las afueras de la ciudad, sino podría ser muchísimo más – le digo a Kaos, que es el que se encuentra justo enfrente mío en la camioneta.
– Vaya, que calculadora, y no es como si te estuviéramos secuestrando, puedes coger lo que quieras – dice poniendo los pies sobre el asiento contiguo al suyo.