Reinado de Dragones

Capitulo 1

Ryu.

Todo comenzó aquel día en que el abrasador sol se escondía tras las montañas Pico de Cuervo, tiñendo el cielo con tonos cobrizos. Volábamos alto, Kenji y yo, sobre su lomo escarlata. Su cuerpo era enorme, feroz, una sombra roja que rompía el crepúsculo. El viento azotaba mi rostro mientras me aferraba a su lomo opaco, sintiendo el calor que desprendía.

Llevaba solo mi capa roja sobre los hombros, pantalones simples y unas botas gastadas. No necesitaba nada más. La capa se alzaba al viento, tan roja como mis ojos. Me gustaba cómo contrastaba con el cielo y cómo la sentía parte de mí, como una bandera en medio de la guerra que aún no comenzaba.

Le indiqué que regresáramos a las montañas. Descendimos hacia una cueva húmeda y amplia, escondida a los ojos de cualquier viajero común. Era un refugio que solo los nuestros conocían. Bajé de su lomo mientras la cueva nos envolvía en su oscuridad.

—Ya terminamos. Vuelve a tu forma, Kenji —le ordené sin girarme.

Lo escuché transformarse detrás de mí. Las escamas se replegaron, los huesos crujieron y su figura se encogió hasta volverse humana. Al darme vuelta, ahí estaba él: alto, de complexión fuerte, ojos color avellana llenos de vida, con su cabello largo y rojizo. Unos pequeños cuernos aún se asomaban entre su melena, testigos de su verdadera naturaleza.

—Ha estado muy callado, mi príncipe. ¿Algo le molesta? —me preguntó con una sonrisa amable.

Fruncí el ceño.

—¿Cuántas veces debo decirte que me llames por mi nombre?

—Lo siento, Ryu —respondió, bajando la mirada, algo avergonzado.

—No te preocupes… solo no me hagas repetírtelo siempre —dije, caminando hacia el interior de la cueva—. Lo que me molesta es que nos hayan obligado a escondernos, a vivir ocultos mientras los demás viven con libertad.

—Otra vez con eso… Sé que es difícil, pero solo es cuestión de tiempo —respondió mientras me seguía, su voz resonando entre las paredes húmedas.

No importa qué tan astuto seas. Si no eres uno de los nuestros, jamás lograrás atravesar el laberinto de pasajes ocultos en esta montaña. Puedes perderte para siempre, y nadie vendrá a rescatarte.

—Las personas son seres asustadizos y ambiciosos… —me dijo, tomando mis hombros para redirigirme—. Es por la derecha.

—Es estúpido —bufé—. Ocultarnos en un valle dentro de la montaña, mientras el rey de los aldeanos hace lo que quiere. Somos más fuertes que ellos.

Mi rabia me recorría el cuerpo. Apreté los dientes con fuerza, tanto que Kenji me miró preocupado, como si creyera que estaba por explotar.

—Como tu mano derecha debo recordarte que una guerra no es una opción. No solo nos superan en número, Ryu. También tienen armas. Y desde que descubrieron la hechicería… sólo hay dos caminos para quienes practican magia —me advirtió con tono firme.

—Unirte a ellos… o morir quemado —murmuré, empujando la cortina de lianas que daba acceso al valle donde vivíamos.

Mientras caminábamos, los recuerdos se apoderaron de mí. Kenji había estado a mi lado desde siempre. Su madre trabajó como dama de compañía de la reina, y cuando murió, él se quedó con nosotros en el palacio. La reina lo cuidó como a un hijo, y siempre decía que quería que su heredero tuviera a alguien leal como lo fue aquella mujer.

Tenía diez años cuando decidimos explorar el lugar por donde salían los dragones adultos. Kenji tenía nueve. Estaba prohibido salir del valle antes de cumplir dieciséis, cuando se celebraba el ritual de la primera cacería. En nuestra tribu no se hacía distinción de género fuerza es fuerza.

Nos perdimos. El laberinto nos envolvió como una trampa viva. Estábamos sucios, heridos, y el miedo nos hizo llorar. Cuando los soldados nos hallaron, ya había oscurecido. Recuerdo perfectamente la mirada de la reina cuando nos vio. Más que enojo, era preocupación. Nos llevó a mi habitación, cerró la puerta y habló:

—No tienen idea de lo preocupada que estaba —dijo, su voz temblaba de emoción—. Kenji, tú eres el más listo. Tu madre me pidió que te cuidara antes de morir. Si algo te hubiera pasado… me perseguiría incluso en mis sueños.

—Lo siento, mi reina… —dijo él, al borde del llanto.

—No pueden salir hasta que sean mayores. El rey de los aldeanos caza dragones. No quiere solo eliminarlos, quiere usarlos como armas. Las personas temen lo que no entienden —nos dijo, acariciándonos la cabeza con ternura.

—¿Si salimos… nos harían lo mismo que a los que practican magia? —le pregunté.

—Exactamente, cariño. Estás con ellos… o contra ellos —susurró, mirando por la ventana mientras comenzaba a llover.

Ese recuerdo me invadía cuando una gota helada me cayó en la cara. Me hizo estremecer. Alcé la vista: el cielo estaba gris, anunciando tormenta. Vi a Kenji en la copa de un árbol, tratando de alcanzar una manzana.

—Tengo un mal presentimiento —le dije.

—Deberías dejar de pensar tanto y aprender a relajarte —respondió, lanzándome una manzana que atrapé sin problemas.

Mientras mordíamos nuestras frutas, comenzamos a caminar hacia el castillo. Pero algo me tenía inquieto. Un presentimiento me rondaba desde que desperté. Sentía que este año no sería como los anteriores. Sentía que nada volvería a ser como antes.

Miré hacia la cortina de lianas que protegía la entrada del valle… y vi a alguien cruzarla.

No me alarmé. Nadie que no fuera dragón podía atravesar el laberinto. Pero la sensación de inseguridad no se iba. Respiré hondo. Mi madre solía decirme que a veces, mi cabeza buscaba excusas para atraer problemas.

Pero esta vez… algo era distinto. Lo sentía en los huesos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.