Reinado de Dragones

Capitulo 2

Hiro.

(Canción: Red Desert - 5 Seconds Of Summer)

Desde hacía un tiempo, el rey me había confiado importantes misiones de exploración, y buena parte de esa confianza se la debía al doctor Harold Yseult, médico real y viejo amigo de la familia. Unos días atrás, él me comentó sobre alguien que buscaba comenzar sus estudios como aprendiz de explorador. Según sus palabras, no había nadie más indicado que yo para entrenarlo.

Esa misma mañana, le confirmé que me interesaba conocer a ese aprendiz. Me acababan de autorizar una nueva expedición al valle a los pies de las montañas Pico de Cuervo, y me pareció el momento perfecto para comenzar con la formación de alguien nuevo. El doctor, emocionado, me explicó cómo llegar a su cabaña.

Preparé mis cosas con anticipación y emprendí el viaje. No imaginé lo complicado que sería el trayecto con la tormenta que se avecinaba. Las sombras de la noche comenzaron a descender más rápido de lo que imaginaba, y el aire se volvió denso y frío, cargado de humedad. Apreté el paso.

Fue entonces cuando lo escuché: un aullido que me paralizó. Mi corazón se detuvo por un instante, como si el sonido hubiera congelado mi sangre. No sabía si era una manada de lobos o algo peor. Solo existían dos criaturas capaces de emitir ese sonido, y una de ellas era la criatura aulladora, de la cual nadie había sobrevivido para contar la historia.

El miedo me impulsó a correr, buscando un refugio, una luz, cualquier cosa. La lluvia me empapaba completamente y me dificultaba respirar. Para mi alivio —dentro de ese caos—, al mirar hacia atrás pude distinguir siluetas de lobos. Eran "solo" lobos. Y cuando volví la mirada al frente, la cabaña de Harold apareció entre la niebla.

Corrí con todas mis fuerzas y golpeé la puerta desesperadamente.

—¡Auxilio! ¡Por favor, abran!

Una mujer joven abrió la puerta, y sin esperar, entré y la aparté suavemente para cerrar detrás de mí. Me apoyé contra la madera, esperando lo peor. Vi una espada sobre la chimenea. La tomé, alejé a la joven de la entrada y salí a enfrentar a la manada. No podía arriesgarme a que entraran a la casa.

Afuera me esperaban al menos diez lobos. Cuando el líder se abalanzó hacia mí, no dudé: lo decapité de un golpe certero. Los demás vinieron enseguida. Uno a uno fueron cayendo, aunque no sin antes herirme. Mis brazos sangraban, pero no me detuve hasta acabar con el último.

Mi respiración era lo único que oía junto al goteo de la sangre que caía de mi espada. Volví a entrar. La joven me esperaba, temblorosa, apuntándome con una daga.

—Tranquila… —le dije, soltando la espada al suelo en señal de paz—. Mi nombre es Hiro. Hiro Kaito. Soy explorador del reino. No quiero hacerte daño.

—¿Y cómo sé que no lastimarás a mi padre ni a mí? —respondió, apretando más fuerte el mango del arma.

En ese momento, un hombre mayor irrumpió en la sala con otra espada. Al verme, bajó la guardia de inmediato.

—Joven Hiro… creí que eras un ladrón —dijo, y dejó su arma apoyada en el suelo.

—Señor Harold, no sabía que vivía tan lejos cuando me dio las indicaciones —comenté, tratando de relajar el ambiente.

La joven nos miró confundida.

—¿Se conocen?

—Kardelen, él es Hiro Kaito, el explorador del que te hablé —le dijo su padre con una sonrisa—. Y tú, Hiro, ella es mi hija.

—Un gusto conocerte, Kardelen. Lamento los problemas. Limpiaré todo ahora mismo, no queremos atraer a más criaturas.

—Te ayudaré —respondió Harold.

—¿Recuerdas que te hablé de un aprendiz?

—Por eso estoy aquí. Justo me asignaron una nueva expedición, así que es el mejor momento para empezar con su formación.

—Bien, mi hija es quien quiere convertirse en exploradora desde pequeña. Le prometí apoyarla en todos sus sueños, aunque esperaba que tal vez desistiera de este — dijo sonriendo

—Si tú lo apruebas y ella lo ha decidido, no tengo objeciones. Será un honor entrenarla.

—Ya oíste, Kardelen. Oficialmente, eres aprendiz.

—Gracias, señor Kaito —dijo.

—Dime Hiro. Somos casi de la misma edad — dije sonriendo

Salimos los tres, con una lámpara, a recoger los cadáveres. Tardamos más de una hora. El doctor decidió quedarse con las pieles: me explicó que, además de curar enfermos, curtía pieles como pasatiempo.

La lluvia había menguado, pero seguía cayendo con esa persistencia fina que cala hasta los huesos. Harold volvió a entrar a la cabaña para buscar más mantas, dejando a Kardelen y a mí afuera, solos por primera vez desde que llegué.

Ella se quedó mirando los cuerpos cubiertos a un costado del sendero, con las manos cruzadas y los labios apretados.

—Nunca había visto morir a un animal —dijo de pronto, sin apartar la vista del montón de pieles empapadas—. Mucho menos así… tan cerca.

No supe qué decir de inmediato. Me limité a observarla, mientras el vapor del calor corporal se perdía en el aire frío.

—¿Y eso te hace dudar? —pregunté al fin.

Ella negó con la cabeza, lentamente.

—No. Solo… no lo imaginaba así. Pensé que sería como en los libros. Más limpio. Más fácil.

Solté una leve risa, amarga.

—Sí. A mí también me pareció, antes de la primera vez. —Guardé silencio un momento, luego añadí—: La primera criatura que maté me miró directo a los ojos mientras moría. Y yo no dormí en tres noches.

Kardelen me miró por primera vez desde que comenzamos a hablar. Tenía las mejillas rojas, pero no por el frío.

—No quiero ser una carga, Hiro. Si vamos a hacer esto… quiero ser útil. Quiero aprender de verdad. — Dijo la pelinegra con voz temblorosa




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