Reinado de Dragones

Capitulo 3

Keir.

(canción: Skinny Skinny - Ashton Irwin)

Apenas crucé la entrada de la caverna, la lluvia quedó atrás como un rugido apagado. El aire cambió: tibio, denso, impregnado de esa calma antinatural que uno solo encuentra en lugares tocados por la magia. Avancé sin apuro por el camino hacia el castillo, y entonces la vi: esa cabellera roja que reconocería incluso desde los cielos. Sonreí. Apreté el paso hasta alcanzarlos.

—Miren lo que tenemos aquí —los abracé por el cuello a ambos con fuerza.

—¡Keir! Al fin hacés aparición —gruñó Ryu mientras se soltaba de mí.

—Qué amargo sos, hermanito —le respondí con una sonrisa soberbia.

—Príncipe Keir, con todo respeto, me está apretando demasiado —se quejó Kenji, a punto de asfixiarse.

Lo solté con una carcajada, y Ryu no tardó en burlarse:

—La loca va a estar feliz de verte.

—Más respeto por la loca que es la reina —reímos los tres mientras retomábamos el camino.

Durante el trayecto, les conté historias de mis viajes. Habían pasado tres años desde que renuncié al trono. Tenía dieciocho cuando tomé la decisión. Ryu, cinco años menor, heredó la corona en mi lugar. No lo hice por rebeldía… sino por amor. En una de mis cacerías conocí a alguien. Nunca creí en el amor a primera vista hasta que la vi.

—¿Todavía pensás que fue la decisión correcta renunciar al trono? —preguntó Ryu, interrumpiendo mis recuerdos.

—¿Renunciar al trono? Sí… aunque al principio dudé. Pero cuando la conocí, supe que no podía cargar con una corona y amarla al mismo tiempo.

Miré nuevamente el camino hacia el castillo, sumergiéndome nuevamente en mis pensamientos de aquel día. Fue un acto egoísta, sí. Condené a Ryu a un destino que quizá no deseaba. O al menos eso pensé… hasta que lo vi crecer. Su ambición por el trono superó cualquier sombra que le dejé. De algún modo, eso me dio paz.

—¿Cuándo volverás a salir? —preguntó Ryu.

—¡Pero si no llevo ni un día acá! Qué cruel sos, mi rey —dije con dramatismo, justo cuando escuché a Kenji contener una risa. Le dediqué una mirada cómplice.

—No me hables así. Detesto la formalidad. Además, sos mi hermano —resopló Ryu.

—Salgo mañana por la mañana, pero voy a volver. Esta vez me quedaré un tiempo.

Vi su sonrisa, sincera, y la sentí como un abrazo.

—Me alegra saber que se quedará con nosotros —dijo Kenji con tono formal.

—Kenji, pequeño… ¿cuántas veces tengo que decirte que no me hables de usted? —le advertí con una sonrisa severa—. Sos como un hermano.

Ya dentro del castillo, nos dirigimos a la sala del trono. La reina bajó corriendo apenas me vio, me abrazó con fuerza y me retó como una madre que no ve a su hijo desde hace seis meses. Luego del extenso regaño, nos sentamos todos a cenar en el comedor real. Mi madre no dijo nada por unos segundos. Solo me miró. No con desaprobación, pero sí con una pregunta que se quedó suspendida en el aire.

—¿Cuándo me vas a presentar a esa muchacha? —preguntó mi madre.

—Nos vamos a casar, así que me gustaría que la conozcas mucho antes —respondí mientras tomaba un sorbo de vino.

—¿¡Te vas a casar!? —exclamó Ryu, escupiendo casi su bebida.

—¿De qué criatura se trata? —preguntó Kenji con genuina curiosidad.

—Nos casamos el primer día de primavera. Faltan seis meses —le sonreí a Ryu—. Es una elfa. Vive en la aldea junto al lago Belisama. Nos encontramos allí para evitar llamar la atención.

—Una elfa… debe ser muy bella para que renuncies al trono —comentó mi madre, medio en broma.

—No sé si fue amabilidad o brutalidad al principio, pero es la mujer más hermosa que he visto, querida madre —dije, mientras cortaba un trozo de carne.

—¿Por eso saldrás mañana temprano? —intervino Kenji.

—Exactamente —le sonreí con tranquilidad.

La cena terminó en un ambiente cálido. Cada uno volvió a sus habitaciones. Al entrar a la mía, los recuerdos me golpearon como una tormenta. No importa cuánto viaje o cuánto conozca; esta habitación siempre será mi hogar. Me acosté, pero el sueño no vino. Las mariposas revoloteaban sin piedad. Confesar lo de la boda se suponía que iba a calmarme, pero estaba más nervioso que nunca. Mi madre no era una mujer que juzgara, y sin embargo, temía que no pudiera adaptarse a mi futura esposa, o a su cultura. Ese miedo me tenía despierto.

Los primeros rayos del sol rozaron mi rostro. Me levanté sabiendo que hoy sería el día más aterrador: el de las presentaciones. Fui a la cocina real, tomé provisiones cuando la voz de una mujer me hizo sobresaltar.

—¿Robándole comida a tu madre? —dijo la reina, sonriéndome.

—Es por si se nos hace tarde —dije, con un semblante aún preocupado.

—¿Qué sucede, hijo? ¿Qué te inquieta?

—¿Y si no la aceptás, madre?

—¿Aceptarla? Keir… soy reina, no una inquisidora. Solo espero que te ame como merecés.

—Eso ya lo hace. Lo que temo es que este mundo no la ame de vuelta.

Mi madre sonrió con ternura y me abrazó, transmitiendo su calidez y comprensión. Al soltarme de su abrazo, me despedí y salí en dirección al lago. Evité transformarme por si había caballeros del rey patrullando el bosque.

El viaje a pie me tomaría todo el día. Cuando el crepúsculo comenzó a teñir el cielo, noté algo curioso: dos figuras iban unos metros delante de mí, hacia la misma dirección. Parecían aldeanos. La chica tenía un aire frágil, casi como un hada. El joven, aunque algo desaliñado, tenía cabello cobrizo, pecas que le cruzaban la nariz y unos ojos verdes que destacaban incluso a la distancia.




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