Ilaira
(canción:Sleeping At Last – Turning Page )
Los crepúsculos en el lago siempre han sido hermosos, pero ahora que el verano se retira y el otoño pinta las hojas de rojo y oro, siento que mi boda está cada vez más cerca. Cada atardecer parece susurrarme que el tiempo avanza, que ya no hay vuelta atrás.
Cada vez que observo el lago, me visita el recuerdo de cómo empezó todo. Fue en un día como este cuando conocí al joven de cabellos negros y ojos tan azules como el cielo nocturno. Me pareció hermoso, fascinante… y aterrador. Cuando supe que era un dragón, sentí miedo. Entre los elfos, abundan las leyendas que los pintan como depredadores de nuestra raza. Pero con el tiempo comprendí cuán absurdos eran esos cuentos. Al menos en su caso.
Cada mañana venía a mi lago con un pequeño y torpe ramo de flores silvestres. Para muchas elfas habría sido un gesto insignificante, incluso ridículo. Pero para mí era tierno. Cada flor, elegida con torpeza pero con amor, me hablaba de él. Por las noches, regresaba con vegetales que tomaba de los pueblos cercanos. Podría parecer un ladrón, pero para un dragón, comer vegetales es casi tan antinatural como pedirle a un recién nacido que corra. Su dieta era carne, sin embargo, él se esforzaba por acompañarme. Cuando le ofrecía cazar juntos una liebre, me sonreía y respondía:
—Debo acostumbrarme. Un día me comprometeré contigo.
Y lo hizo. Quién diría que cumpliría esa promesa después de tanto tiempo.
Aquella mañana, mientras recogía hierbas cerca del lago, escuché una voz detrás de mí:
—Disculpe...
Me giré, sorprendida, y vi a una pareja de jóvenes que se acercaban con una mezcla de respeto y asombro en sus rostros.
—Buenos días. Mi nombre es Ilaira. ¿En qué puedo ayudarlos, viajeros? —les dije con amabilidad.
—Yo soy Kardelen, y él es Hiro —dijo la jóven, señalando a su acompañante—. Tiene unos rasguños que necesitan curación.
Le pedí a Hiro que entrara al lago mientras preparaba los minerales curativos. Los trituré con mi molinillo hasta hacerlos polvo. Cuando estuvieron listos, me acerqué al muchacho, apliqué con cuidado el polvo sobre sus heridas y le pedí que se sumergiera en el agua.
—Muchas gracias, señorita —dijo Hiro con voz amable.
Mientras regresaba junto a su compañera, sentí una presencia familiar. Al alzar la vista, vi a Keir entre los árboles, mirándome con esa sonrisa socarrona que siempre logra hacerme reír. Ver a esos jóvenes me recordó lo jóvenes que éramos él y yo cuando nos conocimos.
Cuando la pareja se alejó, Keir se acercó y me abrazó con dulzura.
—¿Estás lista? —me susurró junto al oído.
—Estoy muy nerviosa —le confesé, aferrándome a él con fuerza.
—Tranquila, todo saldrá bien. Pero necesito que confíes en mí y me dejes vendarte los ojos.
Sacó un pañuelo de su bolsillo. Lo miré, entre divertida y preocupada.
—¡Vaya! Los dragones son desconfiados —reí, aunque mi corazón latía rápido.
—No es desconfianza, es sorpresa. Quiero que lo veas con los ojos del corazón primero.
Me colocó la venda con delicadeza, asegurándose de no presionar mis orejas. Sentí su mano acariciar mi mejilla, y su aliento mezclarse con el mío justo antes de besarme. Su beso fue tan suave como una pluma, y durante ese instante el mundo desapareció.
—Te amo, Ilaira. Y lo haré en todas mis otras vidas —susurró.
—Y yo a ti —respondí, apenas susurrando.
—Ahora, hermosa, tienes que subir a mi espalda. Es hora de partir.
—¿No pensarás en transformarte, verdad? —dije entre risas nerviosas.
—Si queremos llegar a tiempo, será mejor que sí, linda.
Subí con torpeza a su espalda, que comenzó a ensancharse y endurecerse bajo mí hasta que supe que se había transformado. Aunque no podía ver, sentía cómo el aire cambiaba. El viento agitaba mis cabellos, el vértigo se apoderaba de mi estómago, y entre risas, gritos y aleteos, emprendimos el vuelo. El mundo, con todos sus peligros, quedaba lejos allá abajo, mientras yo me aferraba a él como si no existiera otra verdad más que su promesa.
—Keir, ¿y si no les agrado? —grité entre ráfagas de viento.
—Ilaira, eres el alma más noble que he conocido. Si no te aman, es porque no te conocen todavía.
—¿Y si el problema soy yo? ¿Una elfa entre dragones?
—Entonces el problema será de ellos, no tuyo.
Pero en el fondo, no podía evitar preguntarme si él también lo creería cuando el momento llegará. Al descender, bajé a ciegas, tropezando entre risas hasta caer al suelo. Keir, ya en su forma humana, me ayudó a levantarme. Sentía que caminábamos por un laberinto, pero me dejé guiar por su mano firme.
—Bien, llegamos —dijo finalmente, y aflojó el pañuelo con suavidad.
Mis ojos tardaron unos segundos en adaptarse a la luz de la luna, pero cuando lo hicieron, me quedé sin aliento. Estábamos en un valle rodeado de montañas. En el centro, un lago formado por el río Fior brillaba como plata líquida. Todo era verde y vivo, con flores de mil colores, cabañas cálidas y un castillo imponente coronando el paisaje.
—Es hermoso... —susurré.
—Sí, sí, pero ahora viene la parte difícil. Conocer a mi familia —dijo, y me abrazó por la cintura.
Mientras nos acercábamos al castillo, sentía decenas de miradas clavadas en mí... y aunque intentaba sonreír, había un peso extraño en mi pecho que no lograba sacudirme.
—Tranquila, mi madre va a amarte —dijo, besando mi mano.
"Eso espero", pensé mientras cruzábamos las puertas de piedra.