Kardelen
(Canción: My Name – Lhasa de Sela)
El día que Hiro entró en mi vida, supe que nada volvería a ser normal. Recuerdo haber abierto la puerta y encontrarme con un chico de cabellos cobrizos, pecas que realzaban sus intensos ojos verdes y una piel morena curtida por el sol. Su llegada no solo rompió la tranquilidad de la casa... sino que también trastocó todo mi mundo.
Llevábamos ya dos días de camino hacia las montañas Pico de Cuervo, luego de haber pasado por el lago. Hiro cree que, al ser un lugar poco conocido por los caballeros y peligroso por el espeso bosque, es el sitio más probable donde podrían ocultarse los dragones o alguna de las criaturas desaparecidas. Me preocupa perdernos, que la comida empiece a escasear, pero él lleva un libro para identificar frutos y hongos no venenosos. Aun así, el verdadero problema será evitar a las criaturas del bosque y los engañosos senderos oscuros que lo cruzan.
—No te retrases, Kardelen —dijo Hiro.
Aceleré el paso hasta alcanzarlo. Se detuvo repentinamente y fijó la mirada al frente. Imité su gesto. Al ver la entrada del sendero, el corazón me dio un vuelco. La luz del día quedaba atrás. La densidad de los árboles apenas dejaba pasar unos pocos rayos solares, insuficientes para iluminarnos.
—Será mejor hacer una antorcha antes de continuar —le sugerí.
—Me leíste la mente —respondió con una sonrisa.
Armamos un par de antorchas y, ya encendidas, seguimos avanzando. A pesar de lo tétrico del lugar, admito que había cierta belleza mágica en los destellos de luz filtrándose entre las hojas y en los cantos de algunas aves. El mapa y la brújula de Hiro eran nuestras únicas guías. Cuanto más nos adentrábamos, más se transformaban los sonidos: las aves dieron paso a grillos e insectos que sentía trepar por mis piernas.
—¡MALDICIÓN! —gritó Hiro.
Bajó la antorcha hacia sus piernas. Una serpiente lo había mordido en la pierna derecha. Con rapidez, me pidió que sostuviera la antorcha y sacó una daga de su cinturón. La clavó en la serpiente, obligándola a soltarlo, y luego le cortó la cabeza.
—Maldita —escupió, lanzando el cuerpo del animal.
—¡Mierda! ¿Qué vamos a hacer ahora? —pregunté con voz temblorosa.
—Tranquila. Necesito que hagas exactamente lo que te diré —dijo, agitado.
Lo ayudé a llegar a una piedra cercana para que se sentara. Me indicó cómo proceder. Aunque dudaba, sabía que no hacerlo sería peor. Me agaché, posé la boca sobre la herida y comencé a succionar el veneno, escupiéndolo después. Repetí el proceso unas diez veces. Luego colocamos unas hierbas de su bolsa y un vendaje improvisado.
—Hay una cabaña cerca —dijo con la voz entrecortada—. Apuremos el paso.
—¿Cómo lo sabes?
—Es de una bruja que conocí en una expedición. Le salvé la vida de unos caballeros.
Era valiente. Yo, en su lugar, probablemente estaría gritando de dolor. Lo ayudé a caminar, pasando su brazo sobre mis hombros. Él sostenía la antorcha baja, atento a cualquier otra amenaza.
—Ya... ya estamos cerca —susurró, antes de desplomarse. Su pierna se sentía adormecida.
Con esfuerzo, lo subí a mi espalda. La luz del sol comenzaba a filtrarse entre los árboles y, a pocos metros, apareció una vieja cabaña maltrecha por el tiempo y la naturaleza.
—E... es a... allí —alcanzó a decir.
Aceleré el paso. Una vez frente a la puerta, la abrí de una patada.
—¿¡Quién demonios eres!? —gritó una muchacha de cabello naranja, ojos verdes y pecas bajo ellos.
—Por favor, ayúdalo. Una serpiente lo mordió —suplique.
—Estás loca si crees que ayudaré a un aldeano. ¡Lárguense!
—¡Por favor! ¡Él salvó tu vida! —mi voz se quebraba.
—Eira, estamos de vuelta —interrumpió una voz detrás de ella.
Tres muchachas entraron por la puerta trasera. Una tenía piel oscura, cabello negro y ojos grises; otra era albina, con ojos miel brillantes; y la última era trigueña, de cabello y ojos marrones.
—¿Hiro? —exclamó la de piel oscura, acercándose.
—¿Lo conoces? —preguntó la albina.
—Es el chico que me salvó de los caballeros.
—¡Por favor, necesita ayuda! —dije desesperada. La respiración de Hiro se hacía cada vez más débil.
—Llévenlo a la mesa —ordenó la trigueña.
Las cuatro comenzaron a buscar frascos, libros y hierbas por la cabaña.
—Sal. No te preocupes, estará bien —dijo la chica de cabello naranja con tono tajante.
Obedecí. No quería estorbar. Desde afuera, oía sus voces, pero no distinguía las palabras. Pasaron algunos minutos hasta que la albina abrió la puerta e hizo una seña para que entrara.
—Estará bien. Debe reposar y dejar que la poción haga efecto. Será mejor que pasen la noche aquí —explicó la morena.
—Gracias, muchas gracias. Soy Kardelen. Con todo el alboroto, no me presenté —dije, nerviosa.
—No hay de qué. Soy Aideen, bruja del fuego —dijo la morena.
—Ondine, del agua —sonrió la trigueña.
—Xylia, del aire —se acercó la albina—. Tienes unos ojos preciosos.
—Ya sabes que me llamo Eira. Represento la tierra —agregó la pelirroja.
—Es la primera vez que veo brujas. Las historias que nos cuentan son muy diferentes. Ustedes son... hermosas —comenté, admirada.
—No me sorprende. Los aldeanos siempre hablen mal de nosotras —respondió Eira mientras se dirigía a la cocina.
Me senté, observando la cabaña con total curiosidad. A simple vista parecía común, pero en los rincones había frascos con líquidos extraños, plantas, cristales, runas y libros.