Hiro
(Canción: Darkside -- Neoni )
(Recomendación: escuchar la canción cuando aparezca este signo: ¡</3! )
– ¿Mamá? – hablé dudoso.
La mujer de largo cabello naranja, que jugaba con el viento otoñal, dejando que sus mechones se despeinaran como una llamarada que desafiaba al sol, dejó la sábana que descolgaba en un canasto y me miró. Sus ojos brillaron con una calidez que no era de este mundo.
– Hiro, cariño, ven aquí – sonrió mi madre mientras abría sus brazos.
Sentí como mis pies se movían por sí solos, arrastrándome hacia ella, y cada paso que daba soltaba una lágrima, pues habían pasado ocho años desde que la vi por última vez. Cuando llegué a sus brazos, ella me envolvió en un abrazo cálido, tan reconfortante como aquel aroma a calabaza que siempre emanaba de nuestra huerta. La misma huerta que me había alimentado cuando era niño.
– Mira cuánto creciste – me separó ligeramente para secar mis lágrimas – ya no llores, mi niño. ¿Cuántos años tienes ya ?
– Ya he cumplido 18 años – le sonreí.
– Ha pasado tanto tiempo, lamento haberte dejado – sus palabras fueron sinceras, pero vacías.
Me apreté contra ella, no solo porque la necesitaba, sino porque me sentía atrapado en el abrazo de una mentira. Todo esto era solo un reflejo de lo que perdí, y ella no lo sabía. Lo que más me sorprendió no fue el afecto de mi madre, sino la oportunidad de reconstruir todo en mi mente, de hacer que ella creyera que todavía éramos una familia. De que todo había sido diferente.
En esos momentos, la nostalgia y el vacío me invadían de una manera que me hacía sentir aún más solo. Todo mi cuerpo me gritaba que debía vengar su muerte, que ella se había ido demasiado pronto. Y esa venganza se estaba formando en mi interior como una semilla que no iba a descansar hasta brotar.
– ¿Qué tal si entramos y comemos algo? – me soltó, sonriendo con suavidad.
Asentí y le sonreí mientras me secaba las lágrimas. Tomó mi mano y me llevó al interior de la casa. El aroma a caldo llenó mis sentidos, evocando recuerdos dolorosos. Todo estaba igual que antes de su partida. El frasco de monedas que ella usaba para comprar carne y otros víveres estaba en su lugar. Me senté en la pequeña mesa donde me sirvió caldo en dos cuencos, que sorprendentemente, aún sabía igual que la última vez que lo probé. Y en ese momento, todo se sentía como si el tiempo nunca hubiera pasado, como si el mundo fuera a detenerse aquí.
– Siempre fuiste muy fuerte, mi niño – dijo mientras acariciaba mi mejilla y me besaba la frente, un gesto que me hizo sentir más desconectado que nunca.
Pero la ilusión de este encuentro se rompió de golpe cuando un ardor intenso recorrió mi pierna derecha. Recordé la mordida, el dolor, y entonces, cuando levanté la vista hacia ella, ya no estaba. La casa, que había sido tan luminosa, se oscureció, y la nostalgia se transformó en angustia. Me caí de nuevo en la cama, el agotamiento me consumió y cerré los ojos, esperando que todo fuera un sueño, pero lo que ocurrió después me sacudió con más fuerza de la que podía imaginar.
(¡</3!) Desperté en un lugar diferente. Frente a mí, una joven albina me miraba con una expresión preocupada mientras sostenía un paño mojado.
– Ya despertaste, eso es una buena señal, pero no te levantes – dijo con una pequeña sonrisa.
No la reconocí, y eso me hizo sentir aún más vulnerable. ¿Dónde estaba Kardelen? ¿Estaba bien?
Las dudas se disiparon cuando entró Kardelen, acompañada de Aideen y otras dos muchachas que no conocía. Al verla, algo en mi pecho se aferró a mí con fuerza.
– Qué bueno que ya despertaste – dijo Aideen, una de las nuevas.
Kardelen estaba diferente. El vestido marrón otoñal que llevaba parecía casi un reflejo de la estación, con pequeños lazos blancos en su cabello recogido y un collar artesanal con una piedra verde en su cuello. Pero más que su apariencia, lo que me golpeó fue el cambio en su mirada. Algo había cambiado en ella, y yo sabía que parte de esa transformación tenía que ver con ellas.
– ¿Cuánto tiempo estuve inconsciente? – le pregunté, mi voz un tanto áspera.
– Llevas tres días – respondió ella con una mirada suave.
– Podemos decir que ya estamos a mano – dijo la morena, rompiendo el momento.
– Descansa y recupera fuerzas para seguir con tu viaje. Dejaremos que charlen entre ustedes – añadió una pelirroja, y las cuatro se levantaron, saliendo por la puerta.
Kardelen tomó una silla y la colocó junto a mi cama, mirándome con una ternura que, en ese momento, me resultó molesta. ¿De verdad no veía lo que estaba haciendo?
– ¿Cómo te sientes? – preguntó mientras tomaba mi mano con una calidez inquebrantable.
– Algo adolorido, además de agotado – le sonreí, intentando que no se preocupara.
– No te preocupes, aprendí muchas cosas y sé que podemos hacer un ungüento para que te relaje el dolor en tu pierna – dijo rápidamente.
– Así que además de viajera, te convertirás en bruja – bromeé, sin mirarla a los ojos.
– Es muy interesante, además podría servir para ayudar a otros de una manera alternativa, en vez de dejar que mueran – explicó alegremente.
– Estás loca – solté sin pensar, mi tono más cruel de lo que esperaba – ¿Ser una bruja? Respeto a todas las criaturas, pero las brujas no van por la vida ayudando a la gente.
– Ellas te salvaron – frunció el ceño, visiblemente disgustada.
– Tú misma la oíste. Estamos a mano, yo la salvé, y ella a mí – respondí con una sonrisa burlona, pero cargada de veneno.
– ¿Es broma, verdad? ¿Crees que te salvó porque te debía su vida? ¡Cuán narcisista eres! – soltó mi mano, molestándose de verdad.