Reinado de Dragones

Capítulo 11

Kardelen

La lluvia caía con fuerza, pero al parecer era algo favorable para nosotras. Junto a Aideen colocamos algunos jarros afuera para recoger agua, mientras Eira preparaba un pastel de manzana y Ondine se ocupaba de la cena. Pasamos el rato conversando, esperando al padre de Xylia y a sus aprendices.

Las muchachas comenzaron a contarme sobre sus familias. Me enteré de que los padres de Eira y Ondine se llamaban Colette Veda —una bruja— y Amadeo Sohan —un hechicero—. También supe que Ondine tenía veintiséis años. Aideen, con veintinueve, me contó que tenía dos hermanos gemelos, tres años menores, llamados Marlon y Lucian. Ambos eran aprendices del padre de Xylia, siguiendo el camino de su propio padre, Gavril Finn, un hechicero, y de su madre, la bruja Alanis Ríona.

Xylia, por su parte, me dijo que prefería dejar que su padre se presentara solo. Fue entonces cuando Aideen comenzó a explicarme algo sobre los elementos y los puntos cardinales.

—El norte representa la tierra, el este al aire, el sur el fuego y el oeste el agua —señaló.

—En estos días te daremos libros para que leas sobre los símbolos celtas y las distintas runas —añadió Ondine.

—Muchas gracias —les sonreí.

La puerta fue golpeada con fuerza cuatro veces, como si alguien estuviera tocando un tambor de guerra. Xylia dio un pequeño salto en su silla y luego sonrió de oreja a oreja.

—Ese es mi padre —dijo con entusiasmo, y salió corriendo a abrir.

Me puse de pie, más por reflejo que por protocolo, y apenas alcancé a parpadear cuando una figura inmensa cruzó el umbral envuelta en una capa mojada. El hombre que entró era tan alto que debíamos parecer enanas a su lado. Sin decir palabra, levantó a Xylia en un abrazo descomunal y giró con ella en brazos como si fuera una muñeca de trapo, mientras ella reía a carcajadas.

—¡Mi pequeña tormenta albina! ¡Has crecido! Bueno, no tanto como yo esperaba, pero aún así—. Le guiñó un ojo mientras la soltaba.

Tras él entraron dos jóvenes de apariencia similar a Aideen. Uno tenía una cicatriz en la mejilla derecha y ambos compartían los ojos azules de su hermana, aunque en sus rostros aún se notaba algo de travesura juvenil.

El hombre se quitó la capucha con un gesto dramático, revelando una melena blanca salpicada de gris y una barba del mismo tono, tupida pero cuidadosamente recortada. Sus ojos color miel brillaban con una chispa que no supe si era sabiduría o pura locura encantadora. Me recordaron a los de mi madre, aunque los de ella tiraban más al verde.

—¿Cómo están, muchachas? —tronó su voz, profunda como la de un cuentacuentos de feria—. Veo que ahora son cinco. ¿Estoy viejo o simplemente me están multiplicando como conejos mágicos?

—Señor Ambrose, cuánto tiempo —rió Eira—. Claro que sí, esta es nuestra iniciada.

Me miró entonces como si me escaneara con los ojos, luego hizo una reverencia exagerada y puso una mano sobre el corazón.

—Pues sea usted bienvenida a la magia, joven dama. Tenga cuidado, es adictiva y no tiene efectos secundarios... salvo tal vez volverse encantadora.

Uno de los chicos alzó una copa invisible y dijo con tono burlón:

—Bienvenida, que las locuras de esta casa no te espanten.

—Kardelen, ellos son mis hermanos —dijo Aideen, señalando a los gemelos—. Marlon y Lucian.

—Mucho gusto —me presenté, aún algo sorprendida por la teatralidad del padre de Xylia.

Entonces ella tomó el brazo del hombre y lo sacudió como si fuera una rama.

—Y este payaso es mi papá.

—Ambrose, para los amigos. Señor Ambrose, para los enemigos. Y... simplemente “oye tú”, para los que no recuerdan mi nombre —dijo, con una sonrisa tan amplia como su barba.

—¡Espera! —saltó Xylia, interrumpiéndolo—. No te presentes así. Cuéntale tu historia. ¡La historia!

—¿Otra vez esa historia? ¿De verdad? Van a gastar las palabras —dijo él, con tono de falso sufrimiento mientras se tapaba el rostro con las manos como actor de tragedia.

—¡Sííí! —gritamos todas al unísono, entre risas.

Yo asentí con una sonrisa.

—Por favor, sería un placer oírla.

Ambrose puso las manos en la cintura, levantó la barbilla y exclamó:

—¡En ese caso, que ruede la sopa y que fluyan las palabras! Pero primero, ¡a comer! Que nadie escucha bien con el estómago vacío. Eso es magia básica

Mientras todos ayudábamos a poner la mesa, Ambrose sacó de entre sus cosas una botella de cristal oscuro con un líquido espeso y de tono púrpura.

—¡He traído vino! Pero no cualquier vino, damas y caballeros imaginarios que nos observan desde el plano astral... Este es el elixir del bosque encantado, fermentado con moras, uvas y un secreto que no pienso revelar ni aunque me amenacen con hacerme leer poesía de magos adolescentes.

—¿Otra vez tu vino raro, papá? —dijo Xylia entre risas, mientras servía las copas.

—Raro no. ¡Único! Y legalmente delicioso —respondió él, orgulloso.

Cuando se acercó a mí con la botella, levanté una mano, algo tímida.

—No gracias... no me gusta el amargor que suele dejar el vino.

Ambrose levantó una ceja, ofendido como si acabara de insultar a su gato favorito.

—¿Amargor? Muchacha, este vino podría convencer a una banshee de que la vida es hermosa. Anda, prueba del vaso de alguna de estas bribonas —dijo, señalando a las chicas—. Este tiene mora, y una pizca de... Bueno, no te voy a decir, pero te va a gustar.

Xylia me pasó su copa con una sonrisa cómplice. El aroma era dulce, con un fondo de frutas del bosque y algo especiado. Probé un sorbo. Nada que ver con el vino áspero de las cenas de mi padre.




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