Reinado de Dragones

Capítulo 16

Kardelen

Sentía mi cuerpo pesado… tan pesado como mi propio corazón. Hice un gran esfuerzo por abrir los ojos, aunque la diferencia no fue demasiada: el lugar apenas estaba iluminado por algunas antorchas dispersas, dejando la mayor parte en penumbras.

Me incorporé un poco, lo justo para quedar sentada sobre lo que parecía una camilla, pero un dolor punzante en la cabeza me obligó a detenerme. Un mareo repentino me sacudió y volví a caer de espaldas, con la mirada fija en el techo. Me sentía débil, desorientada… rota.

Poco a poco, las imágenes de lo que había sucedido regresaron a mi mente, desgarrándome por dentro: el dolor, el grito de Eira, los cuerpos… todo volvía con brutal claridad.

Giré la cabeza hacia la izquierda, buscando algo que me anclara a la realidad, y fue entonces cuando mis ojos lo encontraron: la cabellera roja que había conocido días atrás, dormido en una silla junto a mí. No pude evitar mirarlo con ternura. Parecía un niño dormido, frágil y ajeno al horror de este mundo.

Respiré hondo e intenté incorporarme de nuevo, esta vez más despacio. El mareo había cedido un poco, tal vez porque no me precipité, o tal vez porque ya no quedaban lágrimas en mí para derramar.

—Parece que ya despertaste —dijo de pronto una voz firme, cortante.

El sobresalto fue inevitable. Al girar la vista, me encontré con los mismos ojos azules y fríos que había visto en el bosque. Su mirada seguía igual de recelosa, igual de desconfiada. No necesitaba palabras para saber que no confiaba en mí.

—Soy Kier, el hermano mayor de Ryu —se presentó con seriedad.

—Kardelen —susurré, apenas un hilo de voz.

—Lo sé. Ryu ya me explicó quién eres. Deberías agradecerle. De no ser por él, yo mismo me habría encargado de darte una lección —dijo con frialdad, sin apartar sus ojos de los míos— Pero no me importa lo que él haya dicho. No quiero que vuelvas a hablarle a tu Rey de esa forma. No tolero las faltas de respeto.

Tragué saliva. Su voz era profunda, tan implacable como su mirada. Sabía que tenía razón… Había hablado a Ryu de una forma que no debía, dejándome llevar por la rabia, por el miedo. Y ahora lo entendía, no podía volver a suceder. Kier parecía ser alguien que no titubeaba ante la disciplina… y menos aún ante la desobediencia.

—Lo siento… —murmuré con la mirada baja— Me dejé llevar por lo que sentía.

—Olvidémoslo —dijo al fin, y su tono perdió algo de dureza. Tomó una jarra de agua y sirvió un vaso— Al parecer, en poco tiempo has conquistado el corazón de más de uno por aquí.

Me tendió el vaso y lo acepté en silencio, asintiendo apenas en señal de agradecimiento.

Bebí un sorbo de agua, sin saber bien cómo reaccionar ante sus palabras. Su presencia me imponía, me hacía sentir pequeña, vulnerable… como si cada uno de mis movimientos estuviera siendo evaluado en silencio.

—No tienes que quedarte —murmuré al fin, con voz suave, evitando su mirada— Estoy bien… o al menos lo suficiente para no necesitar que me vigilen.

Él soltó una breve exhalación, algo que no llegó a ser una risa pero tampoco un suspiro de molestia.

—No estoy aquí por gusto —replicó con frialdad— Me pidieron que te vigile hasta que los sanadores confirmen que puedes ponerte de pie sin desmayarte. Ryu tiene… fe en ti —dijo la palabra como si le costara pronunciarla— pero yo no. No todavía.

Tragué saliva de nuevo. Me dolía esa desconfianza, aunque la entendía. Después de todo, ni siquiera yo sabía quién era realmente en este lugar.

—No pienso hacerle daño a Ryu —susurré, alzando la vista para mirarlo a los ojos, aunque me temblaban las manos.

Kier me sostuvo la mirada unos segundos eternos, su expresión era indescifrable. Por un momento creí que tal vez me respondería con alguna amenaza, pero en lugar de eso, se limitó a apartar la mirada, como si la conversación le resultara molesta o innecesaria.

—No es a él a quien temo que lastimes —dijo en voz baja, casi para sí mismo.

Sus palabras me desconcertaron, pero no tuve fuerzas para preguntar qué había querido decir. En su lugar, me recosté de nuevo con cuidado, el silencio se extendió entre nosotros. Solo se oía el crepitar de las antorchas y mi propia respiración entrecortada.

Kier seguía allí, de pie, firme como una estatua. Imposible saber si lo hacía por deber o por desconfianza. Tal vez un poco de ambos.

—No te esfuerces demasiado —ordenó sin mirarme— Aún necesitas descansar.

Asentí en silencio. Tal vez porque no me quedaba otra opción. Tal vez porque, pese a su frialdad, había algo en su voz que no era del todo hostil. O tal vez solo era mi imaginación buscando una brecha de bondad en medio de tanto hielo.

—¿Qué opinas de Kenji? —preguntó de repente, su voz tan cortante como el filo de una espada.

Parpadeé, descolocada. No era la pregunta que esperaba, no viniendo de él. Me incorporé un poco para mirarlo, buscando en su expresión alguna pista que me guiara, pero su rostro seguía impenetrable.

—¿Kenji? —repetí, algo confusa.

Él no respondió enseguida. Se limitó a cruzar los brazos, impasible.

—Te he visto cómo lo miras —añadió al fin— Y he visto cómo él te mira a ti.

Sentí un calor extraño subir a mis mejillas, más por la incomodidad que por otra cosa. Bajé la mirada, pensando bien en qué decir. No quería mentir, pero tampoco quería darle motivos para desconfiar aún más de mí.

—Kenji es… —empecé con cautela— es alguien que me resulta fascinante. No por lo que creés… —me apresuré a aclarar— Es la segunda criatura mágica que he conocido. En mi mundo… Todo lo relacionado con dragones es apenas un mito, una leyenda. No creí que existieran. Y él… él me inspira curiosidad, admiración. Me hace querer aprender, entender.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.