Reino de héreoes y dragones

5. La carta

Si la visita del dios Tristán ya era de por sí un hecho de sorpresa, lo que acababa de decir había dejado a todos alucinando ¿Qué querría decir con aquello? y ¿por qué la palabra destino, seguía resonando con tanta fuerza en su cabeza? No podía sacudirse la sensación de haber escuchado eso antes. 

La gente había empezado a murmurar a su alrededor y estaba segura que su madre estaba diciendo algo en ese instante, justo cuando la voz que no la había dejado dormir, volvió a hacerse presente en su cabeza: “Tu destino está por llegar mestiza, pero debes estar atenta a las señales. Es como una paloma blanca y negra, pero vuela sin alas y habla sin lengua.”

El bosque, la criatura, el mensaje... Sin poder evitarlo sus ojos se desviaron de inmediato al dios que se encontraba hablando con el gobernante ajeno a todos los murmullos y resguardado por sus hombres, como si en él pudiera encontrar la respuesta al acertijo.

Era imposible no plantearse la posibilidad de que su sueño estuviera conectado con la visita y lo que sea que haya querido decir Tristan. Una cadena en espiral se estaba formando en su mente, una teoría tras otra, cada una más absurda y descabellada que la anterior la tenían divagando sin parar,  hasta que una ya muy conocida mano se posó en su cintura haciendo que todos sus pensamientos se disolvieran. Theo llegó hasta donde ella se encontraba, sus facciones estaban serias, y su mirada preocupada solo le indican lo que ella misma pensaba: esa situación solo podía significar problemas.

Antes de que cualquiera de los dos pudiera poner en palabras lo que estaban pensando, la voz del dios resonó en la plaza ordenando a todos hacer silencio y como era de esperar, ni siquiera los pájaros se atrevieron a contrariarlo.

La curiosidad crecía en su interior, mientras que una sonrisa iba tomando forma en el rostro del dios.

—  No es un secreto para nadie, que mi poder y el de mis hermanos nos  permite dotar de magia a aquellos que sean dignos de ello —  Su voz era lo único que vibraba en el silencio que se hacía cada vez más tenso —  Esas personas que han sido elegidas, son quienes ahora ocupan mi corte real, son los guerreros y héroes que ayudan a cuidar de Égona. —  Eso era algo que ya Maya sabía, todos sabían eso. Se los enseñaban en la escuela. Humanos elegidos por el poder de su corazón bla bla bla… Protegiendolos de la oscuridad que luchaba por entrar a Égona; durante años le hablaron de lo mismo —  Ahora lo que va suceder es un poco distinto a lo que hemos venido haciendo. Mis hermanos y yo realizaremos un torneo en donde lo jóvenes que así lo deseen, podrán presentarse voluntarios para competir y ganar por su valor, destreza e inteligencia, el poder que mis hermanos y yo estamos dispuestos a otorgarles —  La sonrisa en el rostro de Tristán era amplia y llena de expectativas; sin embargo, al notar el mutismo en las personas que llenaban la plaza, Maya podía jurar que sus ojos se habían puesto en blanco por una milésima de segundo, haciéndolo ver más humano que divino,  antes de concluir —   Junto con una buena remuneración económica para él y su familia, claro.

Un torneo. A eso se reducía todo. Un espectáculo protagonizado por humanos dispuestos a hacer el ridículo para divertir a sus dioses. La boca de Maya bien podría haber caído al suelo cuando lo escuchó. Estaba esperando el momento en que dijeran que todo era una broma. 

En cambio, el pequeño letargo en el que las personas se encontraban sumidas, fue poco a poco desapareciendo para dar paso primero a la incredulidad, luego a la sorpresa y finalmente a la esperanza. Entre más aumentaban los murmullos a su alrededor, se le hacía más difícil contener aquello que cosquillea en su garganta y hacía fuerza por salir de su boca. Hasta que lo inevitable ocurrió y mientras todas las personas susurraban su emoción, ella dejó escapar la más energizante, burlona y liberadora carcajada de toda su vida. 

Al instante, cientos de pares de ojos posaron su vista en ella. La tensión en el cuerpo de su madre y la firmeza en el agarre de Theo, fueron señal suficiente para que sus manos viajaran con fuerza hasta sus labios y trataran de ocultar lo ocurrido. Pero sobraba decir, que ya era demasiado tarde. 

Desde donde se encontraba,  Maya podía sentir la mirada penetrante de Tristan taladrando su cabeza y retando a que levantara la suya, podía imaginar la expresión del gobernador a su lado y el estado de alerta en que debían estar los guardias. Podrían encerrarla por eso, castigarla o incluso, si él lo decidiera, podría hacer que la mataran por eso. Maya inclinó el rostro, el miedo y la incertidumbre claros en sus rasgos, sus manos empezaron a sudar y su corazón martilleaba con fuerza mientras se disponía a buscar la mirada del dios. —¿Cómo había podido ser tan descuidada? una tonta, eso es lo que ella era. 

Iba a morir. Nada más fue que Maya viera los ojos azules del dios taladrandola para saberlo, la chica que estaba al lado de él, bien podría haberla matado ya con la mirada; antes de poder pensar en algo que decir, Theo se le adelantó.

—  Disculpe por favor, mi divinidad —  Habló Theo haciendo una reverencia hacia el dios y haciendo que Maya a su lado diera un respingo —  Suele reírse mucho cuando está… emocionada.

Al comprender lo que Theo estaba tratando de hacer, Maya intentó con todas sus fuerzas, darle al dios su mejor cara de inocencia y que este se creyera el cuento de que su risa fue por mera emoción y que no había burla alguna en su gesto. 




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