De regreso en la ciudad, Maya aun podía sentir las miradas de las personas sobre ella mientras caminaba hacia la plaza de los artistas. El sitio era como un santuario para todos aquellos apasionados por la danza, la pintura y, en especial, la música. En cada esquina había alguien con instrumento en mano, tocando una melodía distinta; flautas, tambores, armónicas, violines y canto. Mucho canto era lo que llenaba la plaza, que desde hace mucho tiempo se había convertido en el salvavidas de Maya.
Los bardos de diferentes ciudades y aldeas se conglomeraban en la plaza y cantaban sus experiencias, relatando, con más ficción que realidad, los últimos acontecimientos. Ella no quería ni imaginar que debían estar hablando de ella ese día. Los pasados habían sido una pesadilla de escuchar.
Al principio creyó que todo lo ocurrido hace unos días podría perjudicar su trabajo. Pero esa mañana, cuando llegó a la esquina de siempre para encontrarse con Theo, — con quien por cierto ya se hablaba — Se llevó la sorpresa de su vida, al notar cómo las personas se aglomeraban a su alrededor para escucharla cantar, mientras Theo tocaba el violín.
Trabajar en la Plaza había sido una idea que habían tenido cuando niños para conseguir dinero sin necesidad de recurrir a las habilidades menos honrosas de sus manos. Y aunque podía darles algunas monedas para el diario, nunca era suficiente. Menos en el hogar de Theo, donde debía llevar comida no solo para él, sino también para sus dos hermanos pequeños. Su padre se había ido a trabajar a las minas de carbón cerca a la zona volcánica; solo regresaba cada quince días y el dinero que les dejaba no daba abasto.
Así que un día, cuando ella le dijo que podía cantar para conseguir monedas, él dijo que podía aprender a tocar algún instrumento para acompañarla, así que eso fue justo lo que hizo. En su cumpleaños número quince ella le regaló su primer violín. Maya prefería el piano, pero un violín era mucho más barato.
Sin embargo, a pesar de los años, nunca desde que habían empezado a ponerse en aquella esquina en la plaza de los artistas, habían atraído tanta gente como ahora. Al parecer todas aquellas miradas que recibía desde hace días no eran del todo negativas, ahora todos parecían querer ver a la chica atrevida o estúpida, dependiendo de a quien preguntaran, que se atrevió a desafiar al dios.
— Bueno, no ha estado mal — Theo contaba las monedas sobre el paño de tela que reposaba en el suelo, donde las personas que los iban a ver las dejaban caer. Y era cierto, no les había ido nada mal.
Pero ella no podía evitar sentirse decepcionada aunque eso nada tuviera que ver con las ganancias tendidas a sus pies. En los últimos días había estado esperando que su deducción al mensaje de la criatura se hiciera realidad, en especial luego de haber hablado con Ciry, pero hasta ese momento no había ocurrido nada. Maya creía que la adivinanza y el dichoso torneo estaban relacionados y que la criatura le estaba avisando de la llegada de noticias, solo que ella esperaba que estás vinieran dentro de un sobre.
— ¿Maya, estás escuchándome? — Sus ojos se dirigieron a Theo que la observaba con recelo mientras se ponía de pie y escrutaba el rostro de su amiga — Has estado más distraída de lo normal ¿qué pasa?
Unas ganas inmensas de abrir la boca y dejarlo todo salir la embargaron, pero se contuvo. Quería contarle todo a Theo, sí que quería, pero no sabía cómo hacerlo sin parecer una loca. Decirle que una criatura mágica le habló en sueños sobre su destino y que además, también la llamó mestiza, justo un día antes de que el dios de la luz se presentará en Ormon de la nada hablando de un dichoso torneo que cambiaría el destino… No. Eso no era una opción, al menos no hasta que sus dudas sobre la carta estuviesen resueltas y tuviese algo a su favor que le diera credibilidad.
— Nada, solo he estado pensando en el dichoso torneo. — Eso no era del todo una mentira, en gran parte estaba pensando en el torneo, así que no le estaba mintiendo en realidad.
Pero al parecer su respuesta no fue suficiente. Theo en vez de quedar satisfecho, lo único que hizo fue sospechar más al respecto. A ella nunca le había interesado demasiado la vida de los dioses; le gustaba la magia y en su opinión sentía una curiosidad poco sana sobre las criaturas mágicas, pero eso era todo. Además, luego de que se burlara en público sobre la idea del torneo, había dejado muy claro que no le interesaba.
— Pensé que no querías saber nada al respecto — Dijo con cautela, procurando no hacer demasiado evidente su desconfianza.
Para toda respuesta Maya resopló con ganas en su dirección y puso los ojos en blanco de esa manera que solo ella podía hacer sin quedarse ciega en el intento. Theo sonrió sin poder evitarlo y elevó los brazos al cielo, antes de volver a intentarlo.
— Te reíste públicamente de la mera idea del torneo, es normal que crea que no te interesa.
Una mueca de desagrado se apoderó del rostro de Maya al escucharlo y una mirada llena de reproche fue lanzada en su dirección.
— Que me parezca estúpido, no significa que no sienta curiosidad — Esa era la verdad más clara que le había dado en días — ¿O acaso a ti no se te hace raro, que después del anuncio no se haya sabido más al respecto?
Y con eso Maya había dado en el clavo. Pudo notar cómo el ceño del chico se empezó a fruncir hasta estar completamente arrugado y sus ojos tomaban esa expresión seria que ya tanto le conocía. Él estaba tan curioso y desconfiado como ella. Es que no tenía sentido, el mismísimo dios Tristán había ido a dar la noticia en plena fiesta y ahora nada. Ni un mensaje, un anuncio o una maldita paloma mensajera llevando noticias al respecto. Maya tenía esperanzas en que hubiesen recapacitado y toda esa locura fuese cancelada.