Maya aun con la incredulidad grabada en su rostro se apresuró a buscar la jaula de color blanco correspondiente a su tesoro, con cada paso que daba frente a las bestias, su corazón parecía saltarse un latido, y los nervios solo iban en aumento, hasta que entonces sus ojos se fijaron en la jaula y dentro de ella al hermoso dragón blanco que descansaba en su interior. Maya no podía moverse, sus ojos estaban anclados en el majestuoso animal que dormía frente a ella, su respiración hacía un sonido particular cuando el aire salía de su nariz, el asombro que sentía al estar tan cerca de un dragón, no la dejaba reaccionar.
El dragón no era tan grande como los que utilizaban los dioses, o los héroes, ese, era más bien un dragón joven, pero aun así, se veía que era varios metros más grande que Maya, las escamas que cubrían su cuerpo eran blancas tornasoladas desde el inicio de su cabeza, pero a medida que llegaban a la mitad de su cuerpo empezaban a tornarse de un amarillo pálido hasta terminar en un dorado brillante en su cola. Era hermoso.
Maya sacudió su cabeza, y volvió a enfocarse en lo que estaba sucediendo, debía llevar el dragón consigo hasta el inicio del bosque pero ¿Cómo se suponía que haría eso? con desespero se fijó en el resto de las jaulas y se sorprendió al notar que una de ellas estaba vacía. Su estómago dio un vuelco al pensar que podría no entrar en el torneo. Con renovada determinación volvió a acercarse a su tesoro.
— Primero, debo encontrar la manera de despertarte — Murmuró, sin despegar los ojos del animal — Sin que quieras comerme entera al hacerlo, claro.
Sus ojos se pasearon por todo el suelo de grama y arena hasta que encontraron una rama lo suficientemente firme entre la maleza. La tomó entre sus manos y se acercó con cuidado hasta el borde de la jaula, su mano se elevó con la rama en alto, dispuesta a pasarla por los barrotes para que el sonido o la vibración de estos pudiera despertar al animal, sin embargo, algo en su interior la detuvo.
El dragón se veía tan tranquilo que Maya se sentía mal de despertarlo de aquella manera. Ella no tenía garras, ni enormes dientes y aun así estaba segura que brincaba sobre cualquiera que la despertara de aquella forma, no quería ni imaginar lo que haría el dragón. Debía pensar en otra manera.
Entonces una idea un tanto descabellada se plantó en su mente, puede que tal vez no funcionara, pero tenía que intentarlo, A pesar de ello, Maya no tuvo la oportunidad de hacerlo, porque en ese preciso momento se sintieron pasos detrás de ella, seguidos de un grito o más bien un alarido que logró que medio bosque se despertara.
Maya giró su cuerpo lo más rápido que pudo y le lanzó a Zyan la rama que seguía sosteniendo en las manos, mientras le decía que se callara, pero había sido demasiado tarde, el gruñido de ira que escuchó e hizo vibrar el suelo bajo sus pies se lo confirmaba. Muy lentamente, Maya fue girando su cuerpo hasta encontrarse nuevamente de frente al dragón, quien esta vez se encontraba despierto y con sus ojos azul zafiro, fijos en ella. El animal estaba enojado, muy enojado y ahora mismo toda su atención estaba puesta en ella. A su lado, pudo sentir a Zyan revolviéndose en su lugar y maldiciendo por lo bajo.
No había sido solo el dragón de Maya el que se había despertado, sino al menos seis de los once dragones que ahí se encontraban, y cada uno de ellos estaba rugiendo con evidente rabia en su dirección. Esos ojos zafiro estaban fijos en los suyos y ella sin dejarse tiempo para pensar, hizo lo que hace unos segundos Zyan no le había dado tiempo de hacer. Con pasos lentos y cautelosos, Maya fue acercándose de a poco a la jaula, a la vez que dejaba salir una dulce melodía de sus labios, era una canción de cuna que su madre solía cantarle cuando era pequeña y se encontraba disgustada, a medida que se acercaba más, su canto se iba haciendo más fuerte, y pudo notar con emoción como su dragón se levantó de donde estaba y caminó hasta los barrotes de la jaula, la cabeza del animal se inclinó hacia un lado mientras que su gruñido cesaba.
— Ni se te ocurra dejar de cantar — La voz de Zyan se escuchaba emocionada a la vez que angustiada.
Maya miró al chico con el rabillo del ojo y lo encontró frente a un dragón de escamas rojas y naranjas. Zyan había inclinado un poco el cuerpo hacía delante en lo que simulaba ser una reverencia, mientras se acercaba un poco más al animal. Ella volvió a fijar la mirada en su dragón y se encontró con que este la observaba sin perder detalle de sus movimientos. Tomando una respiración profunda, cerró el espacio que la separaba, hasta que quedó a centímetros de distancia del animal. Lo único que los separaba eran los barrotes de la jaula. Maya siguió cantando hasta que la canción llegó a su fin, las orejas del dragón se movieron a los lados, como si buscaran la melodía, fue ahí, cuando decidió hablarle.
— Lamento haberte despertado — Dijo en un susurro al dragón — Pero debo sacarte de ahí y llevarte conmigo a la entrada del bosque.
El dragón no emitía ni un solo sonido. Había dejado de gruñir y se limitaba a mirarla y seguir de cerca sus movimientos.
— Ahora voy abrir la jaula para que salgas ¿De acuerdo?—
Sin esperar señal alguna de parte de la criatura, Maya corrió el cerrojo de la reja y la abrió por completo, el dragon, estiró las patas delanteras y justo cuando creyó que se disponía a salir, el animal volvió a dejarse caer en su lugar, enrollando la cola alrededor su cuerpo, mientras un rugido de lo que parecía fastidio salía de su garganta.