Reino de héreoes y dragones

17. El viaje

Ninguno de los dos se había subido antes a un barco y eso hacía que Maya estuviera ansiosa por hacerlo. Mientras se encontraban en la fila, sus pies no paraban de ponerse en puntillas para poder observar cuánta gente quedaba por delante de ellos, Theo de un tirón volvió a ponerla sobre sus pies por quinta vez.

—  El afán no trae nada bueno, Maya. Vamos a esperar. 

Maya le dio una mirada irritada, pero hizo lo que le dijeron y esperó pacientemente hasta que llegó su turno para subir a la embarcación. Cuando lo hizo su boca cayó abierta y sus ojos se dedicaron a pasearse por todo el lugar; a su lado, Theo se encontraba de la misma manera. 

El mismo hombre que había hecho sonar la campanilla levantó la voz y les indicó a todos los participantes que se acercaran a donde él estaba y, una vez ahí, les entregó a cada uno la llave del camarote que les correspondería. Cuando la llave llegó a las manos de Maya esta  de inmediato fue hasta donde Theo estaba y tiró de él para encaminarse a buscar la habitación que les había tocado.

Durante todo el camino desde la cubierta hasta el camarote, tanto Maya como Theo estuvieron absortos en el asombro, ellos nunca habían salido de Ormon, de hecho una sola vez había salido de Oguen y fue solo por breves minutos y a no más de pocos metros de la frontera con la ciudad de los inmortales gracias a Ciry, por lo que esta experiencia era algo totalmente nuevo para ellos. Los retratos y cuadros decorando el empapelado de las paredes, las alfombras que tapaban el suelo de los pasillos y la cantidad descomunal de puertas que los llevaban de un salón a otro cada vez más irreal que el anterior: Comedores, salas de estar, restaurantes, salones de baile y cuando vieron el último de todos, sus respiraciones se atascaron al unísono: un salón de música. Maya avanzó dos paso dentro del hermoso lugar, sus intenciones fijas en el bello pianoforte que decoraba el fondo del salón, pero antes de poder llegar, la voz áspera de un hombre se escuchó a sus espaldas.

— No deberían estar aquí — Maya se sobresaltó al escucharlo y giró su cabeza a la entrada para encontrar al dueño de aquella voz. Al hacerlo fue inevitable que su ceño se frunciera.

En la puerta de la entrada, justo al lado de Theo, se encontraba uno de los héroes de Égona llevando el uniforme con el emblema real, pero no era cualquier héroe, a este Maya lo reconoció como aquel que había sacado al participante de las ramas del Mortiferus Amet.

—  Se les indicó que debían ir a sus camarotes a instalarse y por lo que veo no lo han hecho —  Concluyó el guerrero señalando los maletines que colgaban de los hombros de Theo.

Maya abrió la boca lista para defenderse, pero antes que cualquier palabra pudiese salir de ella, ya Theo se le había adelantado.

— Nos hemos distraído, disculpe — Con una sola mirada Theo le indicó que saliera del salón — Ya estamos dirigiéndonos al camarote.

Dando una última mirada al piano, Maya atravesó los pocos pasos que la separaban de la puerta de entrada y se colocó al lado de Theo, el chico tomó con delicadeza su codo y se dispuso a caminar hacia los camarotes, pero justo cuando daba el primer paso, Maya se giró y sus ojos bicolor chocaron con los del guerrero, una pregunta silenciosa decoraba la mirada de la chica.

El hombre no separó su mirada de la suya y en un movimiento casi imperceptible, negó con su cabeza. Maya pudo sentir que el mundo bajo sus pies se movió y al parecer el guerrero también lo notó, pues un suspiro cansado se escapó de sus labios.

— No había nada que tú hubieses podido hacer — Maya frunció el ceño, dispuesta a refutar, pero él ni siquiera le permitió intentarlo — Y creo haber dicho que deberían estar en su camarote. Empiecen a moverse.

Y sin esperar una respuesta se giró sobre sus pies, al mismo tiempo en que Theo volvió tomarla del codo y la guió hacia donde se supone estaría su camarote.

Ese día se había pasado entre recorridos por la embarcación, siestas prolongadas y numerosas charlas sobre lo que podrían encontrar una vez llegaran a Atland. En ese momento reunidos en el salón del banquete y observando a los demás participantes, Maya pudo notar que no era la única que se encontraba inquieta. Los participantes parecían estarse midiendo unos a otros, las miradas antes amigables ahora se veían recelosas. El único que mantenía el mismo semblante intimidante de siempre, era Brice, pues incluso Zyan se había mantenido a una prudente distancia en todo lo que iba del viaje. Otra cosa de la que pudo darse cuenta Maya es que no todos los participantes fueron acompañados, por ejemplo Zyan, no lo estaba. Tampoco Tomás.

 

— ¿Qué sabes de los demás participantes? — La voz de Theo la hizo separar su mirada de los demás competidores.

— Muy poco, prácticamente nada — Advirtió Maya volviendo a mirar al frente — El rubio rapado de la esquina es Brice. Él va a ser una competencia dura.

— Entonces estaremos a la altura.

Cuando la comida terminó subieron a la cubierta para poder apreciar la vista en todo su esplendor, desde que habían llegado al barco no dejaban de asombrarse con cada pequeño detalle que se encontraban, y es que todo parecía desmesuradamente lujoso en comparación a su manera  de vivir.

La brisa y el olor salado del mar impregnaban todo el ambiente mientras que ellos, sujetos a la baranda, se dejaban llevar por el paisaje que se desprendía  frente a sus ojos. Maya no dejaba de asombrarse con la inmensidad que era el océano y se intrigaba en descubrir cuántas criaturas vivirían en sus profundidades. Sus ojos curiosos viajaban sin parar al agua esperando ver cualquier indicio de animal o criatura, pero hasta ese momento no había tenido suerte.




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