La mañana pasó en una tortuosa lentitud donde se les prohibió rotundamente a los participantes salir de sus camarotes mientras las autoridades se hacían cargo de la situación. Maya había empezado a sentirse ansiosa y la necesidad de hablar con Etria se había apoderado de su mente, ella quería respuestas. Las necesitaba.
Theo le había dicho que las muertes podrían deberse a algún tipo de plaga que estaba afectando a los animales, y aunque su teoría podría ser absolutamente válida, algo en el interior de Maya le hacía desecharla, era como si ella supiese que había algo mucho más grande detrás de todo, pero aun no lograba descubrir el que.
Theo se había limitado a observarla, Maya había estado dando vueltas por el pequeño camarote sin parar, su cabeza parecía estar a punto de estallar y de sus labios no cesaban de salir palabras enredadas acerca de Etria, la advertencia, el torneo, el ciervo y el pulpo. Maya estaba empeñada en que todo mantenía una relación y aunque él debía aceptar que las circunstancias eran altamente sospechosas, no lograba hallar un punto de encaje donde todos los hechos se unieran.
Entendía que la ninfa le habló sobre el torneo, pero los animales muertos no entraban de ninguna manera en su teoría. De hecho aún ni siquiera lograba comprender la razón por la cual la ninfa se acercó a Maya inicialmente. Todo lo que estaba sucediendo le parecía una locura.
— Ella nunca te dijo ¿como hacer si algún día la necesitabas contactar? — La pregunta de Theo cortó la diatriba que estaba saliendo de Maya.
La chica frunció el ceño y se quedó viendo a su amigo como si este hubiese hecho la pregunta más estúpida de la historia. Y tal vez había sido así.
— ¿No crees que si lo hubiese hecho, ya la habría contactado?
Theo hizo una mueca y colocó los ojos en blanco, aunque mantuvo su boca inteligentemente cerrada, sabía que Maya estaba alterada y el hecho que llevarán más de cinco horas encerrados en el minúsculo camarote no ayudaba.
Desde el otro lado de la puerta, comenzaron a escucharse pisadas seguidas de un sutil tintineo de llaves. De inmediato su mirada y la de la chica se buscaron y sin necesidad de decir palabra alguna ambos se apresuraron a recoger sus bolsos y acercarse hasta la puerta. En cuestión de segundos se escuchó la llave abriendo la cerradura y luego pudieron observar el rostro cansado de uno de los guerreros, quién para su mala suerte era el mismo que los había interceptado el día anterior.
La mirada del uniformado pasó del uno al otro, reparando por más tiempo del debido en el cuerpo Maya.
— Ya hemos llegado — Dijo el guerrero sin moverse de su lugar — Tal vez quieras considerar cambiarte de ropa antes de enfrentar a los dioses — Concluyó señalando a Maya con la barbilla antes de irse.
De inmediato los ojos de la chica viajaron hasta su cuerpo y un rubor no autorizado se coló en sus mejillas al notar que seguía llevando la camisa de Theo. Con rapidez tomó el bolso con sus pertenencias y entró al baño que estaba adherido a su camarote para cambiarse la ropa.
Un pantalón de aberturas a los costados de color blanco y una blusa corta atada al cuello del mismo tono con bordes cafés fue lo primero que encontró. Ese era el atuendo típico en Ormon, así que de cierta manera iba vestida a la perfección. Al salir del baño Theo le dió un repaso completo antes de sonreírle y colocar su vieja túnica sobre sus hombros para luego, juntos, encaminarse hacia la cubierta.
El camino lo hicieron en absoluto silencio, podía sentirse el ambiente tenso y no solo era entre los participantes, los guardias y guerreros se veían agotados, lo que Maya supuso tendría que ver con los animales muertos del día anterior. A pocos pasos delante de ella logró reconocer a Zyan caminando muy cerca de los guerreros. —Chico listo— PensóMaya mientras observaba como el chico se las ingeniaba para intentar escuchar la conversación que los guerreros llevaban.
Los cuchicheos provenientes de la cubierta se fueron haciendo cada vez más fuerte y al subir las escaleras que la llevarían a contemplar al fin a Altland en todo su fulgor, no pudo ocultar su asombro ni evitar que su boca cayera abierta ante lo que se extendía frente a sus ojos.
Habían arribado en la ciudad de Naralyn, Capital de Atland, un tumulto de personas los estaba esperando en el muelle vistiendo ropas elegantes y extraños sombreros mientras los veían a todos con ojos curiosos. Pero nada de eso tenía importancia, pues los ojos de Maya se encontraban fijos en lo que se encontraba más allá del muelle.
Los picos del palacio de Tristán eran tan grandes que podían apreciarse incluso desde la distancia. Se veían en todo su esplendor; grandes e imponentes se alzaban sobre la montaña haciéndola lucir diminuta en comparación a la majestuosa edificación de la que se vislumbraban numerosas torres en piedra y cristal que parecían brillar en cuanto el sol las besaba, haciéndolo resaltar con mayor ímpetu, dándole un toque esplendoroso y mágico que hizo que que su respiración se le atascara en la garganta.
Lentamente los participantes fueron descendiendo del barco, cada uno más estupefacto que el otro. Todo en aquel lugar se veía lujoso. No se parecía en nada a las pintorescas calles de Ormon, las cuales aunque estaban llenas de vida, no tenían ni la cuarta parte de los atributos que Naralyn poseía. Los ojos de Maya se desviaron del paisaje y se dispusieron a buscar a los causantes de todo ese alboroto, pero para sorpresa de todos, los dioses no se veían por ningún lado.