Maya se separó de Theo cuando llegó a la entrada del salón donde las hadas recibían a los participantes de su respectivo territorio para dar los últimos retoques antes de entrar a la gala, su amigo le había dado un leve apretón en el hombro y le había dicho que la vería en el jardín con los demás invitados. Eso había sido hace aproximadamente tres minutos y aún así Maya no se decidía a entrar al salón, sentía que tenía el estómago revuelto y los nervios de no saber qué le esperaba estaban amenazando con hacerla devolver su comida.
Sus pies se movían frente a la puerta cual león enjaulado llevándola de un extremo a otro por todo lo ancho del corredor. El único sonido que se escuchaba en todo el pasillo era el de sus sandalias al repiquetear contra el mármol, y el susurro de la seda de su vestido al batir contra el suelo. En realidad no era la gala lo que la tenía ansiosa, ella podía resistir a una fiesta hecha por personas de la alta sociedad, incluso sabía que podía sacar provecho de ello, la comida en eventos como ese siempre era fabulosa y por un día soportaría las miradas de aquellos que la vieran como el juguete nuevo de los dioses, pero lo que estaba haciendo que su estómago se encogiera era la sola idea de pensar que tenía que llegar hasta el bosque sin ser vista para encontrarse con Etria.
Esto no era Ormon, acá no habían cazadores amigables o personas haciendo la vista gorda al ver a una jovencita entrar sola al bosque. Cada centímetro de Atland, en especial Aralynn estaba protegido por guardias y guerreros, no había manera en que ella pudiera salir del castillo sin que lo notaran y eso estaba amenazando con enloquecerla.
—Estás empezando a marearme, Megalone.
La cabeza de Maya se giró con tanta fuerza que sintió dolor en su cuello por la violencia del movimiento, y todo para encontrarse frente a ella a William llevando el uniforme rojo ajustado al cuerpo y medallas doradas con forma de dragón sobre el pecho, que lo caracterizaban como héroe de Egona. Él era un guerrero de Tristan. Uno muy joven y bastante apuesto si le preguntaban.
—¿Me estabas espiando, William? Eso no es muy cortés de tu parte.
Para su sorpresa, el guerrero mostró una pequeña sonrisa y dejó salir un bufido mientras avanzaba con paso firme hacia donde ella se encontraba. William tenía un aura de autoridad que lo hacía sobresalir entre el resto de guerreros que habitaban el palacio, y aún así, en sus ojos Maya no conseguía ver nada de avaricia como solía pasar con muchos guardias de Ormon.
—Estaba esperando educadamente que entraras al salón, pero han pasado cinco minutos en los que no has hecho más que caminar. Entra ya, Megalone — La boca de Maya se estaba abriendo para dejar salir algún pretexto, pero la mano extendida de él se lo impidió— Pudiste con la prueba de selección, Megalone. Por los dioses, subiste en el lomo de un dragón y lo hiciste volar, esto no debería ser algo difícil.
De alguna extraña manera eso había hecho que la revoltura en su estómago se calmara. Tenía razón, ella había superado la prueba de selección. Había dominado a un dragón. Incluso lo había montado. Necesitaba enfocarse en sus fortalezas y así encontrar la manera de llegar hasta Etria. Dando nuevamente una mirada al hombre frente a ella, Maya dejo que una sonrisa completa se extendiera en su rostro, y posando las manos en sus caderas inclinó una ceja hacia él.
—Voy a aceptar ese cumplido, William. Me alegra ver que al fin llegamos a ponernos de acuerdo.
William parecía horrorizado con sus palabras. Ella lo estaba disfrutando.
—¿En qué se supone que nos pusimos de acuerdo?
La sonrisa se hizo aún más grande en su rostro, mientras el guerrero la observaba desconcertado, tratando de entender que pasaba por la cabeza su cabeza. Maya avanzó en reversa hasta posar su mano en el pomo de la puerta y le dio una última mirada antes de hablar.
—En que soy increíble.
Pudo escuchar el bufido del héroe aún con la puerta cerrada tras ella, y eso solo hizo que su sonrisa fuese más grande, aunque esta no demoro en ir disminuyendo en el momento en que sintió las miradas puestas sobre ella. Los participantes estaban observándola, todos. Era como si no la hubiesen visto hasta ese momento. Como si de repente se hubieran dado cuenta que era una mujer y no una niña en edad de desarrollo. Maya levantó la cabeza y les devolvió la mirada, altanera e imperturbable; tal como solía hacerlo en Ormon. Ella había vivido mucho tiempo bajo el escrutinio de la gente y si había sobrevivido antes también lo haría ahora.
Su mirada no demoró en encontrarse con aquellos ojos verdes risueños y atrevidos que estaban, a diferencia del resto, viéndola con intensidad. Zyan recorría su cuerpo sin pudor alguno, sus ojos deteniéndose más tiempo del debido en sus curvas, que aun estando demasiado delgada podían apreciarse, y el rastro de piel que quedaba expuesta en el vestido. Ella no entendía las sensaciones que esa mirada le provocaba. Era como si un cosquilleo se extendiera por su cuerpo y exigiera por su cercanía.
Pero, cediendo un poco a lo que sentía, se permitió al igual que él observarlo en detalle. Lo habían vestido con un traje de tres piezas de un tono azul marino y sobre este caía a su espalda una capa hecha en piel de animal que se notaba escandalosamente costosa. Podría alimentarse por varias semanas vendiendo esa capa, los carroñeros le darían muchísimo por ella.
Antes de darse cuenta tuvo a Zyan frente a ella y cuando sus ojos se fijaron en su rostro no pudo evitar detenerse a mirar sus labios que formaban una sonrisa ladeada en esos momentos.