William no conseguía descifrar qué era lo que pasaba por la cabeza de Maya Megalone. Desde que la vio por primera vez en el bosque supo que sería un dolor de cabeza, pero hasta ese momento no se había dado cuenta de cuán ciertas eran sus palabras. Ella realmente lo había estropeado y las pruebas ni siquiera habían tenido inicio. Los dioses, en especial Tristan, estaban furiosos.
No conseguía entender cómo había podido retar al dios supremo enfrente de toda su gente. —¿Es que acaso no tiene sentido de supervivencia?— William le dio una mirada de reojo mientras avanzaba un paso delante de él. Su vestido verde caía en cascada desde su cintura descubierta barriendo el suelo y su cabello oscuro se movía en sincronía con su cuerpo. Su postura era confiada, pero él sabía que eso solo era una fachada. Aún era una niña a fin de cuentas. Una que no debía pesar más que una pluma y que no soportaría una pizca del poder de Tristan.
Cuando ella se presentó a la prueba, todos, incluido él, se habían reído en voz baja al verla. Estaba llevando ropa demasiado grande para ella que la hacían parecer una niña de trece años, pero cuando la vió en el bosque superando una a una las pruebas supo que era diferente. Un dolor de cabeza sin duda, pero diferente. Y aunque no lo diría en voz alta, estaba un poco preocupado por ella.
Los pasillos del palacio estaban más solos de lo habitual, no se escuchaban sirvientes o invitados caminando en ningún lugar y las altas paredes parecían hacer rebotar el sonido de sus pasos sobre el mármol, lo único que se escuchaba era el chispear de las llamas que ardían en los candelabros que iluminaban la estancia.
Maya estaba tratando de contener sus nervios lo mejor que podía, no quería mostrarse débil frente a William y mucho menos frente a los dioses. Ya había decidido seguir por la línea de la ignorancia, fingiendo que fue un acto inocente y no deliberado el haberlo interrumpido. Seguramente no le creían, pero no había manera alguna para demostrar que ella lo había hablado antes con la princesa. Al menos que esta la traicionara.
Su estómago dio una voltereta violenta cuando se vio enfrente a unas enormes puertas doradas de madera que no había visto antes. Inmediatamente sus pies se paralizaron y la poca valentía que había sentido al entrar al palacio se estaba drenando de su cuerpo. A su lado, William llevó los nudillos a la puerta y tocó dos veces antes de dar un paso hacía atrás. La puerta se abrió sin hacer ruido y con una mirada el héroe le indicó que entrara en la sala.
Seis pares de ojos se encontraban fijos sobre ella en el momento en que puso un pie dentro de la habitación. Todos tenían posturas intimidantes mientras la observaban como si fuera un ratón a la espera de ser cazado. Era justo así como se sentía, pero eso ellos no tenían que saberlo. Ella había vivido toda su vida sin rendirles ningún tipo de tributo y había sobrevivido; ese no sería el momento en que empezaría hacerlo.
Elevando su barbilla llevó la mirada hacia donde Tristan se encontraba ignorando deliberadamente la presencia del resto de dioses. Aunque el hormigueo que invadía su cuerpo y la energía que emanaba de ellos le hacía muy difícil la tarea. Los ojos del dios se veían más amarillos que azules en ese momento y en ellos se podía ver con facilidad el poder y la ira fluyendo por dentro. Maya tuvo que entrelazar sus manos delante de su cuerpo para evitar que se notara el temblor que la invadió y se dieran cuenta del pánico que sentía.
—¿Deseaba verme, mi dios?
Ella se atrevió, una vez más, a hablar sin que se lo hubiesen solicitado. Pudo darse cuenta como eso solo hizo que la rabia fuera más notoria en Tristan. Él parecía estar considerando realmente hacerle daño y por primera vez ella consideró que tal vez no debió haberse arriesgado tanto por la princesa.
El golpe llegó demasiado rápido para que pudiera haberlo previsto. En especial porque no vino dirigido por Tristan, quien por un segundo pareció genuinamente sorprendido. La bofetada había sido tan violenta que no solo podía sentir el sabor de la sangre en su boca sino que además sentía como su mejilla se humedece de a poco.
Romy estaba frente a ella viéndola con total desagrado. Había atravesado toda la sala sin hacer un solo ruido y la había golpeado tan fuerte que por poco cae sobre sus trasero del impacto. Estaba haciendo un esfuerzo sobrenatural para no llevar sus manos a la zona lastimada y taparse la herida.
—¿Te atreves a hablarle a tu dios de esa manera después de lo que hiciste?
La voz de la diosa era hielo puro al igual que su mirada. Por alguna razón su cuerpo se sintió mucho más amenazado frente a la presencia de la diosa que al mismísimo Tristan. El presentimiento de que Romy no dudaría en matarla, incluso que lo disfrutaría, se hizo muy notorio en su mente.
A partir de ese momento ella tenía que pensar muy bien sus movimientos, pero el escozor en su mejilla no la dejaba pensar con claridad y cada vez que la diosa la veía el hormigueo en su interior se revolvía con violencia, nublando su lado racional y sacando lo peor de ella.
— No entiendo exactamente de qué se me está acusando.
La voz de Maya era neutral. Ni alta, ni suave. Maquilló cualquier rastro de dolor en ella y utilizó el mismo tono de voz que utilizaba con los cazadores si llegaba a encontrarlos en la entrada del bosque o si veía a un guardia en el mercado mientras robaba. Había recuperado la compostura muy rápido luego del golpe y aunque podía sentir el hilo de sangre bajando por su mejilla y humedeciendo su cuello, se negaba a mostrarse débil frente a ellos.