Regresar del prado de las jaulas hasta su habitación supuso un peligro más grande de lo que había imaginado. A esas alturas las personas, tanto invitados como participantes y anfitriones, se encontraban regresando a sus aposentos o yendo a sus casas. Lo que hizo que las calles y entradas se vieran llenas de gente.
Intentando pasar desapercibida regresó sobre sus pasos para encontrar la entrada trasera que conectaba el exterior con la cocina del palacio. Esperaba que allí hubiera menos gente de la que se encontraba afuera. El clima empezó a volverse helado y las ridículas prendas de Theo que estaba llevando no ayudaban en nada a protegerla contra el frío. Apresurando el paso, frotó sus manos tratando de encontrar un poco de calor y cuando las sopló vió como un halo de humo helado escapa de sus labios. No recordaba que hiciera tanto frío al salir del castillo.
Ya podía ver a lo lejos la entrada de la cocina, iba casi corriendo para llegar cuando sintió como el vello de su nuca se erizó, pero no era debido al frío. Una sensación de intranquilidad fue apoderándose de ella. Intentó ver algo a su alrededor pero sólo la negrura la rodeaba. Sus ojos escrutaron sin piedad los terrenos y por un segundo creyó haber percibido movimiento desde el lateral derecho del castillo. Se apresuró a ocultarse detrás de uno de los grandes árboles que rodean el hogar del dios y aguardó a la espera de ver a alguien salir, ya sea persona o animal; pero con el paso de los segundos entendió que lo más probable es que lo haya imaginado.
Cuando ya estaba a menos de dos metros de distancia, el delicioso olor a cordero y pan horneado entró en sus fosas nasales haciendo que su estómago se retorciera en una protesta hambrienta. Lo que le hizo recordar que la retiraron de la gala antes de comer y desde la hora del almuerzo no había probado bocado. Mientras continuaba acercándose a la puerta, intentó capturar todo el sonido que pudo para tener una idea de lo que le esperaba dentro, pero solo consiguió escuchar palabras sueltas y el sonido de platos siendo remojados, nada como el alboroto que había cuando salió del castillo.
Cómo sabía que esa era la única entrada de la que disponía, esperó un poco más hasta que los sonidos se hicieron casi inaudibles y empujó la puerta para adentrarse en la cocina. De inmediato se encontró observando de frente a un hombre tal vez entrado en los cincuenta, de cabello cano y grandes ojos negros vistiendo la ropa y los utensilios de los meseros de la gala. Junto a él, una mujer regordeta, con mejillas sonrosadas y cabello amarillo brillante la observaban con sorpresa.
No tenía ninguna excusa creíble que dar que explicara la razón por la que se encontraba fuera del castillo, entrando por la puerta trasera y llevando ropa de hombre. Estaba a punto de echar a correr fuera de la cocina, cuando el rostro de la mujer se inclinó ligeramente y sus ojos grandes y saltones se llenaron con reconocimiento. Ella sabía quién era ella, lo que pasó en la gala.
Antes que la mujer pudiera hablar o decidiera llamar a los guardias, Maya juntó sus manos y dió un paso en su dirección.
— No estoy buscando problemas, es solo que no me han dejado probar bocado desde que me sacaron de la gala.
Sabía que eso no explicaba su atuendo ni el por qué de su entrada a escondidas pero tenía que intentarlo. Para reforzar su punto, desvió sus ojos hacia las hornillas donde el delicioso olor a estofado de cordero amenazaba con enloquecerla. La mujer le dió una mirada preocupada al mesero que no había despegado los ojos de ella. Estaba casi segura que iban a acusarla, cuando el hombre tomó un cuenco y se acercó hasta la olla de estofado.
— Debería ir arriba antes que alguien la vea vestida así, señorita— La voz del hombre, aunque cautelosa, era amable. Baja y pausada— Me encargaré de que no se acueste sin comer.
Sin más remedio que confiar en su palabra, Maya corrió fuera de la cocina, atravesó el salón y subió las escaleras de caracol hasta llegar a los aposentos de los participantes. Empujó la puerta de su habitación y cuando estuvo dentro la cerró con fuerza detrás de ella.
Esa noche mientras le contaba a Theo lo sucedido en el bosque, — dejando por fuera todo lo relacionado con su poder despertando— y empezaban a pensar en la respuesta a la nueva adivinanza de Etria, disfrutó de un banquete de estofado, puré de patatas y pan tostado.
***
El día después de la gala permaneció encerrada en su habitación del palacio. No tenía permitido salir ni entrenar con el resto de participantes. Sin embargo, nadie dijo nada sobre Theo. Así que desde muy temprano él había salido a espiar los entrenamientos y tomar nota de lo que el resto hacía o mostraba a los entrenadores. Era lo mejor que podía hacer dadas las circunstancias. Además, ella confiaba totalmente en el juicio de Theo; él sabrá hacerle saber qué es lo que le esperaba.
Pese a eso, no pudo evitar notar que el tiempo parecía pasar con tormentosa lentitud dentro de su habitación. En lo que llevaba de la mañana ya se había comido su desayuno y mitad del de Theo, se había probado al menos la mitad de los atuendos que había en el closet, se dio un largo baño con espuma y aceite, cepilló y trenzó su cabello oscuro y ahora se encontraba anotando en el pequeño cuaderno forrado en cuero todo lo que sabía de sus contrincantes. Lo cual no era mucho.
Un suspiro cansado escapó de sus labios al notar que lo único que sabía del resto era lo que percibió de ellos durante la presentación y la cena anterior a ello. Se suponía que el día de hoy era primordial para planear una estrategia, pero debido a su insensatez ahora se encontraba encerrada.