Reino de héreoes y dragones

31. Más fuerza de la que crees

La habitación a la que la había llevado Aurora era inmensa. Las paredes blancas estaban en su mayoría limpias y libres de adornos. Solo algunas antorchas colgaban de ellas iluminando la estancia. Pero en el suelo y esquinas del salón habían maniquíes con armaduras, estanterías repletas con espadas de todo tipo: largas, cortas, curvas o rectas, de acero grueso o ligero. Y sacos de pelea colgando del techo sobre suelo acolchado. Al fondo,  docenas de dianas listas para que alguien atraviese las flechas en ellas. Todo estaba tan pulcramente acomodado, que en lugar de parecer un sitio donde se va a luchar, parecía una exhibición de arte. Ahí había todo lo que se necesitaba para entrenar.

La princesa se encargó de cerrar la puerta con un pestillo y elevó las manos al aire. De inmediato una capa de lo que parecía ser viento se formó como un muro rodeando cada centímetro de salón. Maya no podía cerrar la boca de la impresión. Pese a saber que Aurora era la hija de un dios, había algo en ella que era a la vez tan humano que hacía que verla usando poderes fuera sorprendente.

Ella les hizo saber que de esa manera fuera de la habitación no se escucharía nada de lo que hicieran ellos allí y que contaban con tres horas antes que el cambio de guardia volviera a hacerse. De esa manera fue como consiguieron llegar hasta el salón. Aurora sabía todos los horarios de los guardias y el momento en que hacían el cambio de turnos; habían esperado hasta que los puntos claves estuvieran vacíos para llegar hasta allí. De esa misma manera debían salir.

Maya no  se quería ni imaginar la rabia que cogería el dios si se llegaba a enterar que no solo había desobedecido su orden saliendo de la habitación, sino que además su hija la estaba ayudando a entrenar en una habitación del palacio. Trató de desechar ese pensamiento mientras seguía a Aurora y a Theo que ya se encontraban en frente de la estantería de armas, ambos sosteniendo una espada en sus manos. Si contaba con suerte los dioses estarían presenciando el entrenamiento del resto de participantes. Demasiado ocupados para acordarse de ella.

Por primera vez desde su encuentro, Theo y Aurora parecían estar teniendo una conversación en la que ninguno de los dos estaba mostrando los dientes.

—Bueno, empecemos por lo que sabes hacer— Aurora se giró en su dirección y le tendió unos guantes finísimos de cuero que se adherían como una segunda piel a sus nudillos, pero que a la vez le daban toda la flexibilidad que necesitaba. Luego se posicionó frente a ella— Desde ahí decidiremos cual puede ser tu estrategia.

Le dirigió una mirada a su amigo, pero este solamente la miraba con los brazos cruzados esperando que tomara su lugar  frente a la princesa. Lo hizo. Trayendo a su memoria las clases que Theo y Ciry le habían dado las semanas antes de la prueba de selección, ubicó las piernas en una posición defensiva y los brazos flexionados a la altura del pecho.

—Bien. Ahora atacame.

Así lo hizo. Decir que era un desastre en el enfrentamiento cuerpo a cuerpo, tal vez sea una exageración. Contaba con un poco de resistencia física, ganada de recorrer largas distancias dentro y fuera del bosque. De escalar al edificio abandonado día tras día para reunirse con Theo. Y siendo sincera, de todo el tiempo que ha tenido que escapar luego de haber robado algo a los turistas en la plaza. Pero  con todo y eso, tampoco se podía definir como alguien demasiado hábil al respecto. 

Los años de mala alimentación hacían que sus músculos fueran débiles y aunque su cuerpo estaba ejercitado por fuera, los rastros del hambre hacían mella en su entrenamiento. Aunque esa última semana, desde que embarcó hacía Atland y se instaló en el palacio, le habían dado un poco más de  energía.

Sus reflejos eran buenos, podían esquivar con gracilidad los ataques que Aurora con maestría le enviaba. El problema estaba en dar los golpes. No parecían tener la suficiente fuerza o no se adelantaron a la defensa de la princesa. Sus manos estaban aullando en protesta, tenía, pese a los guantes, los dedos lastimados. En especial el meñique, que empezaba a hormiguear.

—Cuida tu postura Maya, las manos— La voz de Theo en esos momentos era puro profesionalismo y nada de amistad.

Maya le lanzó una mirada irritada. Ni siquiera se había dado cuenta que había descuidado su postura y sobre las manos… no tenía idea de qué era lo que estaba haciendo mal respecto a ellas o como se suponía que se hacía algo bien con ellas. En Oguen no habían trabajado mucho el cuerpo a cuerpo. Con Ciry había practicado el arco y junto a Theo algo de espada. Los golpes no eran su fuerte y por eso en esos momentos no sabía qué hacer con las manos. Pero por la observación de Theo dedujo que el dolor persistente no debería estar ahí.

—Estas utilizando mal las manos.— Aurora la hizo frenar sus movimientos y levantó sus propias manos para mostrarle.— Primero cierra el puño y coloca el pulgar contra los nudillos del dedo índice y mayor.— Lo hizo, ubicó las manos tal como le indicaban y dio una mirada a la princesa que solo asintió una vez con la cabeza— Ahora aprieta un poco el puño. Continúa apretando  hasta que el pulgar llegue al nudillo del dedo anular. Bien, ahora golpea.

Entonces golpeó. Directo al guante de entrenamiento que Aurora levantaba frente a ella. Esa vez el dolor fue más soportable, así que continúo golpeando siguiendo las instrucciones que Theo le daba y las observaciones más amables de parte de la princesa. Cuando terminó, una hora después, había conseguido golpear y esquivar mucho mejor; tenía la piel perlada en sudor y los brazos adoloridos. Pero una sensación de satisfacción la embargaba.




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