Reino de héreoes y dragones

37. Tobias

Regresaban sobre sus pasos para buscar a Tobías donde antes lo había atacado la criatura. El dolor en su hombro estaba remitiendo y el semblante de Zyan se veía mucho mejor luego de haberlo curado. Maya aún podía sentir la punta de sus dedos cosquillear con el poder de la magia, aunque en su interior se haya vaciado. No entendía qué era lo que habitaba dentro de ella, pero en esos momentos agradeció a los dioses con una plegaria silenciosa por haberlo encontrado. Tampoco estaba segura de sí todo ese poder era debido a su madre; de ser así, entonces le ha mentido más de lo pensaba, porque nada de lo que ella hizo hace un momento puede ser el resultado de la hija de una mestiza cualquiera.

Durante el camino ninguno de los dos dijo nada. Caminaron uno al lado del otro cuidando de camuflar el sonido de sus pasos sobre la hierba seca del sendero. Los ojos atentos a cualquier bestia, mágica o no, que pudiera aparecer en los alrededores. Sin embargo, lo único en lo que había podido pensar mientras caminaba era  en la imagen gris y purulenta de esa criatura sobre el cuerpo inmóvil de Tobías. En cómo eso estuvo a punto de matar también a Zyan; de alguna manera aunque esa criatura era igual de espeluznante que todo este bosque, no parecía pertenecer ahí. Al subir el último tramo de la pendiente ambos detuvieron por un segundo sus pasos antes de correr hacía el cuerpo tendido en el suelo.

Maya estaba segura de haberlo dejado con vida antes de haber apartado a la criatura de él. Recordaba haber notado cómo su respiración, aunque débil, aún elevaba su pecho de arriba a abajo y no olvidaba los débiles gemidos de dolor que escuchó segundos antes de correr pendiente abajo con la bestia tras ella. Sin embargo, nada de eso importó, porque al llegar junto a él la vida ya lo había abandonado.

El cuerpo era un cascarón a medio secar. La piel letrina del chico se volvió de un gris pálido y se había pegado al hueso de manera inhumana. Sus mejillas demasiado ahuecadas marcaban  todos los pómulos y curvas del rostro haciéndolo ver como una calavera. —Ese no podía ser el mismo muchacho que ella había visto tan solo unas horas antes de que la prueba diera inicio—. Se acercó un poco más al cadáver y con manos temblorosas cerró los párpados de aquellos ojos oscuros que la miraban sin vida.

La ropa de cuero, antes ajustada, ahora le colgaba sobre el cuerpo inerte como si de un disfraz se tratara. Nunca nadie imaginaría que tan solo minutos antes todo eso estaba relleno por carne y músculo. Era como si además de la vida le hubiera arrebatado todo del interior. La mano de Zyan se posó sobre la suya y con suavidad la instó a separarse del cuerpo. Una sensación de fracaso y enojo palpitó en su interior al darse cuenta de que al final había fallado. Nada de lo que hizo sirvió de algo, porque el resultado fue justo lo que trataba de evitar.

El agarre de Zyan se hizo un poco más fuerte y finalmente Maya separó los ojos del joven y se encontró con la mirada verde de Zyan. Sus labios estaban hechos una fina línea, su mandíbula demasiado tensa y por lo que mostraban sus ojos, puede suponer que estaba pensando que ese cascarón pudieron haber sido ellos. Ella también lo había pensado. Sin embargo, tenía otro pensamiento más fuerte que ese haciendo mella en su mente. El ciervo.

Puede que el ciervo se haya visto mucho peor. Que perdiera el pelaje y quedara en solo cuero, incluso el color de los ojos era lechoso hasta no ser más que un manojo de huesos. Pero no puede evitar comparar la piel letrina, los huesos prominentes y la manera tan atroz en que ambos parecieron ser succionados. Además, está el hecho de que ella interrumpió a la bestia en esta ocasión y puede que por eso el aspecto de Tobías sea solo un poco menos grotesco.

—¿Qué crees que haya sido esa criatura? Nunca antes escuché o leí de alguna bestia que pudiera hacer algo como esto.

Ella sí había leído sobre algunas. Criaturas que succionan tu alma y se apoderan de ellas. Sirvientes de los hechiceros antiguos, sin embargo, en ninguno de esos libros decía nada sobre el aspecto en que las víctimas quedaban. Solo decía que devoraba almas. Las arrebataban de los cuerpos para seleccionarlas y usarlas a su placer. De solo pensar en eso la piel del cuello y los brazos se le puso de gallina. Su madre le había dicho que muchas de esas criaturas no existían. Que habían sido inventos de los dioses y los seres mágicos para mantener a los humanos alejados de los sitios más peligrosos. O simplemente cuentos de miedo para niños desobedientes.

Pero ahora ahí, en medio de ese bosque maldito, ella tenía la pesadilla frente a sus ojos. Tan real como ella misma. Tan real que estuvo a punto de morir en sus garras.

— No lo sé. Parece un monstruo salido de los cuentos de miedo para asustar a los niños.

—¿Crees que sea esa la bestia a la que debemos robar el tesoro ?

Los ojos de Maya viajaron al cuerpo inerte de Tobías y regresaron a Zyan. Todo en su cuerpo denotaba preocupación, pero ella sabía que no era por él. No olvidaba cómo le había gritado que se fuera. Que se salvara cuando eso significaba dejarlo morir a él. Pudo haberlo hecho, correr por su vida y escapar de la criatura, pero ¿de qué le habría servido? Cuando esta acabara con Zyan habría ido tras ella y entonces ambos estarían muertos. Además ella prefería morir por salvarlo que huyendo como una cobarde.

Si esa era la criatura a la que debían quitar el tesoro, entonces la prueba había sido una misión suicida. Los dioses los enviaron directo a una muerte segura. Probablemente como castigo por ser el territorio menos creyente. El que, a pesar de cumplir con sus diezmos, no les daban una plegaria u ofrenda del corazón. Aún así, seguía habiendo algo que la hacía pensar que esa criatura no estaba entre los planes. No debía estar ahí.




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